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Las 10 de… Hilario Camacho

Le perdimos hace ahora 14 veranos. Su obra, muchas veces por delante de su tiempo, nos sobrevivirá a todos

Hilario Camacho, durante un recital.
Hilario Camacho, durante un recital.SANTOS CIRILO

Madrileño de la calle de Fuencarral, número 135, donde había nacido en junio de 1948. Su orfandad temprana e infancia desvaída labraron un carácter melancólico, taciturno, guadianesco. Siempre severo consigo mismo y más bien atormentado con la vida, canalizó su extraordinaria sensibilidad a través de un cancionero rico, hermoso, complejo; a menudo adelantado a su tiempo, lo que le alejó del gran público pero granjeó el entusiasmo de los numerosos músicos ilustres que le frecuentaron. Le llamaron “el Cat Stevens español”, un “arquitecto de sueños” que legó una decena de álbumes a menudo indispensables. Hace ahora justo 14 veranos, el 16 de agosto de 2006, el cuerpo sin vida de Hilario Camacho Velilla apareció en su pequeño piso, una quinta planta en la calle de Goya. Una exhaustiva biografía de Álvaro Alonso, El Trovador de Chamberí (Eds. Sílex), reivindica ahora su obra y figura. Algunos de los hallazgos de ese volumen alimentan estas líneas que siguen.

Como Todos Los Días

(De A Pesar De Todo, 1973)

Un Hilario jovenzuelo se presenta con ¡30! canciones ante el ilustrísimo productor Alain Milhaud, el hombre que había catapultado a Los Bravos, Los Canarios o Pop Tops. El francés se lo lleva al estudio de cabeza. Este alucinante blues recitado, a la manera de Dylan, no solo era revolucionario en el panorama musical de entonces. Simboliza además el hastío y la grisura de aquella España anodina y conformista.

Cuerpo De Ola

(De De Paso, 1975)

Su primer éxito –o casi– es esta maravilla acústica, en la línea de Gordon Lightfoot o Al Stewart. Y de temática escabrosa: la letra, de su enigmático amigo Francisco Escalada, parece relatar una historia de amor entre padre e hija, pero la censura no se enteró de nada. La deliciosa flauta del final corresponde a un jovencísimo Jorge Pardo, con producción esta vez de Gonzalo García Pelayo (Triana).

Volar Es Para Los Pájaros

(De De Paso, 1975)

Una metáfora bastante evidente sobre las ansias de libertad en los estertores de aquel franquismo cruel, ruin y represor. La letra se la prestó su gran amigo Pablo Guerrero, que se disgustó con Camacho porque este se empeñó en añadir al verso final, “Miro hacia el cielo y salto”, un muy dramático “Miro hacia el suelo y caigo”. Escalofríos.

Mis Pies Pisan La Roca

(De La Estrella Del Alba, 1976)

El título completo incluye un “Mi cabeza sobre nubes va flotando”. Una fabulosa apoteosis jipi, inspirada musicalmente en Van Morrison o Stephen Stills, pero con un fuerte componente psicodélico quizá derivado de su pasión por Allen Ginsberg. Años luz por delante de casi todos sus compañeros de generación.

Madrid Amanece

(De La Mirada En El Espejo, 1981)

“Nació casi de un tirón”, explicaba su autor, “un día mirando desde mi ventana [en la calle de José Abascal], durante un amanecer, el cielo, la calle y la gente”. Radical cambio de sonido de la mano de Joaquín Torres, obsesionado por entonces con el pop ultraelegante de Christopher Cross. Y un retrato agridulce (“Qué solo estás en medio de tanta gente”) de una ciudad que amaba pero le parecía hostil.

Negra Noche

(De Subir, Subir, 1983)

Una de sus grandes joyas junto a Sabina, con quien mantuvo un vínculo fluctuante: muy cómplice al principio, más desapegado con el tiempo. Producción rutilante, saxo incluido, para una pieza con el inconfundible imaginario noctívago (“Noche maquillada con seda y carmín”) de nuestro Conde Crápula.

Chica De Papel

(De Subir, Subir, 1983)

El gran salto de la intelectualidad a la crónica cotidiana. Según el libro de Álvaro Alonso, el retrato verídico de dos muchachas de costa Fleming que de aquella salían con Hilario y el coautor del tema, Carlos Villarrubia. “Yo vivía en Padre Damián”, detalla Villarrubia, “trabajaba como periodista, ganábamos lo justito para pagarnos la casa y en esos sencillos apartamentos vivían chicas que ejercían la prostitución”.

Tristeza De Amor

(De Gran Ciudad, 1986)

Melancolía pura, puro Camacho. Su canción seguramente más recordada, gracias a que dio título y sintonía a la entonces popularísima serie de TVE, con Alfredo Landa, Concha Cuetos y Carlos Larrañaga en los principales papeles. Pero el disco sale semanas tarde y la previsible gran eclosión comercial de Hilario se desvanece.

Sol En Invierno

(De El Mercader Del Tiempo, 1990)

Una debilidad del propio autor, que quiso reflejar “la sorpresa cálida, llena de luz y vida”, de un súbito enamoramiento. Produce el gran maestro Suso Saiz, que apuesta por un inesperado vibráfono y un excelente coro femenino, mientras que la guitarra pedal steel es cortesía de Ramón Arroyo (Los Secretos) y la percusión, del grandísimo Tino Di Geraldo. De nuevo, muy por delante de todos. De nuevo, mayormente ignorado.

Y Así Vi Volver

(De No Cambies Por Nada, 2003)

Un chico toca en un grupo y enamora a una chavala desde lo alto del escenario. Una de sus últimas y más bellas canciones originales, pese a las horrorosas bases rítmicas. Con todo, Alonso revela en El Trovador De Chamberí que existen hasta 20 maquetas aún inéditas, “elaboradas y con buen sonido”. Habría que hacer algo con ellas, sin duda.

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