Un pintor inédito en Madrid con más de 30 años de experiencia artística
El escultor peruano-mexicano Aldo Chaparro presenta en la Galería Casado Santapau la exposición ‘Hotel Felicidad’, donde mezcla su marca propia con influencias hasta ahora no exploradas en su obra
“Tener una buena relación con un galerista es más difícil que una relación de pareja”, bromea el artista plástico peruano-mexicano Aldo Chaparro (55 años). Él tiene la suerte de tenerla con Damián Casado, director de la madrileña Galería Casado Santapau, en la que expone Hotel Felicidad, su más reciente muestra y la primera de su carrera que incluye obras pictóricas, tras décadas centrado en disciplinas como la escultura y la arquitectura. Durante el confinamiento, en su casa de Valle de Bravo (México), Chaparro produjo la docena de piezas que ahora pueden verse en Madrid. Aprovechó ese proceso creativo que duró meses para reconectarse con su arte y así alcanzar por primera vez una fórmula con la que se sentía cómodo expresándose en dos dimensiones. Sin dejar de lado su marca personal, Chaparro toma la influencia de ciertos textiles africanos para producir sus propios patrones y estamparlos sobre sus lienzos y esculturas.
Además de desvelar la inédita faceta pictórica del peruano, la muestra, que también incluye esculturas y que puede verse de forma gratuita hasta el 28 de febrero, está empaquetada en una narración original, que habita entre la realidad y la ficción. Chaparro buscó “hotel felicidad” en Google y encontró que hay un establecimiento que se llama así en el sur de Panamá, en plena carretera Panamericana y en medio de una de las más recientes rutas migratorias para africanos que emprenden el viaje a Estados Unidos. A partir de ahí creó una narrativa que sirve de hilo conductor de esta propuesta artística; un cuento que no está impreso ni expuesto en la sala. “En esta fábula, la dueña del Hotel Felicidad acoge a los migrantes y ellos a cambio le entregan música y fiesta. La dueña, que tendría más o menos mi edad, y por lo tanto un bagaje estético similar, adopta la estética africana que dejan los migrantes; y ahí surge un híbrido entre África y los años 80. Esa es la constante estética de la exposición”, explica el artista.
Frente a este difuso telón de fondo narrativo las piezas se presentan como objetos sin más significado que el diálogo artístico de dos estilos distintos. Para Chaparro su arte debe ser primordialmente estético y, por lo tanto, descifrable por cualquiera que pueda apreciar la belleza. ”Huyo de esa maña que tiene el arte contemporáneo de que se necesita un intermediario que interprete la obra. A mí me interesa tener una relación más frontal, más honesta con el espectador, basada en la estética. Que alguien pueda decir me encanta o lo odio, sin sentirse incapacitado”.
Las piezas de Hotel Felicidad también tienen una relación más cercana con su creador que otras que ha producido en el pasado. Durante los meses de confinamiento en su casa situada en un pueblo a las orillas de un lago cercano a Ciudad de México, Chaparro se remangó la camisa y se puso manos a la obra, como no lo había hecho en años. “Me había dado cuenta de que pasaba más tiempo haciendo cosas administrativas que en el estudio. Como sucede mucho en el mundo del arte, la mayoría de mis piezas ni siquiera las había tocado, solo mandaba un boceto o una idea, y se producía la pieza en mi taller o en el de los talladores de madera o mármol o acero. Añoraba reconectarme con mi proceso artístico”, señala el creador que tiene estudios en Lima, Ciudad de México, Los Ángeles y Madrid.
El ejercicio rindió frutos. En su propia casa, rodeado de su colección de textiles del mundo, Chaparro encontró su lenguaje bidimensional: los patrones. “En un viaje a Marruecos descubrí unos textiles que me inspiraron mucho. Se llaman boucherites, que son tejidos más sueltos, que se pueden hacer con materiales más variados y no tienen que seguir un patrón tan estricto como otros tejidos tradicionales. A partir de ahí salieron unas primeras pinturas, que tenían una libertad clara, pero mantenían el patrón repetitivo, como si fuera una sección de algo que es más grande”, explica. Con esa base y la influencia de los patrones textiles de los años ochenta que visten los asientos de autobuses y terminales de aeropuertos de muchas ciudades del mundo, Chaparro creó sus propias estampas de pintura, de colores y degradados, que procedió a enmarcar o estampar sobre esculturas de madera.
Con esta nueva propuesta Chaparro se enfrenta con confianza al panorama incierto que deja en el mercado la pandemia. Aunque reconoce que muchos artistas y galerías están sufriendo, él sabe que ha tenido suerte manteniéndose bien posicionado en un mercado del arte enfocado a grandes coleccionistas. “A mí no me ha ido mal en lo que va del año y en la crisis pasada también me fue bien. Tal vez es precisamente ese elemento estético de mi arte que hace que siempre sea atractivo; los coleccionistas ya no compran las piezas específicas que necesitan sino lo que les atrae”, explica Chaparro.
Aun así, el futuro del artista está menos ligado a atender a los gustos de los coleccionistas y más en conectar su arte con la gente. Tiene proyectos en todos sus estudios para democratizar los espacios e invitar a que pasen personas que tal vez no se habían planteado visitar una galería, pensando que son territorio exclusivo de quienes compran arte. El proyecto que más lo emociona es en Valle de Bravo. Ha donado algunas piezas para una exposición en el pueblo y planea dar cursos y hacer más exposiciones para sentirse parte del lugar donde vive de una manera en la que no lo había hecho hasta entonces. Por ahora, sin embargo, su cabeza está puesta en Hotel Felicidad.
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