Antonio Serrano: “El éxito, salvo en el deporte, no va ligado a la excelencia”
El armonicista más virtuoso del mundo se cansó de Madrid, pero regresa a su ciudad para estrenar ‘Clazzical’, un cuarteto jazzístico que reinventa obras muy célebres de música clásica
Insólitos efectos colaterales de la pandemia. A Antonio Serrano, uno de los mejores intérpretes de armónica que ha conocido el mundo, le coincidieron en 2020 el final del confinamiento con el del contrato de alquiler que le ligaba a Madrid. Hombre siempre adusto y ligero de equipaje, decidió marcharse unas semanas “de refugiado” a casa de su madre, en Altea (Alicante), pero le bastaron unos pocos días para comprender que la perspectiva de regresar a la gran ciudad y enfrentarse a un nuevo trajín de interminables visitas inmobiliarias le producía una pereza atroz. Así que este ilustre madrileño de 47 años se nos ha mudado definitivamente, y sin muchos visos de retorno: en este año de estadía levantina le ha dado tiempo a encontrar casa y hasta novia, ha conseguido que le dejen en el Conservatorio un aula con piano donde puede ensayar casi a cualquier hora y hasta ha encontrado un amigo que prepara a domicilio unas paellas “de escándalo” a poco que le avise con unas horas de antelación. Moraleja: la capital tendrá que ir haciéndose a la idea de un nuevo episodio de fuga de talento.
Su visita de mañana al ciclo Noches de Verano del CaixaForum se ha convertido, así las cosas, en un pequeño gran acontecimiento para el que ya no queda una triste entrada. Estrena Serrano un nuevo espectáculo, Clazzical, con el que él y su cuarteto (el batería Stephen Keog, el contrabajista Toño Miguel y el muy ilustre Albert Sanz al piano) insuflan genuino aliento jazzístico a melodías celebérrimas provenientes del acervo clásico. El resultado, bueno es avisarlo, se antoja sorprendente. Si queda algún terrícola que no conozca todavía el Himno a la alegría y se lo escucha a Serrano por vez primera, pensará sin ninguna duda que se trata de un genuino temazo de Nueva Orleáns.
Pregunta: La música clásica y la popular siempre se han mirado de reojo. ¿Se siente como uno de esos mediadores para las parejas en trance de divorcio?
Respuesta: Ese recelo aún existe, desde luego, pero percibo cada vez una mayor voluntad de unión. La música clásica dificulta la expresión de una creatividad propia, salvo que seas compositor, y sus intérpretes van interesándose poco a poco por comprender las claves de la improvisación. Y entre los músicos de jazz se está afianzando el gusto por el estudio teórico y práctico de la clásica como una manera de mejorar las técnicas instrumentísticas. Ahí tenemos a Barry Harris, un pianista que ha tocado con todos los grandes, de Miles Davis a Thelonious Monk, y que a sus 91 años sigue acudiendo a sus clases de perfeccionamiento de técnica clásica.
P: ¿Los músicos clásicos tienden a pensar que eso de tocar la armónica no es un ejercicio suficientemente noble?
R: Alguno sí, para qué negarlo. Los más ortodoxos me inspeccionan más, me buscan el fallo. Tienen muy interiorizada esa clasificación bastante absurda que distingue entre instrumentos clásicos y populares. Y yo les pregunto: ¿exige acaso algo más popular que un violín, que de toda la vida ha servido para amenizar bailes y fiestas en los pueblos?
P: ¿Los armonicistas suelen empezar con este instrumento más por diversión que por devoción musical?
R: Al principio, no nos engañemos, es casi más un juguete que un instrumento como tal. Mi padre fue la única persona que he conocido que se tomaba la armónica en serio y nos la inculcó como tal tanto a mí como a mis dos hermanos, Mariela y Daniel. De hecho, apenas hay intérpretes profesionales en todo el continente europeo, aunque ahora se está desarrollando en Asia un interés brutal por la armónica cromática y yo hasta tengo algún alumno chino o de Hong Kong. Aquí ningún padre pensaría que la armónica le puede servir a un hijo para ganarse la vida. Y eso que, si lo pensamos fríamente, la competencia a la que ha de enfrentarse un pianista es muchísimo mayor.
P: ¿Son ustedes gente peculiar? ¿Ha encontrado entre los armonicistas algún elemento común de carácter?
R: Uf, qué pregunta más difícil. Supongo que somos gente bastante solitaria y obsesiva. Es un instrumento que te hace mucha compañía y propicia un cierto friquismo. Por eso yo tiendo a distinguir entre el mundo de la armónica y el mundo de la música, e intento permanecer más en este segundo que solo en el primero. Llega un momento en que, para mejorar con la armónica, tienes que alejarte de ella y exponerte a cosas que no sabes hacer.
