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MADRID ME MATA
Columna
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La distancia que nos protege

Yo también dudo. Y me frustro. Así que llamo a mi madre para escuchar lo que ya sé. Y ella me lo dice: “Tú siempre has sido responsable”

Control de tráfico de la Guarda Civil en la A5, en la salida de Madrid el pasado domingo.
Control de tráfico de la Guarda Civil en la A5, en la salida de Madrid el pasado domingo.Víctor Sainz
Elvira Sastre

Yo también quiero ir a ver a mi familia. No necesito mucho tiempo, unos días son suficientes. O unas horas.

Quiero ver las arrugas de mi abuelo, sus manos grandes y cansadas, verle desde lejos mientras camina despacio, como un elefante, por las calles de Segovia. Quiero volver a escuchar su risa sin ruido. También quiero sentarme en la cocina con mi abuela, contarle la última que me han liado los perros, comer sus lentejas mientras escuchamos las cronológicas en la radio, decirle lo bien que huele siempre. Quiero irme de Madrid, esperar a que mi abuela salga de misa y darle una sorpresa. Celebrar juntas sus noventa años. No negarle el abrazo, colgarme de sus brazos, pellizcarle las arrugas de las manos como cuando era pequeña.

Quiero ver a mi padre. No sé cómo son sus días desde que se ha jubilado. No sé si ha vuelto a sus libros de siempre, a qué saben los platos nuevos que cocina, si piensa en mí de vez en cuando. Quiero ver cómo descansa. Y quiero ver a mi madre, estar con ella, recogerla del trabajo. Quiero apagar el ruido de su cabeza, apoyarme sobre su cuerpo en la cama, decirle que va todo mejor que nunca. Quiero ver a mis tíos, saber de mis primos, dar de nuevo a la tecla que reanuda todo, soltar el aire contenido. Y también quiero ver a Andrea, aunque por nosotras el tiempo nunca pase. Quiero volver a Madrid con ella. Traerla a casa, reírnos hasta las tantas, que llene la cocina del olor de sus platos, preparar nuestros viajes a América, soñar lo que sabemos que se terminará cumpliendo.

Pienso en todo esto, en la diferencia entre la necesidad y los deseos, en mi facilidad a la hora de asumir todo lo que viene dado, en que cuando se trata de cuidar al otro no existe otra opción. Recuerdo lo sencillo que fue al principio, cuando todos estábamos confinados y nada se presuponía de otro modo. Las reglas eran las mismas y era fácil cumplirlas. Pienso en todo esto, en la necesidad que tengo de ver a los míos y en la tristeza de no poder hacerlo, así como en la tranquilidad que da ser responsable. Pero entonces levanto la mirada y veo lo que sucede: normas que se saltan, trampas para escaquearse de las medidas, personas que no cumplen. Muchos se van sin problema a pesar del confinamiento perimetral de otras comunidades. No les cuesta. Piensan en los suyos como pienso yo, sienten la misma necesidad que siento yo, pero de otro modo. Porque mi amor por ellos está en esta distancia que mantengo porque sé que nos protege, y eso está por encima de cualquier deseo o necesidad.

Y sí. Yo también dudo. Claro que dudo. Y me frustro. Así que llamo a mi madre para escuchar lo que ya sé. Y ella me lo dice: tú siempre has sido responsable. Y me quedo en Madrid aunque Madrid se vacíe.

Madrid me mata.

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