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Cuando el coronavirus dejó de ser una cosa lejana que lees en la sección de Internacional

"Los días anteriores al Estado de alarma, la sensación de nerviosismo y de miedo empezaba a ser patente y cada día era más difícil trabajar", cuenta el fotógrafo de EL PAÍS Víctor Sainz

La UME se prepara para entrar a realizar labores de desinfección en el Hogar de Ancianos de las Hermanitas de los Desamparados, en Madrid
La UME se prepara para entrar a realizar labores de desinfección en el Hogar de Ancianos de las Hermanitas de los Desamparados, en MadridVICTOR SAINZ

El día 25 de febrero por la noche recibí una llamada para que me acercara al hospital Carlos III porque habían ingresado al primer paciente con Covid en Madrid. Yo ya tenía conocimiento de la enfermedad porque había cubierto la llegada de los españoles repatriados de Wuhan el 31 de enero, pero en ese momento tuve la sensación que ya no era una cosa lejana que lees en la sección de Internacional.

Durante los siguientes días, fui a Torrejón de Ardoz, también al metro buscando analizar si este virus modificaba el comportamiento de la ciudadanía, pero todo parecía normal; a Valdemoro para cubrir el cierre de los centros de mayores. Cada día era mayor el número de compañeros que cubría cada noticia. El 8 de marzo, me fui hasta el hospital Infanta Elena, cuando me acerqué a la puerta de Urgencias noté que algo era distinto, había muchas ambulancias, había gente con mascarillas y vi por primera vez a sanitarios con trajes EPIs.

Hospital Carlos III, donde ingresó el primer paciente diagnosticado de coronavirus en Madrid
Hospital Carlos III, donde ingresó el primer paciente diagnosticado de coronavirus en MadridVICTOR SAINZ
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En los siguientes días, la situación empieza a acelerarse, la sensación de nerviosismo y de miedo empieza a ser patente: el 9 de marzo la puerta de Urgencias del Gregorio Marañón, las mascarillas eran mayoría; el 10 de marzo, supermercados donde la histeria ya había acabado con el papel higiénico; el 11 de marzo, en la Paz había información de la construcción de un hospital de campaña. En cuanto me acerqué a la puerta de Urgencias me echaron de allí, y no pude realizar nada más que dos disparos.

La sensación de inseguridad es fuerte en la desescalada. Era más fácil trabajar sin miedo cuando las calles estaban vacías.

Cada día que pasaba era más difícil trabajar, cualquier guardia de seguridad te echaba de cualquier sitio. El 12 de marzo me encontré en una acera precintada a unos sanitarios del SAMUR, vestidos con trajes de protección. Aparqué como pude, y con una mezcla entre miedo y deber, hice unas fotos, ante unos policías nacionales pálidos, con la misma cara de susto que yo. Después supe que fue un desmayo de una señora, pero lo que estaba claro era que el pánico había llegado para quedarse, el miedo a contraer el virus ya no era solo cosa mía, sino algo que se veía en las caras de los sanitarios y policías.

El 13 de marzo estuve por el centro y me encontré con un par de compañeros, nos saludamos de lejos y departimos, pero ya manteniendo una distancia. Los turistas desperdigados no entendían por que se recogían las terrazas.

Una señora es atendida por el Samur en la terraza de un bar a la altura del numero 86 en  la calle Vallehermoso.
Una señora es atendida por el Samur en la terraza de un bar a la altura del numero 86 en la calle Vallehermoso.VICTOR SAINZ

El 14 de marzo se declaró el Estado de alarma, acudí a retratar el primer aplauso sanitario. Entre foto y foto no conseguía controlar las lágrimas y al montar en mi coche rompí a llorar como un niño. El terror que sentí por la salud de mis seres queridos es algo que nunca había sentido antes, tan fuerte que se tornó en ansiedad. Cada día, nada más despertar, empecé a llamar a mi padre para ver cómo se encontraban mi madre y él. Los siguientes días fueron duros, malas noticias de amigos, y mucha incertidumbre con todo lo hecho catorce días atrás.

Homenaje a los sanitarios en la Avenida Donostiarra en Madrid.
Homenaje a los sanitarios en la Avenida Donostiarra en Madrid.VICTOR SAINZ

El 23 de marzo me enviaron al Palacio de Hielo. Es la primera vez que no siento alegría al ver mi foto en portada. El 26 de marzo me encontré a la UME, que se disponía a entrar en una residencia, pero son tantas las intervenciones en tantas residencias que allí no hay ni un compañero de ningún medio. El 13 de abril me enviaron a realizar una foto a la primera paciente que ha salido de la UCI del 12 de Octubre. Le pedí que posara con la foto de su hija, a la que no había visto desde que ingresó. Le inste a sonreír y ella me replicó que no estaba para ello. En ese momento tomé aún más conciencia de lo que supone la enfermedad.

El 24 de abril me pidieron cubrir un restaurante que, al cerrar por el estado de alarma, empezó a dar comida a gente necesitada del barrio de Malasaña. Me di cuenta de que el perfil de la gente que conformaba la cola no era el que yo imaginaba: la crisis no solo es sanitaria. En los sucesivos días comienza lo que han llamado la desescalada. La sensación de inseguridad es fuerte. Era más fácil trabajar sin miedo cuando las calles estaban vacías.

La Unidad Militar de Emeregencia en colaboración con Patrimonio desinfectan La Biblioteca Nacional y el Museo Arqueológico Nacional.
La Unidad Militar de Emeregencia en colaboración con Patrimonio desinfectan La Biblioteca Nacional y el Museo Arqueológico Nacional.VICTOR SAINZ

El 22 de mayo estuve en la Plaza de Chamberí para cubrir las protestas. Noté que eran ciudadanos reacios a ser retratados mientras ejercen su derecho a manifestación. En un determinado momento se me acercó una joven a exigirme que borrase una foto que le había hecho y que, en realidad, no valía para nada. Me negué en rotundo y le dije que mantuviese la distancia de seguridad y al dar yo un paso atrás, ella volvía a acercarse, dándome ella sola aquello que tan vehementemente me pedía que borrara: “La Foto”. Para no tensar más la situación me moví por la plaza, pero empezaron a envalentonarse todos los asistentes diciéndome con aire intimidatorio que no se podían hacer fotos, arremolinados alrededor de mí y sacudiendo sus flamantes cacerolas. Veo pasar un coche de la policía y les pido que se acerquen, me identifico y estos ciudadanos con la cara tapada y bandera al cuello reclaman su derecho a la intimidad. El agente les responde que yo puedo hacer mi trabajo y no es ilegal hacer fotos en la calle, pero esa masa enardecida no entiende de derechos, aunque los reclame a grito de Libertad. Allí siendo increpado decido pedir a la policía que me saque de allí en el coche patrulla. Les doy las gracias y me voy a mi casa con una sensación de miedo y asco, pero esta vez no en Las Vegas sino en Chamberí.

El 25 de mayo me llamaron para cubrir como la UME limpiaba las imponentes escaleras de la Biblioteca Nacional y, mientras los militares con sus trajes NBQ procedían a limpiar escalón a escalón, uno de ellos se para a los pies de Don Miguel de Cervantes y le observa como preguntándole por qué lloras Don Miguel. Lloro por “morir cuerdo y vivir loco”.

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