El muro histórico de Madrid que se echa a temblar cuando llueve
El consistorio finaliza la rehabilitación de la valla de ladrillo del siglo XVIII de la Casa de Campo, que entra en peligro con las lluvias torrenciales
Llovía a mares, así que salieron a la calle. Se calzaron sus botas de agua, se enfundaron en los ponchos y agarraron las azadas, se montaron en los coches y circularon hasta uno de los límites que separa la Casa de Campo de Pozuelo. Una vez aparcados atravesaron los caminos embarrados hasta llegar al lugar crítico. Allí les esperaba, tal y como se habían imaginado los vecinos, una enorme balsa de agua acumulada al otro lado del muro histórico, que cierra el parque madrileño desde el siglo XVIII. La cuadrilla anónima debía de cavar rápido para crear el cauce de un río de urgencia y aliviar la presión del aluvión, antes de que se llevara por delante el muro de ladrillos que los reyes mandaron levantar hace siglos para impedir la salida de la caza y la entrada de los furtivos.
Los tractores del lado pozueleño aran la tierra durante el año hasta hacer desaparecer el paso natural del caudal del liviano arroyo del Portugués que un día al año se convierte en un torrente de malas noticias. Después de varias horas cavando, los vecinos de la plataforma Salvemos la Casa de Campo, empapados, lograron reconducir las aguas hasta los ojos del muro hechos para dejar escapar la crecida del arroyo. Un año más volvieron a salvar del derribo un elemento esencial de este Bien de Interés Cultural (BIC) y así llevan los seis últimos, pidiendo una solución a ambos ayuntamientos. Pozuelo no les contesta y Madrid puso en marcha el pasado mes de noviembre una restauración -interrumpida por el coronavirus- que acaba de culminar.
Al jefe de obra ahora no le preocupa tanto la gota fría como el tiempo que tardarán en vandalizar con grafitis la operación que ha rescatado ladrillo a ladrillo el muro original. Los ciclistas descienden por la pista ancha que corre junto a la traza histórica restaurada y continuan su marcha. También es el paso habitual de pelotones de corredores, que siguen el trazado rompepiernas conocido como “la tapia”. Carlos Buchó, portavoz de la plataforma que se dedica a velar por la salud patrimonial del parque, cruza el camino, nos lleva al otro lado del muro, sorteando zarzas y raíces, y señala la marca que dejó la última crecida que se estampó contra el ladrillo. Algo más de metro y medio.
Alfonso XIII fue el último rey que patinó sobre el lago congelado de la Casa de Campo, una vez la República hizo de este coto privado de la monarquía un parque público para la ciudadanía, no había caza que retener ni furtivos que contener. Pero quedaban las trazas históricas que conservar. “Ya sabemos que la Casa de Campo es un pulmón de la ciudad, pero no atendemos a los orígenes históricos. Fue un Real Sitio y en 2010 fue declarado BIC como tal, por eso reducirlo únicamente a lo ambiental es empobrecerla. Hay que dar pasos para recuperar su sentido histórico y esta valla es un valor por descubrir y visitar”, cuenta Buchó de un muro del que cada metro ronda los 2.500 kilos. Tampoco hay un apoyo didáctico que cuente la importancia de este elemento y haga visible sus orígenes, en tiempos de Carlos III, y a sus creadores, los arquitectos seguidores de Francisco Sabatini.
Buchó no contiene su vehemencia al contar cómo los nuevos ojos de los arcos del muro, que deberían evacuar la crecida, van a ser semienterrados. Lo lamenta porque es probable que en el próximo aluvión les toque volver con las azadas. También señala esa gran torre que soporta el tendido eléctrico y cruza el bosque: “Es de 220.000 voltios y la Unión Europea prohíbe que cruce un parque natural. Pero nadie se quiere hacer cargo del coste que supondría sacar estar torres de la Casa de Campo”, dice.
“El muro de la Casa de Campo se está rehabilitando siempre. Esto no se acaba nunca, porque el agua es imparable”, explica Santiago Soria, subdirector de parques y viveros del Ayuntamiento de Madrid, que asegura que en los últimos 15 años se han invertido dos millones de euros en la rehabilitación del patrimonio del parque. “El patrimonio no cuesta mantenerlo y vale más de lo que cuesta”, sostiene Soria. En esa partida dedicada a la conservación del pasado está incluido el rescate del acueducto de La Partida, obra de Sabatini, y el palacete de los Vargas, que sigue pendiente de ser dotado con una función. A los integrantes de la plataforma les gustaría que el consistorio apostara por dedicarlo a un museo sobre la Casa de Campo. Soria cuenta que ha habido caídas de valla “toda la vida” por presión del agua. “Los arroyos lo convierten en un sitio problemático”, añade.
Todos los vestigios históricos son importantes. “Incluso una valla. Debemos mantener todo lo que nos muestre cómo fuimos. Todo nos representa”, asegura Santiago Soria. Incluso las extravagancias del rey prudente, Felipe II , que ordenó traer de África a la Casa de Campo elefantes, dromedarios, rinocerontes, leones… y avestruces y camellos a Aranjuez. Fueron sus parques zoológicos un peligro contra la seguridad, que en 1563, con el recinto sin amurallar, vio cómo escapaba una leona que acabó con la vida de un cortesano, mientras la familia real contemplaba la escena desde su carruaje, cuenta el historiador Geofrey Parker, en su libro El rey se divierte. Más tarde, en 1962, los dromedarios regresaron al parque, cuando el productor de cine Samuel Bronston regaló al Ayuntamiento los ejemplares que había utilizado para el rodaje de una de sus películas rodadas en la ciudad, El fabuloso mundo del circo. Se dejaron en una loma a la que llamaron la Colina de los camellos y a la que los vecinos acudían a darles de comer.
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