Paredes ocres para los reyes godos
Tercio y Terol, en Carabanchel, alberga 681 viviendas y el proyecto inicial incluía una plaza mayor y hasta un campo para celebraciones militares
“Podemos quedar en el bar de la plaza”, decía el correo electrónico enviado por Luis Moya (74 años, Madrid). Ese “el” y ese “la” destilan la esencia de la colonia Tercio y Terol.
“La idea original era hacer un barrio muy intimista y muy autónomo. Con su escuela y con su iglesia. Había incluso un proyecto de conjunto conventual con plaza mayor. Y había otro para campos deportivos y de congregación para celebrar actos militares. Al final, la necesidad de viviendas era tan grande que los equipamientos quedaron a un lado…” explica Luis. Catedrático Emérito en Urbanismo en la Universidad Politécnica de Madrid, estudioso de los barrios de promoción oficial, con una tesis doctoral sobre los barrios del Franquismo. Y sobrino de Luis Moya, uno de los arquitectos que diseñó esta colonia del barrio de Carabanchel.
La construcción de la colonia Tercio y Terol se llevó a cabo entre 1941 y 1949. Tiene 681 viviendas. Limita al norte con la pradera de San Isidro. Dirección sur, la calle General Ricardos. Acceder a sus calles es como entrar en otra dimensión.
Pasan dos niños subidos en una misma bicicleta.
El estilo racionalista de sus casas se mezcla con una cierta decoración nostálgica. El enmarcado de los huecos, las contraventanas de madera… “Aquí se quería hacer un pueblecito”, explica Luis. “Y parece un pueblo de Zamora”, añade Gema Gracia (Madrid, 56 años), editora de la revista Astronomía. Su familia llegó a la colonia en 1959. Abre las puertas de su casa e invita a “café, agua o sidra”. Tiene unos 45 metros cuadrados en la planta de abajo ―cocina, salón, baño y un despacho―. Cinco metros de patio interior. Arriba, en 30 metros cuadrados, tres habitaciones separadas por el espacio justo para un recibidor. Vive con su marido y dos de sus hijos. Recuerda los días en los que el mundo se reducía a una manzana.
“Siempre fue un remanso de paz. Tuvimos una infancia de familias. Nos colábamos de unas casas a otras por los agujeros de las vallas de los patios interiores. No salíamos mucho. Fíjate que mi madre decía “Voy a Madrid…”, había una furgoneta que salía del bar y que iba hasta a Atocha”, recuerda. En su misma manzana vive Nieves Baigorri (92 años, Zaragoza). Voz firme, cabeza a tope e Impresionantes ojos azules. Aún conserva el acento maño. Recuerda la vida en la colonia como “muy tranquila. Demasiado, incluso”. Y sonríe con ironía.
De vuelta a la calle, el tono ocre de los muros, predominante en la colonia, contrasta con la variedad de puertas. “Parece un muestrario”, dice Carmen Pérez (Lugo, 74 años), prima de Gema. El paseo conduce hasta la plaza, situada en el punto más alto de la colonia. Allí hay, al menos, 21 niños jugando bajo la melancólica mirada de la chulapa dibujada por Jorge Rodríguez Gerada sobre otro de los elementos que refiere a las pequeñas poblaciones: el depósito de aguas.
Los nombres de muchas de las calles de la colonia ―asignadas a los reyes godos― son una suerte de magdalena de Proust educacional para una generación de españoles. Cuando Gema los recita, va contando con los dedos. “Otra cosa es que me sepa cuál es cada calle”, añade riendo.
Llegados a los bloques de edificios ―de tres alturas y con patio comunitario― se establece una tertulia informal a las puertas del local de la asociación de vecinos. Allí, Luis, Gema y Carmen debaten con Nicolás Sánchez (77 años, Cáceres), presidente desde 1977, sobre la falta de uniformidad en las casas de la colonia. “Aquí ha habido mucho chaboleo, pero no nos convertimos en inspectores de lo que hace la gente. Eso es responsabilidad del Ayuntamiento”, explica.
El paseo va tocando a su fin. A la sombra ―y al olor― de unos jazmines, Gema y Carmen recuerdan los guateques que se organizaban en los patios en verano. “Siempre había baile en alguno”. “Y las fiestas acababan con la única luz del picú -tocadiscos portátil- cuando se ponían las lentas y ya habíamos tomado limonada”, rememora Luis con melancolía.
Pasan otros dos chicos subidos en la misma bicicleta.
Atardece sobre las desvencijadas chimeneas de los tejados de la colonia Tercio y Terol.
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