Las colas del hambre cierran en verano
Las despensas solidarias en activo de la capital pasan de 62 a 20 durante agosto tras atender a 45.000 personas
El viernes es el día de las madres con hijos menores de tres años en las colas del hambre de Orcasitas. Es la última del verano en el barrio. El reloj marca las 9.30, se levanta la persiana del local y empiezan a llegar más de 130 mujeres con sus carros de la compra vacíos a hacer fila. Se ponen una detrás de otra, siguiendo las marcas en el suelo que señalan la distancia de seguridad que se debe mantener. “Me podrías cambiar la leche entera por leche desnatada, que a mis niños les caen fatal los lácteos”, pregunta Montserrat Cuesta, una vecina de Orcasitas a una voluntaria del Banco de Alimentos en Usera.
Cuesta, de 44 años, está recogiendo la comida de los 11 miembros de su familia con los que convive. La pandemia los dejó sin ingresos económicos y con hambre. “No entiendo por qué estamos comiendo tanto, debe ser la ansiedad de la pandemia”, reflexiona Calvo. Al enterarse de que este será el último reparto, su cara se transforma. No sabe cómo va a alimentar a las 11 bocas que tiene a su cargo. Las despensas solidarias en activo de la capital pasan de 62 a 20 en agosto tras atender a más de 45.000 personas durante la pandemia, según datos de la Federación de Asociaciones de Vecinos de Madrid (Fravm).
Julio Garrido, de 67 años, es el responsable del Banco de Alimentos de Orcasitas desde hace dos años y ha visto cómo la pandemia revolucionó todo en el funcionamiento de la despensa. Se duplicaron las personas que empezaron a ir a la cola del hambre, tuvieron que buscar voluntarios por Twitter y pedir donaciones externas porque no alcanzaba la comida que les daban del Banco de Alimentos de Madrid. “Me daban alimentos para cuatro meses y ahora se me acaba en 15 días”, afirma Garrido.
En los peores momentos de la crisis las asociaciones y fundaciones cercanas al barrio donaron lo que pudieron para apoyarse entre todos. “La Asociación de Vecinos de Aluche nos donó 1.200 litros de leche en el peor momento de la crisis”, recuerda Garrido. Sin embargo, ahora han bajado mucho las ayudas y todavía el hambre no se ha ido.
En este momento, 500 familias dependen de este local para alimentarse cada semana. “La magia de Twitter hizo que consiguiéramos 20 voluntarios en una tarde en medio de la pandemia”, cuenta Garrido. Una de las voluntarias es Inés Sainz, de 26 años. Vio un tuit en mayo en donde pedían gente para entregar los pedidos y decidió echar una mano. “Soy vecina del barrio y sentía que vivía en una burbuja, no era consciente de lo mal que lo está pasando la gente”, afirma Sainz. Todas las semanas llega para ayudar a organizar todas las mercaderías por bolsas según el número de personas que vivan en cada casa. El viernes y el sábado reparte la comida a la gente de la cola de 9.30 a 14.00. Todas las personas que vayan a reclamar comida tienen que tener una carta de servicios sociales.
En la actualidad, unos 133.000 residentes en Madrid reciben alimentos, 88.000 vía Servicios Sociales y 45.000 en redes vecinales, según los balances del Ayuntamiento y de la Fravm de mayo.
Con el verano y la nueva normalidad, las redes vecinales han dejado de recibir la cantidad de donaciones que tuvieron durante el confinamiento y temen que la menor llegada de fondos les obligue a cerrar. Algunas ya han tenido que dar ese paso, como las asociaciones de La Elipa, Villaverde Bajo, Lucero, Letras, La CuBa (Lavapiés). Otras, como la de Villaverde Alto, han pasado de hacer repartos diarios a semanales.
La comunicación entre el Consistorio y las asociaciones no siempre ha sido muy fluida durante la pandemia. De hecho, el pasado jueves dos centenares de vecinos se manifestaron a las puertas en Cibeles con pancartas de “el pueblo tiene hambre” para recordarle al Ayuntamiento cuál es su responsabilidad, y el pasado lunes la Asociación de Vecinos de Carabanchel Alto convocó otra concentración en la plaza de Oporto para reclamar que no haya ninguna persona sin los alimentos básicos que hacen posible vivir con dignidad.
Tarjeta social
Un funcionario del Ayuntamiento afirma que la inmensa mayoría de las despensas solidarias les ha hecho llegar los datos de las personas de la cola del hambre que habían pedido desde hacía meses. “Colaboramos con ellos y estamos coordinados, y aún estamos pendientes de recibir los de otras asociaciones”, afirma un portavoz del Área de Políticas Sociales. En los Acuerdos de la Villa, sellados entre los cinco grupos con presencia en la Corporación, se han recogido medidas como la implantación, con carácter de urgencia, de una tarjeta social que canalice el pago de las ayudas para la alimentación e higiene.
Luisa González, de 40 años, sabía que algunos vecinos del barrio acudían al banco de alimentos porque se encontraban en una situación de vulnerabilidad, pero ella pensaba que había gente que lo necesitaba más que ella por lo cual nunca había ido. “Ahora me tocó venir a mí, al comienzo sentía vergüenza, pero el estómago vacío de mis hijos me la quitó”, afirma González.
Detrás de ella está Lakdria Mali, de 45 años, que se enteró de la cola por una amiga y ha venido todas las semanas desde abril. Tiene ocho miembros de su familia a su cargo y aunque los alimentos que les dan son bastante completos en productos no perecederos, echa de menos los productos frescos de verduras, frutas, carne y pollo. Los carros de la compra salen llenos del banco de alimentos y en las caras de las madres se refleja la tranquilidad que da llevar comida a casa.
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