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“El verano pasado no paré ni un día. Este lo tengo en blanco”

Trabajadores estacionales, que sacan durante estos meses el grueso de sus ingresos, han visto cómo se quedaban sin actividad por la pandemia

Jose Ángel Rumbero, en un almacén de su empresa de pirotecnia “Pepe Cohete” en Valmojado.
Jose Ángel Rumbero, en un almacén de su empresa de pirotecnia “Pepe Cohete” en Valmojado.DAVID EXPOSITO

La tienda de José Ángel Rumbero se hace llamar Pepe Cohete, su nombre artístico. Este joven de 28 años es pirotécnico por herencia paterna, aunque ha dado un giro a Discomfa, la empresa familiar. Habitualmente, en enero prepara “la temporada”, es decir, el tramo que va de abril a octubre. Lo fuerte. Verbenas, festivales, actuaciones… El ritmo del verano y sus noches tardías vienen marcados, en parte, por sus disparos de fuegos artificiales, tracas o espectáculos de luces. Hasta que llegó el coronavirus. “Poco a poco fueron cayendo cosas. Ahora solo esperamos a que salga algo, aunque sea pequeño”, cuenta.

Rumbero es de Griñón, al sur de la Comunidad de Madrid, pero sus sedes de trabajo se encuentran en Valmojado, el primer pueblo de Toledo entrando por esa esquina. Guarda en un recinto aparte, alejado de viviendas y rastro humano, todo el material necesario para el oficio. Bombetas, pitos y truenos, candelas romanas: en pilas de cajas se acumula lo que debería haber prendido en estas semanas y que hoy solo son lamidas por su perro (apodado –adivinen- ‘Cohete’). “Tenemos currillos en teatros o programas de televisión, pero eso solo significa un 5% de nuestros ingresos. El resto es en estas fechas y lo vamos a perder”, dice el responsable, que ya “salió tocado” de la crisis de 2008. “Somos 15 trabajadores y otros 10 de refuerzo. He tenido que hacer un ERTE y no sé qué pasará. Espero aguantar”, resopla. Hasta el 15 de abril, en la Comunidad se firmaron 63.704, afectando a un total de 421.734 trabajadores, según la Consejería de Economía.

En la foto, Diana Ventura (34), empleada en empresas de montaje de escenarios, en Vallecas.
Madrid, 2020.
En la foto, Diana Ventura (34), empleada en empresas de montaje de escenarios, en Vallecas. Madrid, 2020.DAVID EXPOSITO
En la foto, Laura C. Vela (28), fotógrafa de bodas,  editando unas fotos en el ordenador de su casa, en el barrio de Torre Arias.
Madrid, 2020.
En la foto, Laura C. Vela (28), fotógrafa de bodas, editando unas fotos en el ordenador de su casa, en el barrio de Torre Arias. Madrid, 2020.DAVID EXPOSITO

Una sensación extensible a muchas personas que en la región vuelcan en estos meses la mayor parte de su renta y cuyos negocios responden al perfil conocido popularmente como “hacer el agosto”. Como Beatriz Quirós, guía turística de 36 años. “El año pasado no descansé ni un día desde marzo hasta finales de julio”, dice. Acostumbrada a pasear visitantes extranjeros por zonas emblemáticas de Madrid o incluso por países europeos, la epidemia le tapió su fuente de ingresos. “Jamás he sufrido una situación igual. La otra crisis ni la viví”, rememora Quirós, que se marchó nada más terminar la carrera al extranjero y nunca ha tenido un revés de este tipo. Al contrario: alcanzaba los 5.000 euros mensuales encadenando circuitos en su temporada alta. “He pedido la ayuda a autónomos y estoy intentando mover rutas enólogas con una amiga en Navalcarnero, donde resido”, lamenta. Su futuro se pinta con esta alternativa doméstica. “En el confinamiento he hecho un montón de cursos: de italiano, de Velázquez, de arte cubista… pero creo que cuando esto remonte se tenderá al turismo más local y en pequeños grupos, aunque todo está en el aire”, indica con su carnet oficial colgado en una cinta del Museo del Prado: “Lo han abierto gratis y no se aceptan guías”, susurra.

Diana Ventura, a punto de cumplir los 35, está en la misma situación de incertidumbre. Aprovechando el dinero que reunió la temporada pasada montando escenarios en conciertos o salas, viajó por Perú y México (su tierra natal) entre diciembre y marzo. “Iba como una reina, preparándome para simultanear empleos este verano, que es cuando puedo levantarme 5.000 o 6.000 euros”, apunta. La cultura, señala, ha caído a plomo. “A lo mejor en el teatro o la danza hay algo de esperanza”, cavila justo después de dos jornadas de tajo. No le sirven: estos días planea irse a Austria para buscar ocupación “en cocina”. “Ha sido un palazo, pero también la demostración de la precariedad con la que nos movemos en el gremio”, analiza.

Inestabilidad sobre la que se tambalea Íñigo Iribarne, batería de 43 años. A lo largo del año, el músico madrileño es fijo en algunos bares. O le salen “bolos” en fiestas privadas. Pero es cuando la temperatura sube y el bullicio puebla la calle cuando concentra su actividad. “Puedo llegar a tocar cuatro veces por semana”, responde desde su piso de Galapagar. El “orquesteo” del verano cubre una faceta más de su abanico. Iribarne compagina clases particulares, actuaciones en garitos, salidas con su banda de versiones o cumpleaños particulares. “En julio y agosto no sé qué voy a hacer. Soy optimista. Espero superar estos meses y ver en septiembre qué pasa. Pero esto no tiene nada de bonito, ninguna literatura. El drama de los músicos es que no tenemos ninguna alternativa a tocar”, sentencia.

El streaming o la apertura de bares no han supuesto ningún alivio. Mientras los escenarios sigan sellados, nada. Una espiral que se repite en Laura C. Vela. Fotógrafa de 27 años, combina proyectos personales con una empresa para retratar eventos: la famosa BBC (bodas, bautizos, comuniones), actos corporativos, presentaciones, etcétera. “De mayo a septiembre suelo tener todos los fines de semana cubiertos. Y eso también es el material para los siguientes meses”, explica. Augura un 2020 baldío: en todo el año, dos enlaces. Primavera y verano, de momento, perdidos.

En la foto, Íñigo Iribarne (43 años), tocando la batería en su escuela, en la zona de Quintana.
Madrid, 2020.
En la foto, Íñigo Iribarne (43 años), tocando la batería en su escuela, en la zona de Quintana. Madrid, 2020.DAVID EXPOSITO

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