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ELECCIONES 23-J
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Un pragmático cuya ideología es ganar

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, querría ser una mezcla entre lo que significaron iconos de la Transición como Adolfo Suárez y Felipe González, el Aznar que reconstruyó el centroderecha sobre el mito de Fraga pero sin la empatía que despierta Rajoy

Alberto Núñez Feijóo celebra los resultados electorales en la sede del PP en Madrid. Foto: JUAN MEDINA (REUTERS) | Vídeo: EPV
Javier Casqueiro

Alberto Núñez Feijóo (Os Peares, Ourense, 61 años) es un político flexible, pragmático, con escasa ideología, gallego, moderado en las formas, ambicioso pero paciente, que se torna implacable cuando tiene a la vista su gran objetivo: ganar. Lo suele conseguir. En su ideal de pragmatismo, concede sin rubor la condición imposible de ser, a la vez, del Deportivo de A Coruña y del Celta, para no confesar que el equipo que le tira de verdad es el Real Madrid. La primera vez que votó, en 1982, eligió la papeleta del socialista Felipe González porque no se veía con el cuajo de votar a la derecha antigua que encabezaba la Alianza Popular de Manuel Fraga, con el que luego trabajó cómodamente años y del que heredó el poder en el PP y en la Xunta de Galicia. En esta campaña, sus primeras elecciones generales como cabeza de lista, ha hablado más que nunca de sí mismo y de sus humildes orígenes para presentarse ante los millones de españoles que le desconocían como el primer presidente de la España rural, vacía, olvidada, que surge de los anaqueles de un colmado perdido en un cruce de caminos del fin del mundo para llegar con su gran esfuerzo ni más ni menos que hasta La Moncloa. “Soy Feijóo, quiero ganar y ser el presidente de España”, fue el resumen de su minuto de oro en el debate cara a cara frente a Pedro Sánchez. Ganar, ganó, pero no como esperaba.

Feijóo
Agustín Sciammarella

Feijóo ha vuelto a poner en el mapa en esta campaña Os Peares, su pequeña aldea de apenas un centenar de habitantes circundada por varios ríos, municipios y provincias en el centro de la Galicia más profunda. Pero en ese alarde de bipolaridad, Feijóo llegó a la política como el epítome de todo lo contrario: rescatado de Madrid de una labor ejecutiva casi de funcionario para acabar con la manera de gobernar presidencialista y autoritaria del patrón galaico Manuel Fraga, que tenía el mapa de todas las ferias, pulpadas y queimadas gallegas en aquella cabeza de Estado. A base de ambición, trabajo, contactos y maniobras, el urbanita de Os Peares enterró al PP de la boina que intentó capitalizar sin éxito su entonces rival interno, José Cuiña, y, más tarde, el clan de los baltares en Ourense. Primero los venció, luego los integró y finalmente los subsumió. Le vale casi todo.

Ahora Feijóo se siente heredero directo de lo mejor de los Gobiernos del PP de Aznar y Fraga, pero nunca fue un gran seguidor ni amigo personal de ninguno de ellos, porque al que realmente admira es a Felipe González, con el que cultiva una buena relación, como con algún que otro barón socialista y con el lehendakari Iñigo Urkullu. Su referente y gran valedor en política fue un exministro tecnocrático de Sanidad del PP, José Manuel Romay Beccaría, letrado del Consejo de Estado que al final de su carrera llegó a presidir, antítesis de Fraga como cabecilla en Galicia del clan del birrete, clerical y próximo al Opus, exponente de los muchos gallegos apasionados por la política que han emigrado a Madrid durante siglos para hacer carrera nacional.

De una persona que en septiembre cumplirá 62 años, que hace apenas seis tuvo su primer hijo, también llamado Alberto, y que lleva más de 30 años dedicado a la cosa pública, entre cargos empresariales y directamente políticos, en teoría debería de conocerse casi todo. No es así. Feijóo es amable y educado en las formas, pero desconfiado y hermético. Su única biografía autorizada y validada es un libro titulado El viaje de Feijóo, el niño de aldea que nunca perdió unas elecciones. Es un compendio de retratos amables y favorables de un niño que salió de la nada hasta lograrlo casi todo. Entre líneas y párrafos se descubre también a un Feijóo más realista y útil, que cuando fallece su padre comprende que tiene que abandonar el estudio de las complicadas oposiciones a juez por unas más sencillas y urgentes a funcionario de la Xunta, que estudiaba sin despreciar las juergas en la mítica ciudad universitaria de Santiago de Compostela, muy movilizada durante la transición. Feijóo fue escalando en el organigrama de aquella administración autonómica incipiente porque era aplicado, negociador, y se arrimaba bien a buenos padrinos.

