El adiós de Ángel Garrido, un político de otra época
El expresidente regional, que abrió una crisis al dejar el PP por Cs, abandona la vida pública tras disolver Díaz Ayuso el Gobierno
El jueves por la mañana, Ángel Garrido (Madrid, 56 años) se ve con Ignacio Aguado en la Asamblea de Madrid. Después de tres décadas en la política madrileña, donde lo ha sido todo, incluido presidente regional, tiene algo importante que decirle: no quiere ir en las listas para las elecciones del 4 de mayo, porque ha decidido dejar la política. Casi dos años después de saltar por sorpresa desde el PP a Cs, abriendo heridas aún sin cicatrizar entre las dos formaciones, Garrido no se reconoce en la campaña que viene, marcada por la pelea de dos extremos, la derecha y la izquierda, Isabel Díaz Ayuso y Pablo Iglesias, la libertad o el comunismo, que dice el reduccionista slogan electoral de la formación conservadora. Y por eso, resume en conversación con este diario, lo deja.
“La política ha cambiado. No sé si a peor o a mejor, pero lo ha hecho”, abunda el exconsejero de Transportes en su carta de despedida, remitida tras ver cómo Aguado daba un paso al lado para que Edmundo Bal sea el candidato de Cs a la presidencia de la Comunidad, una consecuencia más del tsunami que ha desatado el adelanto electoral decidid por Díaz Ayuso. “Hoy es más sencillo tratar de obtener adhesiones con mensajes emocionales que conseguirlas exhibiendo la mera gestión”, añade, explicitando su apoyo al nuevo candidato. “Reconozco mi incapacidad de adaptación a este nuevo escenario, lo que no es culpa de la política, sino mía. El otro gran agente de la política actual es eso que denominamos ‘polarización’, un eufemismo para blanquear lo que no es otra cosa que política de bloques, radicalismo y en buena medida crispación”, continúa. Y remata: “Para alguien como yo, que siempre ha militado en el espacio del centro, sinceramente es el peor escenario que se pueda plantear”.
El argumento para el abandono es consecuente con la idea fuerza que ha marcado la carrera de Garrido, especialmente desde 2018, cuando accedió a la presidencia regional tras dimitir Cristina Cifuentes por el caso máster.
Si en la política madrileña hubo una voz que diera la alarma ante el ascenso de Vox, fue la suya. Si alguien criticó que el PP de Pablo Casado intentara mimetizar los argumentarios de la extrema derecha, fue él. Afiliado del CDS desde 1989, y seguidor de Adolfo Suárez, Garrido advirtió contra el viraje de la formación conservadora pese a saber que eso le podía costar ser candidato en las elecciones autonómicas de 2019.
“No tenemos ni que parecernos ni que fijarnos en Vox”, dijo, defendiendo una y otra vez que el PP debía mantenerse en el centro.
Un posicionamiento que tuvo consecuencias. Casado prefirió como candidata del PP para las elecciones de 2019 a una desconocida —Díaz Ayuso, del ala dura del partido—, le ofreció un puesto en las listas europeas, que él aceptó... hasta que se marchó a Cs por sorpresa. “Traidor” fue lo más bonito que le dijeron los que habían sido sus compañeros. Aquel día, 24 de abril de 2019, nacieron muchos de los problemas que luego afectaron al gobierno de coalición que formaron los dos partidos tras los comicios de mayo de aquel año.
“Sé que no han sido dos años fáciles ni para ella ni para mí”, dice Garrido sobre su relación con Díaz Ayuso en la alianza gubernamental. “Compartir Consejo de Gobierno desde partidos distintos, tras muchos años con la misma militancia, seguramente no hacían especialmente fáciles las cosas, pero sin duda, más allá de esto, me quedo con los muchos años de trabajo, de amistad desinteresada y de ayuda mutua”, añade. .
La elegancia de la despedida no oculta que Díaz Ayuso y Garrido son dos políticos que se parecen lo que la noche y el día. Más aún si se hace balance de sus dos presidencias, que han decidido los destinos de Madrid en los últimos tres años: Garrido ocupó el poder entre mayo de 2018 y abril de 2019, y Díaz Ayuso desde agosto de 2019.
Donde Díaz Ayuso ha convocado el adelanto electoral sin haber siquiera presentado un proyecto de Presupuestos en dos años, Garrido se fue con los suyos aprobados —los de 2019, aún en vigor— como fruto de su capacidad para dialogar con Cs.
Donde Díaz Ayuso ha roto una racha de más de un decenio de bajadas de impuestos con la firma de los Ejecutivos del PP, Garrido fue el que aprobó la última.
Donde Díaz Ayuso ha protagonizado una presidencia convulsa, llena de polémicas, y marcada por la personificación de todos los éxitos y fracasos en su figura, Garrido dotó a la institución de estabilidad tras el caso Cifuentes, y vivió la experiencia como un gestor, sin querer ser nada más, ni nada menos.
Y donde Díaz Ayuso ha hecho de la confrontación una forma de ejercer la política, y el poder, él afrontó los problemas de otra manera: no necesitó grandes demostraciones públicas de fuerza para navegar la huelga que plantearon los taxistas de Madrid contra las VTC en 2019.
“No era una guerra que él quisiera ganar, quería un acuerdo”, dicen los que le conocen bien, resumiendo uno de los principios rectores de una carrera marcada por su relación con Cifuentes, “Cris”, que dice él en sus despedida.
“Desde su marcha ya no he tenido ese componente personal en política”, cuenta quien fuera la mano derecha de la expresidenta. “Ella representaba un centro moderado y moderno, le estaba dando un cambio al partido gigantesco”, añade. “Yo ahora no tengo nada pensado sobre lo que haré. Lo que quería era no estar aquí”.
Hay veces que los rivales son quienes mejor retratan a un político. En la hora de la despedida, Garrido se llevó únicamente dos cosas de su despacho: una foto del presidente estadounidense John F. Kennedy, y otra de su hijo.
Cuando ya todo eso estaba a resguardo, al otro lado del teléfono escuchó la voz de Ángel Gabilondo, el líder del PSOE, despidiéndose. Un político que sigue en la brecha, pero que como él rechaza competir en las elecciones desde una trinchera.
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