P: Usted tiene un Grammy Latino y varios premios internacionales. Ha tocado con Paco de Lucía, Wynton Marsalis o Barbara Hendricks, entre docenas de ejemplos. ¿Se siente suficientemente reconocido?
R: No sé si sabré responder a eso sin que me cueste algún disgusto. Teniendo en cuenta lo cateto que es este país, tampoco percibo que me vaya tan mal. Pese a los prejuicios y el déficit de cultura general, he acabado tocando en el Auditorio Nacional y en los mejores escenarios, así que no me puedo quejar, dentro de lo que cabe. Porque el éxito, salvo en el caso del deporte, no suele ir ligado a la excelencia.
P: ¿Y a usted que cree que le haría falta para tener más éxito?
R: Emocionar a muchísima gente no se puede fabricar del todo. Si aquí se les cae la baba con Melendi a millones de personas, pues qué le vas a hacer. Enhorabuena, Melendi. Yo no me considero maltratado, me siento agradecido con lo que tengo y, por ahora, no me genera frustración. Cuando me jubile y vea que me muero de hambre, igual ya sí. Pero no tengo hijos, que en ese sentido es una ventaja; llevo una vida tranquila y sencilla y mis motivaciones siempre han sido más interiores que exteriores.
P: ¿Será que le ha faltado ambición?
R: A lo mejor sí, porque ni un solo día de mi vida me he despertado pensando que debería llamar a un periódico o a una discográfica. Me levanto pensando en música y solo he conseguido eso: hacer buena música. No siento rencor ni odio hacia nadie. Mi música no es profunda, cerebral ni difícil de entender, y la gente se lo pasa muy bien en mis conciertos, así que, definitivamente, me ha faltado invertir algo de tiempo en la parte del business.
P: ¿Qué nota le pondría como armonicista a Stevie Wonder?
R: Un 10. Es uno de los mayores maestros de la historia, aunque no nos percatemos tanto de ello porque ha hecho carrera como cantante y compositor. Conoce el instrumento a la perfección, su técnica es superior, tiene un sonido propio y reconocible. No se puede llegar más lejos. Que todo el mundo escuche el solo de For once in my life, por favor. ¡Eso es antológico!
P: ¿Y qué calificación merecería Bob Dylan?
R: Un 4. Imposible aprobarlo. Utiliza el instrumento como un recurso sonoro, lo cual tiene su gracia, pero como armonicista es malísimo. Estoy básicamente de acuerdo con lo que Larry Adler, el gran maestro de la armónica contemporánea, decía en su autobiografía, It ain’t necessarily so: “No he odiado nada ni a nadie en toda mi vida, salvo cuando Dylan toca la armónica”.
El hombre que amaba el gambito de Rey
Es curioso que se haya escrito tan poco sobre Antonio Serrano, pese a su reconocimiento internacional y unánime como virtuoso. Este pasado mes de febrero propició un cataclismo entre la crítica clásica cuando triunfó en el Auditorio Nacional con unas heterodoxas y espléndidas lecturas de Bach, acaso su compositor favorito, pero antes de eso ya había protagonizado proyectos de jazz y flamenco, clásicos argentinos; álbumes a dúo con Federico Lechner, Javier Colina o Josemi Carmona; proyectos en solitario como Harmonius (“el que mejor me define”) o Tootsology, en homenaje a Toots Thielemans, y cerca de medio millar de colaboraciones con artistas de toda condición y pelaje. También ha desarrollado una vertiente en la docencia, pero, pese a lo abrumador de este currículo, siempre encuentra “algo” de tiempo para pensar en otros aspectos más allá de la música. De joven desarrolló gran afición por la magia, que aún practica, y tuvo una época en que se dedicó al póker de manera casi profesional y llegó a conquistar el tercer puesto en el Campeonato de España.
Ahora anda perfeccionando su técnica con los dardos, por aquello de que hay mucho tirador inglés habilidoso en los pubs de toda la costa alicantina. Y no piensa perder de vista la otra gran pasión de su vida, el ajedrez, un deporte en el que ha llegado a estar federado. “De hecho, siempre he encontrado paralelismos entre el ajedrez y la música”, exclama. “Tanto en una partida como en una composición has de ser capaz de aplicar todo lo que sabes, introducir todos los conceptos y que se realimenten unos con otros”. Su apertura favorita, por cierto, es el gambito de Rey; una de las más agresivas y vertiginosas, porque implica el sacrificio de un peón ya en la segunda jugada. Parece claro: a Serrano le va la marcha.
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