Nos juzgarán por nuestro trato a los mayores
Expertos de distintas áreas —teletrabajo, movilidad, innovación, urbanismo, turismo...— compartirán propuestas para mejorar la vida tras la experiencia de la pandemia
En el yacimiento de Dmanisi (Georgia) se encontraron restos con 1,8 millones de años de antigüedad, de un anciano desdentado que había logrado sobrevivir supuestamente gracias a que el resto del grupo habría proporcionado alimentos que no requerían masticar. Las evidencias fósiles de individuos que sobrevivieron pese a tener discapacidades es cada vez mayor, algo que solo se puede explicar por el apoyo y los cuidados que recibieron de sus familiares o de los miembros de su grupo. Lo que sugiere que el cuidado de las personas dependientes se remonta a las primeras manifestaciones del género “Homo”.
¿Cómo calificarán los antropólogos del futuro la sociedad que habitó estos páramos de lo que hoy es Madrid, cuando encuentren indicios de cómo cuidamos a nuestros mayores dependientes? Quizás averigüen que, a comienzos del lejano siglo XXI, un acontecimiento sobrevenido y traumático, algunos especularán que pudo ser una pandemia, produjo una transformación en esa sociedad. Hoy estamos a tiempo de decidir cómo será ese cambio.
Ofrecer atenciones y servicios en domicilio a mayores debe ser una prioridad social. Se necesitarían 7.500 plazas residenciales para llegar a lo que recomienda la OMS.
Algo que debemos cambiar es la forma de cuidar a nuestros mayores. Se habla mucho de un nuevo modelo residencial para ellos, pero apenas se va más allá de cuestionar la titularidad de los centros o pedir su medicalización.
Conviene considerar, en primer lugar, que la situación que estamos viviendo, marcada todavía, y posiblemente durante algún tiempo, por la amenaza del virus, es excepcional. Y que las medidas que ahora hay que adoptar no pueden ser “el modelo” de futuro. Me niego a imaginar que el futuro de la sociedad esté condicionado por el miedo a una pandemia. No es la primera ni será la última que sufra la humanidad. Aunque sabemos que habrá cambios importantes; siempre ha sido así a lo largo de la historia. Tampoco un virus puede definir el futuro de las residencias, aunque también en ellas habrá, debería haber, cambios importantes.
Es cierto que las residencias constituyen lugares de alto riesgo ante la covid-19, por la avanzada edad de sus usuarios, la fragilidad de su salud y por convivir en un espacio colectivo; además, los cuidados que necesitan requieren contacto físico para movilizar, asear, vestir… Por eso, la vuelta a la normalidad en ellas va a ser un proceso largo y complicado, con medidas muy exigentes para evitar que el virus vuelva a entrar. Es posible que sea inevitable, pero habrá que pensar en sus demoledores efectos sobre el estado emocional y la salud de los mayores. Les estamos privando de algo tan importante como el contacto familiar y las relaciones sociales. También de pena pueden fallecer las personas mayores, si se mantiene mucho tiempo esto que llamamos “nueva normalidad”.
Superado este periodo de excepcionalidad, podremos repensar -y construir- un nuevo modelo residencial, que debe comenzar retrasando el ingreso en una residencia, facilitando que las personas puedan seguir en su casa el mayor tiempo posible. Esa debe ser la prioridad de los servicios sociales: ofrecer atenciones y servicios en el domicilio, que compensen las limitaciones funcionales asociadas a la edad y permitan la mayor autonomía personal para la convivencia.
Ir a una residencia supone en ocasiones alejarse del lugar donde se ha vivido. El urbanismo, en muchos municipios, se ha olvidado de la tercera edad
La ayuda a domicilio y la teleasistencia que ofrecen actualmente los servicios sociales son muy limitadas, con poca cobertura e intensidad, a pesar de que en la Comunidad de Madrid ambos servicios están por encima de la media estatal, menos en intensidad de la Ayuda a Domicilio, que ni siquiera llega a cinco horas a la semana. Ampliar estos servicios permitiría aumentar la permanencia de las personas mayores en su casa, de forma autónoma o al cuidado de sus familiares. Para eso hay que diseñar los hogares del futuro con la perspectiva de que todos, en algún momento de nuestras vidas, podremos tener limitaciones funcionales; hay que desarrollar tecnologías para la autonomía y la seguridad en el hogar, e incrementar los centros de estancias diurnas y las estancias temporales en una residencia.
Sin olvidar que, para muchas personas, estos servicios se tienen que complementar con relaciones de buena vecindad y voluntariado, para paliar los demoledores efectos que produce la soledad y el aislamiento.
Solo cuando esos apoyos no sean suficientes para la permanencia de una persona mayor en su domicilio en condiciones dignas y seguras, necesitará una alternativa residencial ¿Cómo debería ser?
Convendría comenzar diciendo cómo “no” deberían ser. Las residencias no deberían ser hospitales de baja intensidad, como algunos proponen. No hay ningún centro tan medicalizado como un hospital, pero nadie quiere vivir en un hospital. Las personas mayores no van a una residencia cuando necesitan atenciones sanitarias, sino cuando necesitan un lugar para vivir.
