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SALTO DE FE
Columna
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Los envidiosos

Los inmigrantes como yo no sienten envidia por la nueva nacionalidad de James Rhodes, sienten injusticia

Margaryta Yakovenko
San Valentin
Autorretrato de James Rhodes

Hace casi un mes conocíamos que James Rhodes ya era español por obra y gracia del Gobierno que ha decidido concederle la nacionalidad por Carta de Naturaleza. Para quien no esté familiarizado con los términos de Extranjería, este procedimiento es excepcional y consiste en saltarse todos los trámites para ser español. El caso de Rhodes no es el único, por supuesto. En los últimos 25 años, según los datos recabados del BOE por Civio, gobiernos de todos los colores han firmado más de 5.000 nacionalidades así, casi todas a sefardíes, y unas 300 a personas con habilidades excepcionales. Hablamos de deportistas, algún que otro científico y hasta nobles, de los de la nobleza de toda la vida como la hermana de la Reina Sofía o familiares del Rey.

Para quien no esté familiarizado, obtener la nacionalidad española sin Carta de Naturaleza debería haber sido uno de los 12 trabajos de Heracles junto con domar al toro de Creta o raptar a Cerbero, el perro del inframundo. Una ristra de condiciones que cumplir como vivir legalmente en España hasta 10 años; presentar la documentación traducida y jurada en una decena de instancias; esperar, esperar, esperar; una sucesión de llamadas a los juzgados para ver si tus papeles se han movido de la mesa de un funcionario a la de otro; y luego, quizá en unos años, una resolución positiva. O quizá no. ¿Cómo lo sé? Porque a diferencia de Rhodes, yo tuve que hacer todos esos procesos.

En alguna columna lo expliqué ya pero quiero volver a remarcarlo porque mi caso no es excepcional. Llegué a España en 1999 teniendo siete años. Me otorgaron la nacionalidad en 2019. Presenté los papeles cuando me correspondía, tras 10 años de convivencia legal en este país. Pero esos papeles quedaron estancados en algún juzgado de provincias durante una década y no se movieron de allí hasta que pagué a un abogado para que abriera una instancia. Después de pagar, me dieron la nacionalidad en 40 días.

Por eso, cuando Rhodes escribe en su última columna: “¿Existe envidia y una sensación de irritación por cómo logré mi nueva nacionalidad en algunos sectores? Sí. Pero bueno, como español, eso simplemente me hace sentirme en casa” me gustaría decirle que no, que no somos envidiosos. Los inmigrantes como yo, los inmigrantes que esperan conseguir su nacionalidad y solo tienen la especial y admirable cualidad de recoger las alcachofas de los campos españoles, de limpiar los suelos de sus hospitales o de atendernos en las cajas de los supermercados en mitad de una pandemia, no sienten envidia, Rhodes, lo que sienten es injusticia. Lo que sienten es decepción. Lo que sienten es que son irrelevantes, que su trabajo es insignificante, que sus deseos no importan porque uno, no son figuras públicas, y dos, no tienen el derecho al voto y por tanto nunca interesarán.

Así que como compatriota y como española de primera generación igual que tú, solo diré que deberíamos tener un poquito más de elegancia y menos individualismo. Aunque quizá el mal gusto sí que no entienda de nacionalidades.

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Sobre la firma

Margaryta Yakovenko
Periodista y escritora, antes de llegar a EL PAÍS fue editora en la revista PlayGround y redactora en El Periódico de Cataluña y La Opinión. Estudió periodismo en la Universidad de Murcia y realizó el máster de Periodismo Político Internacional de la Universitat Pompeu Fabra. Es autora de la novela 'Desencajada' y varios relatos.

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