Cuando sucedió a Fraga, Feijóo no se arredró como líder de la oposición en Galicia. Se la pateó entera, volvió a las verbenas, retomó el gallego, y usó todas las estratagemas para socavar aquel Gobierno bipartito de coalición que se enredó tanto entre el PSdG de Emilio Pérez Touriño y el Bloque Nacionalista Galego de Anxo Quintana. Feijóo aprovechó todos los conflictos visibles e invisibles de aquella complicada entente. Desde apagar un pavoroso incendio con una minimanguera a denunciar el blindaje lujoso de un coche oficial con una nevera de bolsillo o impulsar una algarada de cargos públicos locales frente al Parlamento gallego. Así hizo oposición durante un tiempo hasta que llegaron las siguientes elecciones y venció, como haría tres veces más con mayoría absoluta. El triunfo nacional de Feijóo este domingo por tan poco (1,3% y 311.300 votos) es, en cierta medida, su primera derrota ante las expectativas creadas.

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Galicia y la Xunta han sido algo más que un campo de entrenamiento durante 14 años. En ese cargo de presidente gallego moldeó su perfil más institucional y repartió hacia todas las bandas, sin mojarse demasiado en ninguna batalla correosa desde el punto de vista electoral. Fue ambivalente con el uso del idioma y cuidadoso con el trato a los medios de comunicación. Hizo compatible su conversión en un barón firmemente galaico y autonomista, pero con un ojo siempre en Madrid, los círculos de influencia de la capital y la política nacional. En esa época EL PAÍS publicó sus conocidas fotos con el narco Marcial Dorado, que revelaron una amistad de años con uno de los contrabandistas históricos más conocidos de Galicia cuando las drogas causaron una escabechina entre miles de jóvenes y las madres coraje parecía que peleaban solas contra esa lacra. Compareció ante la prensa, alguna vez en el Parlamento, pero nunca aclaró cómo surgió y mantuvo esa extraña relación. Ahora se justifica con que entonces no había Google ni internet y con que su amigo Marcial solo era entonces contrabandista.

El equipo de media docena de personas con el que Feijóo regresó hace 15 meses a Madrid para darlo todo en su última oportunidad política, tras la crisis que desangró al PP de Pablo Casado por cómo gestionó la información sobre el pelotazo del hermano de la presidenta madrileña en la compra de mascarillas durante lo peor de la pandemia, es casi el mismo que le arropó en Galicia, en el PP y en la Xunta, durante la última década. Formado en su círculo más inmediato por experiodistas reconvertidos en ejecutores de sus órdenes. Leales, fieles y sin miramientos. Los mismos que le prepararon con igual entusiasmo en junio de 2018 un discurso y su contrario cuando se vio entre la espada y la pared para ser el relevo de Rajoy cuando este tuvo que abandonar tras la moción de censura, reto que entonces rechazó porque su única razón de ser era “Galicia, Galicia y Galicia”. Y los que hace año y medio recondujeron esos mensajes para asumir que Feijóo no tenía más remedio que ser el bálsamo nacional del PP tras la crisis fratricida entre Casado y Ayuso.

Feijóo apenas les consultó cuando les comunicó que se mudaban todos a Madrid para rescatar a un PP deprimido y desnortado, competir contra Pedro Sánchez, “derogar el sanchismo” y ejecutar la misión de “salvar a España”. Se vinieron todos, tardaron unos meses en comprender que el microclima político y mediático madrileño no es ni parecido al gallego. Previsor, ahora y por si las urnas no confirmaban los augurios y pronósticos demoscópicos, Feijóo los metió a todos en las listas al Congreso para garantizarles un escaño y unos años de futuro. El suyo sí tenía una fecha límite y un reto: ganar y gobernar España.

En el PP, durante este entretiempo, dejó hacer a los barones asentados en sus territorios sin examinar su ideología o sus traiciones porque solo le interesaron sus votos y sus triunfos, rescató para su barniz moderado a algunos marginados políticos de anteriores etapas y confirmó a los aspirantes promovidos en el periodo olvidado de Casado, que son los que ahora han ganado para su usufructo el mando de muchas autonomías. A todos les exigió y les prometió una sola cosa: ganar, pero no está nada clara la trascendencia de esa victoria.

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Sobre la firma

Javier Casqueiro
Es corresponsal político de EL PAÍS, donde lleva más de 30 años especializado en este tipo de información con distintas responsabilidades. Fue corresponsal diplomático, vivió en Washington y Rabat, se encargó del área Nacional en Cuatro y CNN+. Y en la prehistoria trabajó seis años en La Voz de Galicia. Colabora en tertulias de radio y televisión.

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