Por eso necesitamos residencias de carácter hogareño, donde las personas mayores no sean infantilizadas ni privadas de su capacidad de decisión. Proteger no autoriza a controlar sus decisiones por parte de expertos en salud o en cuidados. Hay que ofrecerles oportunidades para vivir y convivir, no solo para sobrevivir, como personas con pleno derecho a disfrutar de su vida de acuerdo con sus propios deseos.
Este nuevo modelo exige que las residencias sean servicios de proximidad, para continuar viviendo cerca de su hábitat habitual, donde el contacto con familiares y amigos sea fácil de mantener. Y para que los residentes sean vecinos de un barrio, pueblo o ciudad, paseando por la zona y participando, según sus posibilidades y deseos, en su día a día y en los eventos ciudadanos.
No es fácil de lograr en la Comunidad de Madrid, ya que los municipios más poblados disponen de poco suelo público para esa finalidad, incluso resulta difícil encontrar suelo privado donde construir residencias de mayores. Con esta carencia, será complicado construir las 7.500 plazas residenciales que Madrid necesita para alcanzar la ratio de 5 plazas por cada 100 personas mayores de 65 años, que propone la OMS. Podemos decir que, en muchos municipios, el urbanismo se ha olvidado de las personas mayores y les condena a pasar sus últimos años lejos del lugar donde han vivido.
Intimidad y autonomía
Hay que superar también el carácter institucionalizador de muchos centros, con impersonales comedores y salas de estar, sometiendo a los mayores a un estrés de continuos traslados, en los que, jornada tras jornada, todo está organizado de manera colectiva: comidas, actividades, terapias…, anulando toda identidad personal.
Las residencias tienen que ofrecer un espacio, donde los mayores puedan continuar su proyecto vital y mantener su intimidad y el margen más amplio posible de decisiones sobre su propia vida, en función de sus deseos y aficiones: qué comer, qué actividades realizar o cuáles no, con quien compartir espacio vital… Centros donde no “aten” a los mayores para impedir que deambulen o se caigan. Hay muchas formas de procurar la seguridad, sin necesidad de sujeciones físicas o farmacológicas que les impidan moverse, levantarse, deambular... Por dignidad. Sin olvidar la necesidad de las personas mayores de disfrutar del ocio y la convivencia al aire libre, en jardines o patios accesibles de forma cotidiana.
La situación tan dramática que hemos vivido pone también de manifiesto la necesidad de mejorar la coordinación con los servicios sanitarios, bajo la premisa de que las personas mayores tienen el derecho a recibir atención por parte del Sistema Público de Salud, vivan donde vivan, en su casa, en un hotel o en una residencia pública o privada. La salud de las personas mayores no es responsabilidad de las residencias; la residencia es su domicilio, no un servicio sanitario ni sociosanitario.
Los servicios sanitarios deben orientar y supervisar las medidas que las residencias tienen que adoptar para la salud de sus residentes; en situaciones de alerta sanitaria y en cualquier otro momento. Y deben coordinarse para una atención ambulatoria eficaz y eficiente.
También es necesario implantar la atención hospitalaria en residencias, cuando las patologías puedan ser atendidas en ellas por el equipo médico del hospital. Ya existen experiencias con resultados muy positivos: reducen la ocupación de camas hospitalarias, evitan los efectos de la hospitalización, especialmente el estrés y desorientación en personas con demencias; se libera a sus familiares de la obligación de estar en el hospital día y noche...
Este es el modelo de residencias que las personas mayores necesitan: lugares para vivir y convivir, conforme a los deseos de cada cual; en entornos con vida vecinal, que favorezcan las relaciones familiares, con cuidados y atención personalizada y donde sean tratadas con dignidad.
Quiero pensar que si los antropólogos del futuro encuentran restos de esta forma de atender a las personas mayores en el territorio de lo que se llamaba Madrid, sigan calificando a quienes lo habitábamos en el lejano siglo XXI como “humanos”. Espero que no encuentren indicios de que a las personas mayores en esa época se les alejaba de sus aldeas, se les privaba de decidir y decidían por ellos unos “expertos”. Que los sujetaban para que no se movieran. Que algunas autoridades los querían tener “en una urna”. Y que cuando la sociedad sufrió una epidemia, no se les atendió por ser mayores. Y que no encuentren la nómina de algún trabajador/a de alguna residencia, porque quedaría claro lo poco, muy poco, que se valoraba el cuidado de las personas mayores. Si encuentran esos indicios, quizás algunos antropólogos del futuro considerarán que la sociedad que habitaba Madrid en el siglo XXI no se podía calificar propiamente como perteneciente al género “Homo”; y en lo que a buen seguro todos coincidirán, es que ya no pertenecíamos a la especie “Sapiens”.
Gustavo García Herrero es exdirector de residencias y miembro de la Junta Directiva de la Asociación de Directoras y Gerentes de Servicios Sociales.
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