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SALTO DE FE
Columna
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“Cuidaos mucho”

Como sociedad, no podemos permitir que tantos estemos mal ni que la Seguridad Social solo esté para tratarte cuando tienes las vísceras asomando.

Las llamadas de ayuda de menores que querían matarse subieron un 145% el año pasado en plena pandemia.
Las llamadas de ayuda de menores que querían matarse subieron un 145% el año pasado en plena pandemia.aurumarcus (Getty Images)
Margaryta Yakovenko

Se llamaba Ángela pero yo no la conocía. A mi vida llegó su nombre por pura casualidad: una tarde tonta, tumbada en la cama en casa de mis padres con el móvil en la mano haciendo un scroll infinito en Twitter. Entre memes absurdos, insultos desdeñosos proferidos desde cuentas de resentidos sin rostro, el último mensaje de Ángela me llegó como un golpe seco que te deja sin aire y te inunda la cavidad del cuerpo de una presión dolorosa. Y eso que no la conocía.

Ángela se suicidó la semana pasada y yo quiero escribir sobre ella, porque hizo algo de lo que no se habla. Durante demasiado tiempo se han silenciado en titulares y artículos los actos de quitarse la vida, porque siguen siendo un tabú impuesto por una moral cristiana absurda. Una moralina que no salva vidas, sino que oculta el sufrimiento de las personas bajo la premisa de que así protege a niños y niñas. No. Ángela se suicidó porque, cuando quiso hablar, nadie la estaba escuchando.

Desde su foto de perfil se asoma una chica con mascarilla blanca y el pelo corto y espeso. Su cuenta de Twitter sigue activa y en ella relata un periplo por profesionales de la salud mental que le recetaban pastillas para desayunar, comer y cenar, pero que en consulta le hacían caso durante exactamente 10 minutos, que es lo que la Seguridad Social se permite dedicar a alguien que no se encuentra bien. A Ángela no hacía falta operarla de urgencia, porque no tenía apendicitis, ni se había roto una pierna en un accidente de tráfico, ni sus pulmones estaban colapsados por la covid. El mal de Ángela no se veía, ni te hacía apartar la mirada. Ella se sentía un monstruo, porque había sufrido malos tratos en casa; un monstruo porque en consulta cuestionaban su relato; y un monstruo porque la culpabilizaban por sentirse mal.

Sé que Ángela no es un caso aislado. Y por eso lo que hizo no debe ser durante más tiempo un tabú, sino la gota que colma el vaso

Hablar de Ángela es importante, porque las llamadas de ayuda de menores que querían matarse subieron un 145% el año pasado, en plena pandemia. Es importante porque el gerente del hospital infantil de Sant Joan de Déu, Manel del Castillo, relató hace unos meses que este último año han pasado de recibir cuatro intentos de suicidio semanales de jóvenes a más de 20. Es importante porque Ángela no es un caso único. Como alguien que ha ido al psicólogo y psiquiatra en distintos momentos de la vida, como amiga de alguien con ansiedad y depresión, como nieta y sobrina de alguien que lidia con condiciones psiquiátricas desde hace años, sé que Ángela no es un caso aislado. Y por eso lo que hizo no debe ser durante más tiempo un tabú, sino la gota que colma el vaso. Estamos mal. No está bien estar mal. Simplemente, como sociedad, no podemos permitir que tantos estemos mal ni que la Seguridad Social solo esté para tratarte cuando tienes las vísceras asomando.

Lo último que hizo Ángela antes de quitarse la vida fue programar varios tuits que se han publicado a lo largo de los días en los que pide más atención psiquiátrica y psicológica. Dice: “Cuidaos mucho”. Por favor, hagámosle caso.

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Sobre la firma

Margaryta Yakovenko
Periodista y escritora, antes de llegar a EL PAÍS fue editora en la revista PlayGround y redactora en El Periódico de Cataluña y La Opinión. Estudió periodismo en la Universidad de Murcia y realizó el máster de Periodismo Político Internacional de la Universitat Pompeu Fabra. Es autora de la novela 'Desencajada' y varios relatos.

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