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EL MADRID POSCOVID
Tribuna
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Reconstruir el mito turístico para hacer la mejor ciudad posible

La pandemia ha dejado claro que es un riesgo para Madrid depender tanto de un sector volátil y con unos beneficios inciertos

Zonas abiertas para uso peatonal en el Paseo del Prado durante el estado de alarma.
Zonas abiertas para uso peatonal en el Paseo del Prado durante el estado de alarma.SANTI BURGOS

Lo normal no necesariamente es sinónimo de lógico o conveniente. Al revés, muchas veces lo normal es muy raro pero el mito nos impide ver lo absurdo que hay en ello. Hablamos de turismo y la pregunta es cómo debería ser el Madrid post covid-19 pero, para responderla, empiezo yéndome al pasado y a Burdeos, a través del libro de Elizabeth Becker Overbooked. The Exploding Business of Travel and Tourism (Simon and Schuster, 2013).

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La escritora norteamericana analiza en él la industria turística internacional y en un capítulo se para en Burdeos, que elige como ejemplo de ciudad que ha sabido regenerarse e integrar el negocio de la hospitalidad sin cargarse su vida urbana. El retrato de Becker es de hace años, durante el segundo mandato de Alain Juppé como alcalde de la capital de Aquitania, y quizá demasiado entusiasta, pero lo que interesa aquí es la fórmula que le da Juppé: “La clave para el buen turismo es planificar la ciudad para sus habitantes. Si eso se hace bien, los visitantes también estarán felices”.

Todo lo que se haga ahora y en el futuro en Madrid para lograr la normalidad que nos conviene debería pasar el filtro de este axioma. El secreto es tan sencillo como revolucionario: poner la economía al servicio de la gente y de la ciudad y no al revés. Es perfectamente lógico y absolutamente conveniente, pero suena imposible. Para empezar, por eso del mito. El primer reto para tener una ciudad saludable en materia turística es destruir el relato turístico y construirlo de nuevo, pero esta vez basado en hechos reales.

Hemos aprendido que el turismo es un gran invento. Nos lo han enseñado no sólo a través de películas de Paco Martínez Soria, también con datos que se comunican como si fuesen hazañas deportivas y no propios de una actividad económica que merece ser revisada en profundidad. Sí, el turismo aporta un montón a nuestro PIB. Sí, el turismo genera mucho empleo. Pero, ¿qué tipo de empleo? ¿Es el PIB una forma suficiente de entender los beneficios que ofrece una actividad a la sociedad? ¿Es bueno depender tanto de un sector como éste? ¿Es verdaderamente rentable para los territorios donde opera tal y como está planteado?

Para crear una ciudad justa, se debe garantizar la función social de la vivienda —otro mito ibérico a derribar: el inmobiliario; íntimamente ligado, además, al desarrollo turístico—.
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Aunque parezca increíble, nadie se ha parado a hacer y comunicar bien los números de este asunto económico. Casi nadie. Lo que nos repiten para no cambiar el modelo es que, hasta que la covid-19 lo paró todo hace cuatro meses, el turismo —viajes de ocio pero también de trabajo— era el cuarto negocio del mundo, suponía en torno al 10% del PIB global y empleaba a casi el mismo porcentaje de la población ocupada. El año pasado hubo, según la Organización Mundial de Turismo (OMT), 1.461 millones de llegadas internacionales con pernoctación. En España, son 83 millones de visitas y casi el 12% del PIB en 2019. Dicho así, suena despampanante, pero…

Una investigación realizada unos años atrás en Ámsterdam por una plataforma de periodismo de investigación, Investico, y la revista De Groene Amsterdammer hacía un análisis en detalle de las cifras contables en esa ciudad, una de las más afectadas por la sobredosis turística de la que se ha venido hablando últimamente. En sus cálculos, tenían en cuenta los ingresos por tasa turística —que allí existe, no como en Madrid— y por el impuesto a los cruceros. También lo generado por el gasto de los visitantes y su impacto real en la economía local —constatando que buena parte de las empresas del sector, incluidas tiendas de souvenirs y de alquiler de bicis y viviendas turísticas, pertenecen a capitales internacionales—. Como gastos, la investigación incluía la promoción, las subvenciones a museos y otras atracciones y los relativos a limpieza, vigilancia, transporte y otros servicios públicos. Resultado: no es que los beneficios estén sobreestimados, es que, en pleno bum turístico, Ámsterdam pierde dinero cada año con esta actividad. ¿Alguien ha hecho ese cálculo en Madrid?

