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El ocaso de los capos gallegos tres décadas después de la Operación Nécora

La multiplicación de bandas y la superproducción de drogas en un mercado global ha llevado a la irrelevancia internacional a los herederos del negocio en Galicia

Video EL PAIS 2021
Sito Miñanco en 1990 en el campo de fútbol de su pueblo natal, Cambados, un año antes de su detención por narcotráfico.TOÑO ARIAS

Hace 32 años que se declaró en España la batalla contra los narcos. El 12 de junio de 1990 estalló la Operación Nécora, una monumental redada que se diseñó durante meses para ser una sorpresiva encerrona contra medio centenar de objetivos y con un despliegue policial nunca visto hasta entonces. Tuvo su epicentro en la ría de Arousa, en un pequeño territorio del sur de Pontevedra donde se concentraba el mayor número de capos con sus extensas bandas que controlaban toda la droga que entraba en la Península. Pese al fiasco por el resultado judicial y del primer narcoarrepentido, que luego confesó que había mentido, la operación marcó un antes y un después en el narcotráfico en Galicia y dejó a sus jefes tocados y en peligro de extinción. Hoy el narco gallego poco tiene que ver con aquellos tiempos.

Hasta entones nadie se había atrevido a poner nombre ante un juez a aquellos emprendedores capos. Leyendas del contrabando de tabaco como Vicente Otero Terito, Manuel Charlín (ya fallecido), Sito Miñanco, Laureano Oubiña o Marcial Dorado acapararon los fotogramas de la operación pero la mayoría quedó en libertad sin cargos No se logró incautar ni un gramo de droga, y el joven juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón lo tenía difícil para probar sus supuestas andanzas. Sin embargo, Garzón pisó el acelerador con el testigo de cargo Ricardo Portabales, arropado por la plana mayor del Ministerio de Interior y una recién creada Fiscalía Antidroga.

Los avatares del narcotráfico internacional han convertido a aquellos capos gallegos en irrepetibles, aunque muchos intentaron el relevo, y tampoco se ha podido alcanzar su capacidad financiera. Tres décadas después, los productores de la droga mandan y ya no venden los alijos como lo hacían antes para que los traficantes gallegos se encargaran de la distribución, sino que son ellos los dueños del mercado y los han relegado a meros transportistas a comisión, que se quedan a cambio con una parte del cargamento, un 30% aproximadamente.

“Europa demanda ya el mayor consumo de cocaína y el precio de la droga es el doble que en EEUU; este es uno de los motivos de por qué a los narcos gallegos le han salido tantos competidores”, comenta un agente antidroga de Pontevedra. “Si algo han aprendido es a seguir controlando las rutas marítimas, que es su balsa de supervivencia”, incide.

Con la mayor producción de cocaína encadenando máximos históricos desde 2017 y una demanda récord de consumo de esta droga, sobre todo en Europa, el mercado global ha colocado a Galicia en uno de los puentes para el tránsito de cargamentos al Viejo Continente, bajo el control de numerosas bandas intermediarias multirraciales que se reparten los suculentos beneficios de las ventas. Más droga y de mayor pureza, más organizaciones y también mayores incautaciones marcan el nuevo eje de los continuos cambios y estrategias de los traficantes que siempre dan un paso más en su plan de colaboración con los narcos gallegos.

La captura del primer narcosubmarino en Europa en una playa de Cangas (Pontevedra) en noviembre de 2019 es una prueba irrefutable de que los cárteles sudamericanos mandan y que, además de la droga, exportan los mismos métodos de transporte que emplean para vender la cocaína en el continente americano. El batiscafo fue construido en la selva colombiana de donde zarpó y su piloto era un narco gallego de 29 años que sabía navegar y aceptó hacer la arriesgada travesía de un mes con 3.000 kilogramos de cocaína que iban a convertirse en más de 120 millones de euros.

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A medida que el narcotráfico gallego fue quedando descabezado de líderes, las operaciones han perdido los nombre propios, dejando el protagonismo para las hazañas de los transportes o la inventiva de los narcos para camuflar sus envíos. Los históricos jefes que instauraron el gran negocio de la cocaína y fundaron los primeros cárteles que se disputaban la entrada de cargamentos a gran escala en Europa ya se encuentran fuera de cobertura. Las nuevas generaciones solo trabajan a las órdenes de los grupos sudamericanos que controlan la producción en las selvas amazónicas y su reducido papel en el ámbito marítimo les ha llevado a la irrelevancia en el estatus internacional.

Sito Miñanco, el único que sigue en prisión

Hasta que estalló la Operación Nécora, con el contrabando solapando el narcotráfico como un delito socialmente aceptado, solo había indicios de que la mayoría de los capos, que funcionaban como una auténtica oficina de empleo, habían cambiado a las multinacionales tabaqueras por los cárteles colombianos de Medellín y Cali, que ya estaban en guerra con el control de mercados y territorios en Norteamérica. Su propósito era inundar Europa de cocaína a través de las costas de Galicia, y lo consiguieron.

En plena transición del tabaco al hachís y luego a la cocaína, la redada removió los cimientos de toda la potente infraestructura que estaba funcionando a pleno rendimiento y fue un aviso a navegantes. Los jefes salieron indemnes del juicio pero la presión policial que se desató sobre todos ellos acabó con las leyendas y los mitos en el transcurso de las siguientes dos décadas.

El ejemplo más paradigmático es el de José Ramón Prado, Sito Miñanco, de 66 años, que acabó entre rejas seis meses después de que la Operación Nécora y dirigía la más fiable organización para los cárteles colombianos. Sito, que ya había traspasado las fronteras de Galicia para fijar su base de operaciones en Panamá y Bélgica, había quedado fuera de la redada y era un fugitivo desde entonces. La policía le pisaba los talones y logró implicarle con una partida de 300 kilos de cocaína en Madrid, junto a varios de sus lugartenientes, una cantidad nimia para los alijos que luego traería a España. La primera de las tres condenas que le cayeron (18 años) le convirtieron en el capo más carismático y resiliente del narcotráfico gallego, el único que permanece en prisión.

“El narcotráfico se ha ido adaptando a la falta de liderazgos y hoy demanda mano de obra especializada para adaptarse a las dificultades”, apunta otro experto antidroga de la Guardia Civil. “Cada fase, desde los laboratorios hasta que la droga llega a tierra, requiere de sus peones y en la última, que es casi siempre la más arriesgada porque hay que surcar el océano Atlántico, aparecen los grupos gallegos que son los que mejor conocen el terreno”, añade.

Para Manuel Charlín, fallecido en enero pasado a los 89 años, el caso Nécora también fue el comienzo de su viacrucis judicial, que arrastró a toda su familia. El clan de Los Charlines levantó un emporio en el tráfico de cocaína y hachís con el relevo generacional de hijos y nietos del patriarca hasta que la cárcel también les fue retirando de la primera línea. Sin pazos ni empresas, Charlín solo ha dejado un legado de juicios por blanqueo a sus descendientes.

Laureano Oubiña salió de prisión en 2017 siendo el capo que ha cumplido la condena más larga por tráfico reincidente de hachís. Dominó casi dos décadas el mercado europeo con proveedores pakistaníes y marroquíes hasta que la cárcel lo apartó del negocio en cuatro ocasiones. Ha publicado sus memorias y se dedica a vender ejemplares en mercadillos y eventos deportivos, mientras sus hijas siguen pleiteando por su herencia en el Pazo de Baión, el objetivo de la Operación Nécora, que 18 años después fue vendido por el Estado por 15 millones de euros.





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