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Madrid rico, Madrid pobre: la ciudad vista desde las terrazas de la fase 1

Una mañana en Vallecas y Valdemarín, barrios del norte y del sur, separados por una circunvalación y 80.000 euros de renta media por hogar

Marco, empleado del establecimiento Barbillon Oyster, desinfectando la terraza, esta mañana en Aravaca.
Marco, empleado del establecimiento Barbillon Oyster, desinfectando la terraza, esta mañana en Aravaca.DAVID EXPOSITO

Valdemarín, norte de Madrid. 10.25 horas.

Suena el teléfono fijo del restaurante Bamboleo. Lo descuelga el dueño, Tito Dancausa:

—¿Bamboleo, buenos días? Sí, hay que reservar... Muy bien...Lo único es que igual mañana llueve... 27 grados de media, al menos... ¿Nombre?... Sí, tenemos WiFi... De 6 a 8, perfecto...Déjeme un teléfono... Muy bien, gracias.

Tito lleva toda la mañana haciendo reservas. Madrid ha llegado por fin a la fase 1 y los vecinos de Valdemarín, uno de los barrios más ricos de Madrid, quieren asegurarse un sitio en las terrazas de los mejores locales. Ya no queda lugar para todo el fin de semana que viene. Completo. Full. Plein du monde.

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En el patio de Bamboleo, un espacio agradable de césped artificial, sofás beiges y sillas de jardín verdes, caben unas 40 personas, la mitad de su aforo normal. El propietario podía haber rascado algo más, pero prefiere curarse en salud. Si resulta que son dos los metros que hay que guardar entre cliente y cliente, él pone cuatro. “No quiero líos”.

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Por si acaso, ha limpiado los aires acondicionados, ha higienizado todo el jardín, ha colocado mamparas entre las mesas y ha pedido a todo su equipo que sea muy escrupuloso con las normas. “Te gastas un pastizal para abrir. No sé calcular cuánto, pero mucho”.

En ese momento, entra por la puerta una mujer radiante, que abre los brazos y exclama: “¡Tienes la mejor terraza de todo Madrid!”.

No es otra que su prima Carmen, una de sus mejores clientas. El optimismo de Carmen choca con la obsesión de Tito: el tiempo.

—A ver, es que dicen que mañana llueve.

—Los presentadores del tiempo no tienen ni idea.

Carmen cumple 70 años en unos días. Para celebrarlo, iba a reservar para el mismo día tres mesas de 10 personas, el máximo permitido. El problema es que ella, como anfitriona, como cumpleañera, no podría pasearse por las mesas agasajando a sus invitados y a la vez recibiendo el halago de ellos. Estaría incumpliendo las normas. Así que hará tres pequeñas fiestas en días consecutivos. “Yo quiero presidir todas las mesas. Quiero una el viernes, otra el sábado y otra el domingo”. Tito toma nota. A Carmen se le llegó a pasar por la cabeza organizarlo en su terraza de 280 metros cuadrados, pero después se lo pensó mejor: “Era un lío”.

Valdemarín es un barrio residencial de las afueras de Madrid, junto al hipódromo. Es un conjunto de chalés, parques y avenidas amplias por las que circulan cochazos. La renta media por hogar supera los 110.000 euros. Cinco y hasta seis veces más que en otros puntos de la ciudad. La derecha acaparó aquí, durante las últimas elecciones, el 94% de los votos.

En la foto, unos jóvenes en la terraza del establecimiento “Bamboleo” de Valdemarín, esta mañana.
Madrid, 2020.
En la foto, unos jóvenes en la terraza del establecimiento “Bamboleo” de Valdemarín, esta mañana. Madrid, 2020.DAVID EXPOSITO

Bamboleo, por supuesto, no es el único que abre hoy. Carmen, creadora de una marca de ropa de bebé, asegura que merece la pena echar un vistazo en los bajos del hotel Aravaca Village, donde el grupo Larrumba, uno de cuyos dueños es Alonso Aznar, hijo del expresidente del Gobierno, tiene abiertos cinco restaurantes. “Todos monísimos, ideales”. Allí, los trabajadores se afanan en limpiar mesas, cristales, suelos. El futuro de la hostelería pasa por la asepsia.

