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SALTO DE FE
Columna
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Idiotas

Algunos políticos consideran que es mejor callar, no advertir a tiempo, sobre pandemias o temporales no vaya a ser que los ciudadanos nos traumaticemos

Una mascarilla tirada en el suelo sobre la nieve.
Una mascarilla tirada en el suelo sobre la nieve.Eduardo Parra (Europa Press)
Margaryta Yakovenko

Confieso que dentro del género humano, pertenezco al orden de los sorprendidos. Mi capacidad de sorprenderme es casi ilimitada lo que a veces me convierte en una persona bastante inocente a la que otros le cuelan bromas ante las que parpadeo y digo: “No, no puede ser”. Y en ese estado de negación vivo desde el sábado pasado, desde que me levanté a las siete de la mañana y vi que toda la terraza estaba cubierta por casi un metro de nieve y que seguía cayendo, seguía soplando, el viento formaba dunas blancas y de las tumbonas solo quedaba una sugerencia en forma de montículo helado. Esa mañana, mirando por la ventana, pronuncié mi primer “no puede ser” del día. Y así de incrédula vivo desde entonces.

Vinieron luego las ruedas de prensa de Ayuso y Almeida, de Ábalos y Marlaska. Vinieron los “estábamos preparados desde hace días para el temporal” o la exculpatoria “se ha esparcido en Madrid el 30% de sal de un año normal en toda España”. Yo los veía, los oía hablar y seguía diciendo “no puede ser”. En Al Rojo Vivo, el Consejero de Transportes de la Comunidad, Ángel Garrido, llegó a decir: “A veces no somos capaces de transmitir la realidad de lo que va a pasar por un exceso de no crear alarma”.

¿Por un exceso de crear alarma?

Por miedo a asustar a la población, dejamos que se quedasen atrapados en mitad de la M-30 durante horas sin comer, sin beber, en armazones de fría chatarra en la que se convierten los coches cuando acaban en medio de “la mayor nevada del siglo”. Por miedo a asustarnos, no dijeron que probablemente los supermercados iban a quedarse con las estanterías vacías después del temporal. Que MercaMadrid estaría cerrado. Por miedo a nuestro pánico, dejaron que el viernes las tiendas siguieran funcionando, que la gente siguiera cogiendo autobuses urbanos al salir de trabajar y que luego se quedasen varados, en medio de la ciudad, sin posibilidad de llegar a casa. O durmiendo en el centro comercial en el que trabajaban porque nadie dijo, aconsejó, ordenó, cerrar las tiendas al mediodía. Estábamos preparados, claro. Para salvar las rebajas.

Hace casi un año nos dijeron que las mascarillas no eran imprescindibles. Luego reconocieron que fue porque no había suficientes para todos y no querían alarmarnos. Hace un mes, se negaron a cancelar la Navidad. Esta semana, ante uno de los peores datos de contagios de la pandemia, Fernando Simón ha comparecido para decir que “lo hemos pasado, quizás, mejor de lo que deberíamos y ahora tenemos que asumir lo que va a suceder”. Una regañina, como si fuéramos unos niños. O peor: como si fuéramos idiotas. Idiotas que no pueden entender la gravedad de una pandemia ni tampoco de una borrasca que ha sepultado media España en nieve y por eso es mejor callar, no advertir a tiempo, no se vayan los chiquillos a traumatizar. A día de hoy sigo sorprendida. “No puede ser”, me digo, yo ya me creía mayor de edad.

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Sobre la firma

Margaryta Yakovenko
Periodista y escritora, antes de llegar a EL PAÍS fue editora en la revista PlayGround y redactora en El Periódico de Cataluña y La Opinión. Estudió periodismo en la Universidad de Murcia y realizó el máster de Periodismo Político Internacional de la Universitat Pompeu Fabra. Es autora de la novela 'Desencajada' y varios relatos.

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