En cuanto al empleo, recojo lo expresado por el investigador Jorge Sequera en un artículo reciente en este mismo diario: “El sector del turismo tiene un salario medio un 17% más bajo (19.000 euros al año) que la media de España, un 30% más bajo que el de la industria (27.000 al año), con una tasa de temporalidad laboral desorbitada y en un 60% con contratos a tiempo parcial, según la propia patronal”. Y esto en un contexto de crecimiento y aumento de beneficios por parte los grandes operadores.

Todo este cóctel numérico bien combinado nos da unas cuantas ideas más para seguir pensando en una normalidad conveniente para el turismo en Madrid más allá del mito. En primer lugar, evitar la altísima dependencia que hemos venido acumulando. La prueba la tenemos ahora sólo con dar un paseo. El virus ha parado de golpe buena parte de la actividad de una ciudad que, sobre todo en su zona centro, vivía del ocio dedicado a turistas de aquí y de fuera. El escandaloso silencio de las calles un sábado noche es el aviso de un agujero económico difícilmente soportable. Ha sido una pandemia, pero podría haber sido una crisis económica global, un conflicto geopolítico, el pico del petróleo o la erupción de un volcán en Islandia: el negocio se ha parado de la peor manera posible, de golpe y con casi todo apostado a esta carta. El problema en el corto plazo puede parecer la ausencia de turistas. El problema real tiene que ver con la excesiva dependencia.

La covid-19 también deja otra lección evidente a aplicar en el futuro. Los turistas pueden traer el virus y necesitar por eso asistencia sanitaria aquí, aunque no pagan los impuestos que la soportan. Tampoco se hacen cargo de los gastos que acarrean en materia de seguridad, limpieza, transporte... La tasa turística puede que tampoco sea normal pero es completamente razonable y solidaria, algo que debería comunicarse así para seguir desmitificando el relato oficial. Y, ya que hablamos de impuestos, otra obviedad muy rara pero ineludible: que las empresas que operan en el territorio paguen su tributo aquí. También las españolas, escondidas muchas veces en los recovecos del paraíso fiscal.

Sigo con las propuestas, vuelvo al axioma de Burdeos. Para crear una ciudad justa, se debe garantizar la función social de la vivienda —y aquí tenemos otro mito ibérico a derribar: el inmobiliario; íntimamente ligado, además, al desarrollo turístico—. Por no salirme mucho del tema, hablaré sólo de las viviendas de uso turístico (VUT), un mercado que, para conservar la ciudad, hay que regular e incluso intervenir. Ámsterdam, otra vez, ha anunciado que prohíbe los alquileres turísticos en tres barrios de su centro histórico. La ciudad holandesa, como Barcelona y muchas otras, lleva años intentando frenar el avance de plataformas como AirBnb y las consecuencias de su operativa en los precios de la vivienda con todo tipo de regulaciones que no han servido para nada. Este último anuncio parece radical pero puede que no sea suficiente. Lo cierto es que, en vista del comportamiento de las plataformas y los ofertantes de VUT, se hace necesaria una intervención para tener acceso a sus datos y controlar la oferta. De esta manera, y junto con regulaciones para el mercado general de vivienda, no sólo se limita el impacto en los precios, sino que se puede gestionar la capacidad de carga de determinadas zonas y redistribuirla según los criterios que convienen a la ciudad.

Por supuesto, hay que gobernar también la oferta hotelera. Madrid, bien conectada por transporte público —que hay que defender, por cierto, como servicio básico para nuestro futuro—, debe alojar a sus visitantes por todo el territorio. Y, al tiempo, tratar de repartir mejor las atracciones turísticas. Es verdad que la mayoría de los reclamos históricos y culturales están en el centro, pero ahí está la política para repensar los equipamientos, los recursos y la celebración de eventos. Una oferta que también debe ser replanteada no sólo por los criterios sanitarios exigidos por la covid-19, también por las necesidades que la crisis económica consecuente deja al descubierto.

Hay otros asuntos clave para hacer una mejor ciudad que tienen que ver con la movilidad, el medio ambiente, el espacio público, la mezcla de usos en los barrios, el apoyo al pequeño comercio y la protección del patrimonio. Es un buen momento para hacer un replanteamiento de todos ellos y para hacerlo también de otra manera, a partir de la participación en la toma de decisiones no sólo de administraciones y representantes del sector, sino de los distintos agentes sociales implicados y de la ciudadanía. Para completar el axioma que ha servido de hilo argumental en este texto, se trata de planificar Madrid para sus habitantes y con sus habitantes. De pensar en común en el bien común.

Pedro Bravo es escritor, autor del libro ‘Exceso de equipaje’ sobre el turismo, su evolución e impacto

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