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La inquilina envenenadora

El juez Pablo Ruz acusa de presunto homicidio en grado de tentativa a una mujer, que intentó envenenar a sus caseros con lejía e insecticida

Juan Diego Quesada
María Fernanda Maldonado, que fue víctima de una compañera de piso que trató de envenenarla a ella y a sus hijos, retratada en su cocina, en Móstoles.
María Fernanda Maldonado, que fue víctima de una compañera de piso que trató de envenenarla a ella y a sus hijos, retratada en su cocina, en Móstoles.Victor sainz

Por la puerta entró una señora de nombre misterioso, Teresa Pla. La inquilina de la casa, María Fernanda Maldonado, le enseñó a la recién llegada la que iba a ser su habitación a partir de ese momento, un habitáculo estrecho donde cabía una cama abatible y una estantería. La ventana del fondo daba a la calle. “Era para comérsela. Tan cercana, tan buena. Las palabras se le caían de lo suave que hablaba”, fue la primera impresión que tuvo Maldonado sobre su nueva compañera de piso.

Maldonado es limpiadora de profesión. Trabaja de nueve de la mañana a ocho de la noche. Hacía dos años que había alquilado un piso amplio de cuatro habitaciones en Móstoles, donde cupieran ella, sus dos hijos y un sobrino. Paga 800 euros de alquiler. Para llegar más desahogada a fin de mes, hace un año decidió alquilar un cuarto a alguien de fuera por 250. La primera que se presentó fue una señora de 71 años, de ojos grandes, nariz pronunciada y cara redonda. “Hola, soy Teresa Pla”, se presentó. Era uruguaya y adicta al mate.

A Maldonado le encantó, le parecía una compañera de piso discreta con la que seguramente nunca tendría ningún problema. O eso creyó.

La convivencia de Pla con la familia empezó bien. Ella apenas salía de su pequeña habitación, donde se pasaba el día viendo programas de entretenimiento en un televisor que colgó en la pared. Nada fuera de lo normal. Hasta que desapareció un periquito. La coexistencia se quebró entonces. Acabaría con Pla saliendo de la casa esposada, detenida por la policía, acusada de envenenar a Maldonado y a sus hijos durante varios meses con lejía e insecticida.

Como ya se sabe, las primeras muestras de distanciamiento entre las dos partes ocurrieron por un pájaro. Maldonado tenía uno llamado Kokito en el salón. Pla, también amante de los pájaros, puso su pajarera en el balcón. Dentro había dos agapornis, loros de cola corta y de un color azul turquesa que les hace parecer peluches. Un tercer agaporni que vivía libre acudía todas las mañanas a la jaula de los otros dos para beber y comer. Un día, Maldonado, para congraciarse con su nueva roommate, trató de atrapar al pájaro salvaje. Para ello abrió una rendija en la jaula y, en efecto, el animal entró. La mala suerte fue que uno de los que estaba dentro se escapó y voló libre. Seguía habiendo dos loros enjaulados, pero uno había sido reemplazado.

Maldonado se lo ocultó a Pla. Pero ella era una ornitóloga experimentada, y pronto descubrió el engaño. Notó que uno de ellos no tenía la anilla de la pata y que, para colmo, era color turquesa, no azul celeste. “No es el mío”, se quejó Pla. La dueña de la casa le explicó la peripecia, le enseñó un vídeo y se disculpó. La inquilina aceptó las disculpas. Sin embargo, algo se quebró entre ellas.

Los tres pájaros siguen viviendo enjaulados en la casa. Cuando se hace de noche, Kokito hace un ruido extraño difícil de interpretar, salvo para su dueña:

—Son besos, te está dando besos. Mira cómo le has gustado. Teresa también intentó envenenar a Kokito. Le echó lejía en el bebedero.

Después del incidente de la jaula, la vida siguió en el piso de Móstoles sin mayores sobresaltos. Hasta que a Pla se le rompió el televisor, su principal divertimento. En las siguientes semanas, Pla continuó sin televisor. Aburrida, cocinaba por la noche empanadas. Maldonado se quejó del olor a fritanga y del ruido. La convivencia se tensó. La inquilina se excusó ese mes con su parte del alquiler, dijo que no podía pagarlo. Sin embargo, apareció varios días después con una pantalla de plasma bajo el brazo.