Carmen camina resulta por Valdemarín. Es una guía estupenda, que conoce todo los secretos del lugar. El barrio huele a libertad. Las banderas de España ondean aquí y allá sin complejo. Se nota que el encierro ya no es tan severo. Una terraza lo cambia todo. El blanco pajizo de los enclaustrados poco a poco desaparecerá, será historia. De repente, recibe una llamada en el móvil. Contesta: “Por supuesto, tomemos el aperitivo en el bar de Tito. Hay que hacerle gasto”. ¿Quién es? “Chelo, una amiga de la infancia. Era azafata. Está casada con un expresidente de Antena 3”.

En Valdemarín, levantas una piedra y te encuentras a alguien conocido.

La mujer llega a la puerta del Copa de Balón, un bar de noche. Misma escena: trabajadores preparando todo a horas de la apertura. Se ve la tensión en la cara de los encargados. Se juegan mucho. Quizá hasta la supervivencia. El número de locales que van a aguantar el tsunami que ha supuesto la pandemia es todavía una incógnita. Carmen dice que ella no frecuenta mucho este garito que tenemos ante nuestros ojos, un lugar de ventanales, con calefacción y riego en la calle, donde apetece tomarse un gin tonic ahora que aprieta el sol. “Esto es más de chicos estupendos seniors que buscan chicas estupendas maduritas. Y viceversa”.

A continuación, la ostreria Barbillon, ya abierta. Se intuye de lejos porque en la puerta hay aparcado un Lamborghini en segunda fila. Como no hay aparcachoches en esta fase, hay cierto descontrol. “Ambiente estupendo de gente súper guay”, opina Carmen. En la entrada hay una maître que provee de mascarilla y un kit sellado de cubiertos, mantel y servilletas a todos los clientes que traspasan el umbral. Al encuentro sale Curro Sánchez del Amo, el propietario. “Lo llevamos en familia y le ponemos mucho amor, cariño, pasión. Hemos estado mes y medio sirviendo a domicilio, pero ahora empieza el tema de verdad. Hacemos una cocina de mercado clásica, a la vez moderna, japonesa pero llevada a lo español”.

Mientras habla, dos empleados recorren las mesas, que ya ocupan clientes que desayunan a media mañana, por lo que podemos decir sin miedo a equivocarnos que están tomando un brunch. Los empleados, en otro contexto, parecerían amenazantes: llevan fumigadores en las manos. Aplican una solución de agua y lejía (un litro de agua, un tapón de lejía). “Hemos acotado toda la zona para que solo haya una puerta de acceso. Hay una persona desinfectando sillas, suelo, etc. Los camareros han sido sometidos a un test. Solo uno ha dado positivo y lo hemos mandado a casa. El resto ha dado negativo”, explica Del Amo.

Un rato antes, Carmen había señalado unas mesas y unas sillas. “De noche es una terraza para morirte". Y añadió:

—Teniendo todo esto aquí, nadie va a Madrid.

— Se genera entonces un ambiente endogámico.

—Endogamia total. Hay una cantidad de pijos por metro cuadrado... Yo no, eh. Yo no tengo edad para eso.

Vallecas, sur de Madrid. 9:35 horas.

Un bar en silencio en Madrid es como un gigantesco socavón en la Puerta del Sol. Bienvenidos a la fase 1 vallecana. El 13 de marzo Manuel Ruiz puso 400 desayunos. El 25 de mayo no llega a 20. El Café Santander es toda institución en Vallecas. Casi 40 años perfumando de café el inicio de la avenida de la Albufera, la arteria comercial del barrio. En el inicio de este nuevo lunes de rutinas ni el mejor olfato del reino animal detectaría el aroma. “Esto es un desastre”. Ruiz ha subido la persiana a las 6.00 de la mañana tras casi tres meses. “Esto no es viable”, niega a sus 60 años con la mascarilla puesta. “Toda una vida aquí y ahora esto”. Tenía a 14 empleados en plantilla. Todos han sufrido un ERTE.

― ¿Un cafetito?

La puerta está abierta. El camarero Ruiz solo atiende a un cliente por turno. Ni rastro del correveidile al cocinero de hace 70 días. Ahora el bar Santander es como la recepción de un hotel. Como no tiene terraza, ha colocado dos mesas para impedir el paso de la gente a las zonas comunes. Luz tenue, dos máquinas tragaperras apagadas, mesas recogidas, taburetes vacíos. Ruiz tras la barra.

