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El Montacargas baja el telón

La histórica sala de teatro alternativo cierra sus puertas tras 26 años de actividad al no poder asumir la subida de alquiler

Aurora Navarro y Manuel Fernández, actores profesionales y propietarios del teatro alternativo El Montacargas, en el centro antes del próximo cierre de actividad tras veinte años ininterrumpidos de representaciones.
Aurora Navarro y Manuel Fernández, actores profesionales y propietarios del teatro alternativo El Montacargas, en el centro antes del próximo cierre de actividad tras veinte años ininterrumpidos de representaciones.Kike Para

La fachada de El Montacargas está repleta de dibujos oníricos. Son obras del escenógrafo Miguel Brayda, pero él nunca se subió al andamio para pintarlos. Sentía vértigo, así que trazaba las figuras en papel y luego Manuel Fernández y Aurora Navarro las incrustaban en la pared del teatro alternativo que levantaron con sus propias manos en Puerta del Ángel, distrito de Latina. “Era 1993 y Madrid era un páramo cultural. El PP dejó de contratar y las compañías de teatro nos moríamos de hambre. No teníamos otra opción”, reconoce Fernández. Ahora, tras 26 años de programación ininterrumpida, el sueño de esta pareja dentro y fuera de los escenarios toca a su fin. El Montacargas baja definitivamente el telón el 31 de marzo. El propietario del local les solicita un aumento del alquiler superior al 50%, una cantidad que no pueden asumir.

Madrid se está llenando de salas y el público aumenta en general, pero no tenemos la certeza de que vayan a venir a la nuestra. Eso complica la viabilidad del proyecto”, se sincera Fernández. La pareja creó su propio teatro por necesidad. Acababan de regresar de París y se encontraron todas las puertas cerradas. Decidieron dedicar sus ahorros a una sala alternativa para dar cabida a otros artistas como ellos. Eligieron un edificio de tres plantas en la calle de Antillón que antaño albergó una fábrica de caramelo. El nombre lo tomaron del ascensor que comunicaba las plantas, que sirvió para representar su primera obra. Poco después, el Ayuntamiento clausuró el elevador y desde entonces los espectadores acceden al patio de butacas, en la segunda planta y con aforo para 86 personas, por una estrecha escalera.

Puerta del Ángel es hoy un lugar seguro y con mucha actividad, pero Fernández reconoce que no siempre fue así. “Cuando llegamos apenas existían negocios, había mucha degradación y la droga era un problema muy grave. Los vecinos tuvieron que hacer redadas por su cuenta”. Ese paisaje cambió poco a poco. Para llegar hasta el barrio hay que cruzar el río Manzanares, pero apenas le separan 15 minutos en metro del centro de la ciudad. “El dueño del edificio nos ha dicho que el precio está por debajo de la media. Los alquileres han subido mucho. La zona se ha puesto de moda y se nota la gentrificación. Cada día vienen a vivir más jóvenes y vemos más turistas”, reconoce Fernández.

Mantener el teatro

La pareja cree que la intención inicial era convertir el espacio en apartamentos de alquiler, pero en los últimos días han recuperado la esperanza. “El propietario nos ha dado permiso para contactar con gente interesada en mantener el teatro”, adelanta Fernández. La nostalgia les invade. Rememoran anécdotas de unas tablas que han visto actuar a artistas de la talla de José Pedro Carrión, Blanca Portillo, Nancho Novo o Leo Bassi. Y crecer a otros como Félix Estaire, Ruth Núñez o Alejandra Lorente. Sin embargo, no sufren por su clausura. “Se acaba una etapa muy bonita. Al principio nos decían que estábamos locos por abrir y ahora que estamos locos por cerrar”, reconoce Navarro. En su opinión, que les suban el alquiler es una señal: “Trabajar como autónomo en algo que te gusta significa dedicar muchas horas. Arrastramos agotamiento físico”.

Se van satisfechos con el legado cultural que dejan. “Fuimos pioneros. Ayudamos a crear un movimiento de teatros alternativos que continua. Demostramos que era posible”. El proyecto inicial incluía a otros tres socios, pero lo abandonaron antes del año. “Hubo que devolverles su dinero. No estaban relacionados con este mundillo y se cansaron pronto”, relata Fernández. La pareja continuó adelante a pesar de las continuas crisis del sector y de que eran años de “producción y reproducción”. Debieron conciliar el negocio con la crianza de sus dos hijos y el cuidado de un huerto y de sus animales. Fernández apura un café en el bar del teatro, en la primera planta. Hay una barra de madera y las sillas y mesas son sustituidas por butacas y bobinas de cable telefónico. Las paredes están repletas de carteles de funciones, casi todos realizados por Brayda, que murió hace cuatro años.

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Aquel lugar enamoró a Janila Castillo, una cubana que acababa de aterrizar en Madrid en 1996, con apenas 26 años. Llegó a El Montacargas por casualidad y pidió trabajar en él. La fortuna quiso que aquella noche la camarera dejara su puesto. La contrataron y meses después comenzó a cantar. Su vida cambió para siempre: se convirtió en Jamila Purofilin, una afamada intérprete de boleros. “No sé qué va a pasar con la fachada, es un icono del barrio. Se desarrolló mucho gracias a esta sala”, reconoce. Ella volvió a visitarla en septiembre. “Fue como despedirse de uno mismo. Tuve la oportunidad de hacer mi propio duelo”. Fernández y Navarro, creadores y ahora también directores de la sala, preparan una programación especial para el último mes. De momento se suben al escenario cada domingo a las 20.00 para interpretar una historia que fusiona teatro, danza y música. Está inspirada en la vida de la bailarina estadounidense Isadora Duncan, que tuvo un trágico final. Pero El Montacargas no ha dicho aún su última palabra.

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