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Cómo alertar a una oficina bancaria: “¡Iremos todos con dios!”

Un empleado de una parroquia de Navalcarnero reconoce que estuvo con una fallecida por contagio

Un hombre pasando por delante de una oficina de Banco Santander
Un hombre pasando por delante de una oficina de Banco SantanderPablo Monge

En la oficina del Banco Santander de Navalcarnero todo es un ir y venir. Largas colas, gente que quiere sacar dinero “por si acaso” y una plantilla saturada que trabaja allí “como si no pasara nada”. O sí. Porque cada vez pasa más. Sobre todo desde el miércoles, cuando Ricardo, un trabajador de la parroquia del municipio del sur de Madrid, con unos 28.300 habitantes, se paseó por allí como si nada. Con una sonrisa de oreja a oreja, Ricardo llamó a la calma. Y saludó a los trabajadores. Y se sentó a charlar un rato con el director. No pasa nada. Tranquilos. Esto del virus es una exageración. Y así, entre sonrisa y sonrisa, hasta que soltó la bomba. El viernes anterior él estuvo acompañando a una de las dos personas fallecidas por coronavirus del municipio madrileño.

Y en ese momento, el tiempo se congeló.

Miradas. Gestos. Tensión. La oficina, con 14 trabajadores, se convirtió en un hervidero. ¿Por qué aquí no se teletrabaja? ¿O se hacen turnos rotatorios? “Para eso está la banca digital”, añade Gustavo, un trabajador que prefiere que no salga su nombre completo por miedo a reprimendas.

El director, tras despedir a Ricardo, escribió rápidamente un correo electrónico a Recursos Humanos. Pero nada. Las órdenes son las órdenes. El banco, por ahora, sigue manteniendo su ritmo normal. Con sus horarios habituales. No se puede dejar sin dinero a las personas mayores del municipio, que no se manejan bien en los cajeros, y hay que combatir las fuertes bajadas de la bolsa con nuevos contratos. Cuantos más, mejor.

“Esto solo cambiará cuando haya un positivo”, insiste Gustavo, que ha pasado una semana de emociones diversas, desde la tensión y los nervios hasta la aceptación de una situación que no comprende y que le asusta. Como a sus compañeros. “Cuando pase lo que va a pasar, veremos”.

Y mientras espera que suceda, los días se suceden, con una especie de normalidad ficticia. Y entonces Ricardo vuelve a aparecer, el jueves pasado, para realizar “nuevas gestiones”. Se sienta otra vez, saluda y sonríe de oreja a oreja. Y ante las preguntas de los trabajadores, una única respuesta: “No, no me voy a hacer la prueba, ni me voy a encerrar. Al final, todos iremos con dios”.

Y en esa oficina de Navalcarnero el tiempo se volvió a congelar.

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