A veces vivieron momentos de acercamiento. Pla le contó una vez que hacía poco le hicieron un TAC. Los médicos se olvidaron de ella y la dejaron una hora y 40 minutos en el túnel. Según su versión, eso le produjo un glaucoma en el ojo. Por eso había denunciado al hospital y estaba a la espera de la indemnización. “Con ese dinero usted y yo nos vamos a ir de viaje”, proponía Pla. Dos compañeras de piso que darían salto a una amistad y visitarían París, Roma, o cualquier otro lugar, hablando de pájaros y otras materias que las unían.

La tregua duró poco. Pla se quejó entonces de que su cuarto estaba invadido de hormigas. Maldonado le dijo que quizá se debía a la poca limpieza del cuarto. Discutieron. Pla pidió la contratación de una empresa de control de plagas. La dueña le dijo que primero retirara todas las bolsas y enseres que apilaba. No se pusieron de acuerdo. Se distanciaron. Era enero de 2020. Maldonado se hizo una tortilla de patatas, la dejó enfriar y cuando fue a la cocina, según cuenta, la encontró llena de hormigas.

—Me desquicié, me puse loca. Fui derechita al Leroy Merlin, compré un cerrojo y cambié la cerradura. Cuando quiso entrar no pudo hacerlo.

Pla se vengó. Fue a comisaría y denunció que la dueña la había intentado agredir y tirar por las escaleras. La policía detuvo a Maldonado por coacciones. “Me esposaron delante de mis hijos. Qué pena con ellos. Ellos no saben que después pasé la noche en el calabozo”, dice.

El periquito de Fernanda Maldonado, que también fue envenenado, según su dueña.
El periquito de Fernanda Maldonado, que también fue envenenado, según su dueña.Víctor Sainz

La policía pidió que dejaran a Pla entrar de nuevo a su cuarto. Se colocó de nuevo el viejo cerrojo. Enemigas declaradas, tuvieron que seguir viviendo bajo el mismo techo.

Maldonado asegura que rezó y le pidió a Dios que le diera templanza para soportar a Pla. Ella la había metido en casa y ahora no le quedaba otra que aguantarla. Los ruegos no surtieron efecto, quizá porque Maldonado, como asegura, no es demasiado devota. Quedaba el encontronazo final entre ambas.

La dueña de la casa comenzó a padecer dolor cervical. Lo achacó a 12 horas al día con la escoba y la fregona. Los chicos, que solían tener un estómago a prueba de bomba, sufrían diarreas y vómitos. Un día, una sopa les olió a lejía. Cuando uno de los muchachos calentó leche vio como se desbordaba el vaso y salían burbujas sospechosas. Entonces cayeron en la cuenta de que Pla podía estar envenenándolos. Fueron a comisaría en abril, en plena pandemia. Allí les dijeron que era una acusación demasiado fuerte y que necesitaban pruebas.

Jair, el hijo más pequeño de Maldonado, un manitas, instaló dos cámaras en la cocina. Una dentro de un enchufe y otra en una lámpara. Horas y horas de grabación que Maldonado revisaba al volver a casa exhausta. A veces se dormía repasando las imágenes. Después de un mes de búsqueda, cantó bingo: “Mira como entra en la cocina con el insecticida bajo el brazo. Lo echa encima del pollo congelado. Ahora todo tiene sentido”.

La dueña fue al juzgado con las pruebas definitivas a finales de agosto. “Me atendió un juez alto, de muy buen porte, que salía mucho en televisión, Ruz”. Era Pablo Ruz, el instructor del caso Gürtel. Pla fue detenida por un presunto delito de homicidio en grado de tentativa. El juez le impuso una orden de alejamiento del piso de Móstoles.

Aunque Pla es historia, las cámaras ocultas en la cocina continúan conectadas. Maldonado se ha acostumbrado a ellas:

—Me dejan tranquila. Nunca se sabe.



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Sobre la firma

Juan Diego Quesada
Es el corresponsal de Colombia, Venezuela y la región andina. Fue miembro fundador de EL PAÍS América en 2013, en la sede de México. Después pasó por la sección de Internacional, donde fue enviado especial a Irak, Filipinas y los Balcanes. Más tarde escribió reportajes en Madrid, ciudad desde la que cubrió la pandemia de covid-19.

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