El río higiénico
Desde hace años, el Manzanares ya no es el pozo urbano que embolsaba el agua cloacal de Madrid, sino un río esforzándose por liberarse del cemento
La suspensión por causa de la peste de las 15 horas de maravilla semanal que proporcionaba la Liga Santander fue una tragedia nacional que al cabo del confinamiento obligó a multitud de madrileños a matar las horas muertas deambulando sin rumbo. Los que se dejaron llevar por el desnivel de la calle de Segovia acabaron en el fondo de un extraño valle. Medio zombis, medio nostálgicos, comprobaron que el estanque de aguas putrefactas al que los ultras del Atlético habían arrojado a Francisco Javier Romero, Jimmy, después de matarlo a patadas allá por noviembre del 2014, había sido reemplazado por un río de corriente cristalina.
Para la transformación del Manzanares fue necesario levantar las compuertas de los diques construidos en la posguerra.
Asomados al viejo pretil, los vagabundos vieron que el cauce se dividía en brazos de curvas caprichosas sobre un fondo de arena dorada. El agua fluía entre un bosque incipiente de cañas y sauces. Perplejos advirtieron que algo se movía entre las ramas: a veces una gallineta, a veces un chorlito, o una agachadiza, abandonaban la sombra para limpiar de insectos su parcela de playa. Era temprano por la mañana, las golondrinas giraban sobre el cauce y una familia de gansos del Nilo se adueñaba de la corredera. En el fondo del canal, sin perder de vista los carrizos, un barbo de medio metro revolvía el limo en busca de ninfas.
El Manzanares ya no era el pozo urbano que embolsaba el agua cloacal de Madrid, sino un río esforzándose por liberarse del cemento. Uno de los autores de la transformación es el ingeniero Santiago Martín Barajas, veterano de Ecologistas en Acción que en 2016, con la venia del Ayuntamiento, hizo una única cosa: levantar las compuertas de los diques construidos en la posguerra. “Para regenerar un río primero hay que dejarlo suelto”, receta. “Aquí todo vino solito. Los barbos, los gobios, las carpas, los galápagos, las nutrias, las culebras, las 85 especies de aves, los álamos, las eneas…”.
El agua corriente no solo repobló animales y plantas. Desencadenó un proceso de limpieza. “Los carrizos y las eneas son las plantas más depuradoras y más abundantes en el Manzanares”, dice Martín Barajas. “Alcanzan tres metros de altura y se pasan el día absorbiendo masivamente nitrógeno y fósforo, que es, básicamente, todo lo que va por el váter. La Confederación Hidrográfica del Tajo hace análisis cada mes: en el Puente de los Franceses y en el Nudo Sur. Entre uno y otro hay 7,5 km y se produce una reducción de nitratos y fosfatos del orden de un 60%. En la zona de Legazpi el agua parece un cristal”.
Haya o no haya Liga, el río trabaja día y noche por los madrileños. Cuanto más salvaje, más higiénico.
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