El silencio
Cada figura musical cuenta con su correspondiente silencio que representa su mismo valor o duración
Hace unos años, bueno, vale, muchos años, cuando iba al colegio y volvía loca a mi madre tocando La sorpresa de Haydn con la flauta, cuando aprendía solfeo en clase de música, me hablaron de “el silencio”. Cada figura musical cuenta con su correspondiente silencio que representa su mismo valor o duración. Es decir, que cada nota que se expresa con sonido se puede expresar también en silencio. Que por cada palabra que sale, puede haber una equivalente que queda dentro de ti y es igualmente válida.
Yo siempre hablo de “el silencio” en términos negativos, no sorprende, viniendo de alguien que habita una piel a la que se empeñan en dar voz como si no tuviera una propia. También hablo mucho del silencio cobarde, el silencio cómplice. Pero hoy, quiero hablar del lado bueno del silencio.
Los viejos hablan lento. Siempre he pensado que si a un viejo le gusta hablar contigo, es porque realmente confía en ti, en tu paciencia, en tu respeto y comprensión por los silencios que navegan mientras ahondan en los recuerdos que te van confiando lentamente, porque ellos no tienen prisa y tú puedes esperar. El silencio presente, que se transmite con los ojos cuando alguien realmente te escucha diciendo nada, ese silencio cálido, capaz de acompañar cualquier soledad sin necesidad de llenarla de palabras.
Con el tiempo me he dado cuenta de que he sido recriminada, aplaudida, juzgada y hasta amada con silencios que no había aprendido a escuchar.
No está de moda la gente que habla poco. Yo siempre he sido de reprochar el silencio, cansa la sensación constante de tener que sonsacar las palabras, pero también debe cansar vivir en esta cultura de la inmediatez, en la que esperamos una respuesta sonora para todo. He aprendido a observar más allá de lo que yo haría, a entender que a veces el que calla otorga, sí, otorga la cordura y el espacio, la alternativa sensata a esas palabras que se disparan sin filtro, a bocajarro.
Ya sabéis que soy fan de las palabras, a mí me vuelve loca que me digan las cosas, que los sentimientos me lleguen de la otra boca constantemente, nítidos y bonitos. Pero con el tiempo me he dado cuenta de que he sido recriminada, aplaudida, juzgada y hasta amada con silencios que no había aprendido a escuchar. Esto no es un alegato a los “héroes del silencio”, pero sí una manera de advertir que, quizás, vivimos con demasiado ruido.
No sé dónde leí que ya no escuchamos para entender, sino para contestar, he conseguido escuchar mi propio silencio y darme cuenta de que en mí, a veces es cierto. Cierro con esos silencios que se miran a los ojos y dan la cara. Que no todo silencio es cobardía, ni vacío, ni la nada. Que hay una elegancia en sonreír y esperar el momento oportuno para ser el sol de ese pentagrama que no necesita dar la nota para sonar.
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