Aquí el cliente solo tiene una opción. Pedir café para llevar junto a unas tostadas con un cruasán o unos deliciosos churros. A un camarero curtido en mil comandas al día esto le afecta desde primera hora. Ruiz no está dicharachero, no es el de antes. De hecho, un cliente se acaba de ir sin pagar con el café en la mano y ni se ha enterado. Un minuto después, el señor aparece de nuevo por la puerta asomando el cuello como una jirafa:

— Uy, uy, que me voy sin pagar. Vamos mal así, ¿eh?

Ruiz le concede una mueca. “Yo he reabierto, pero voy a perder dinero”. La fase 1 ha entrado en el distrito de Puente de Vallecas con la mayoría de bares abiertos. Solo en este punto de Madrid existen 11.000 locales. De ellos, 939 son cafeterías y restaurantes. Este perímetro obrero de la capital ha sido uno de los más golpeados por la pandemia. Las crisis, como casi siempre, golpean a los de siempre.

Una camarera atiende a los clientes de una terraza del distrito madrileño Puente de Vallecas.
Una camarera atiende a los clientes de una terraza del distrito madrileño Puente de Vallecas.KIKE PARA

Aquí viven 240.000 vecinos con una renta media de 22.000 euros, la más baja de la capital. Miles de ellos están en paro o en ERTE. Otros no han encontrado un trabajo fijo nunca y otros pedirán la renta mínima vital el mes que viene. O dicho de otra manera: aquí cientos de vecinos hacen cola para echar comida a la cacerola. Apenas hay banderas de España en los balcones.

Pese a todo, se respira una nueva era. Vallecas siempre será Vallecas. Hay, al fin, ambiente de barrio. Ruido de claxón, de obras, floristerías abiertas, jugueterías que financian bicicletas por 11 euros al mes, ultramarinos, zapaterías, mercerías con aforos limitados. Colas de jubilados en el banco para cobrar la pensión. E incluso unas hileras de vecinos que sueñan con ser millonarios en las administraciones de lotería.

José Sinausía está con el paño y el cubo de lejía. Limpia con esmero las cinco mesas que expondrá en la acera de su terraza, la mitad que antes. “Ya era hora, José”, le saluda alegre un vecino. “Según se vaya sentando la gente le iré colocando un botecito de gel con alcohol”, explica. “Ahora no lo pongo porque me desaparece en un minuto”. Aparece otro vecino: “¿Y la discoteca pa´ cuando, José?”.

José tiene dos negocios. Su bar y la sala Mamá Pachanga, una institución nocturna de la zona desde los años 90. “Fue uno que dijo: ‘¿Ponemos este nombre?’. Y así se puso”. Francisco Núñez, de 70 años, es el vecino que quiere que se abra ya y, a ser posible, esta misma noche. “Me encanta esa discoteca. Me gusta mucho la cumbia colombiana”.

― ¿Se liga mucho ahí?

― Yo voy ligado ya.

Al lado del estadio de Vallecas, donde miles de hinchas se reunían para beber cervezas antes de los partidos, una sombra de un árbol da cobijo a cinco mesas perfectamente separadas. Yolanda y su hija han quedado aquí para desayunar con su tía Ana. Tres meses después, la videollamada será real. “Por fin nos hemos visto y sin besarnos ni nada”, como si hubiera dudas.

La nueva normalidad también es aclarar que uno no se abraza, no se besa, no se toca. “Ha sido muy raro”, cuenta Ana, de 58 años, que luego aprovechará e irá a ver a sus nietos. “Pero tampoco sé muy bien si me puedo acercar mucho". El problema de las terrazas es dónde se colocan las mascarillas si se está desayunando.

― ¿Tiene un servilletero?, pregunta al camarero.

― No, no ponemos. Por la ley nos han dicho que no pongamos.

Ante todo, limpieza.


Una terraza del distrito Puente de Vallecas.
Una terraza del distrito Puente de Vallecas.KIKE PARA (EL PAÍS)

Los reportajes que cuentan la metamorfosis del Madrid en alerta

DVD995. Cuarentena. Madrid. Alvaro Garcia. 05/04/2020
DVD995. Cuarentena. Madrid. Alvaro Garcia. 05/04/2020Alvaro Garcia

“Madrid no parece Madrid” ha sido una de las frases más repetidas por sus vecinos durante la cuarentena por el coronavirus. La pandemia de la covid-19 en la Comunidad de Madrid, retratada por los reporteros de EL PAÍS



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