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En busca del indeciso | 9. Y todo esto era para ellos

Cientos de miles de personas deciden su voto en las últimas horas. Su decisión final se mueve más por las emociones que por los programas, y las campañas son la mejor arma para su movilización

Maximino Novoa, Domingo González y Sandra Marín.
Maximino Novoa, Domingo González y Sandra Marín.Ó. C. /Á. G./ J. V.
Jacobo García
indecisos final

Una ruta de 4.762 kilómetros

Revisitamos todos los destinos que hemos recorrido en esta serie -esta vez, por teléfono- para preguntar a los protagonistas cómo ha evolucionado su voto desde que comenzó la campaña.

Cuando hace 15 días comenzamos esta ruta, en España había unos ocho millones de indecisos, entre los que se incluyen los votantes que lo tienen claro, pero no confiesan sus preferencias electorales a ningún encuestador y prefieren enmarcarse en el limbo de la indecisión. Los analistas señalan que ahora son 3,5 millones de indecisos y que el día de la votación serán dos millones de personas las que decidirán su voto frente a la urna. ¿Azul? ¿Rojo? ¿Rosa? ¿Verde? Eso supone que cada día unas 400.000 personas han decidido su voto a medida que hablaban con vecinos, familiares, compañeros de trabajo o de partida de dominó. En otros casos simplemente se entregaron a la radio, la televisión y los periódicos para dejarse convencer por las campañas. Teniendo en cuenta que en las últimas elecciones generales el PSOE obtuvo 7,5 millones de votos y el PP 4,3 millones, la cifra no es nada despreciable. Aunque al final no son tan decisivos como se piensa, ya que no todos se van en masa hacia un lado u otro, sino que se distribuyen entre todos los partidos, resulta muy ilustrativo conocer qué inclina el voto de los indecisos: la primera fuerza política al comienzo de cada campaña.

Durante las últimas dos semanas, un equipo de EL PAÍS del que forman parte los fotógrafos Álvaro García y Jaime Villanueva, en colaboración con el equipo de datos y análisis, ha recorrido 4.762 kilómetros por España manteniendo decenas de conversaciones con gente anónima: jubilados, pastores, estudiantes, camareros, economistas, jóvenes, religiosos o independentistas catalanes. Decenas de charlas para intentar averiguar algo tan íntimo como el sentido del voto y las dudas que lo rodean. Hemos estado en un parque de Ourense, un bar de Albacete, las calles de Torrevieja, la sierra de Granada, un chiringuito de Cádiz, el monasterio de Santo Domingo de Silos (Burgos), un pequeño pueblo de Huesca y hemos terminado en Amer, en Girona, tierra natal de Carles Puigdemont.

Entre los que comenzaron con dudas y han ido definiendo su voto está Laura Capistros, de Robres, un pueblo en la provincia de Huesca conocido como el Ohio español por su capacidad de anticipar el resultado nacional de acuerdo con lo que votan sus 550 habitantes en las municipales. Capistro, que dudaba entre votar al PSOE o a Sumar “por el sueño de ver a una mujer de izquierdas como presidenta”, se ha ido inclinando “hacia el voto útil” y finalmente votará a Pedro Sánchez “para parar a la derecha como sea”, dice. “Y, aunque no estoy convencida, porque creo más en lo nuevo, considero que es la mejor opción”, añade. En la acera de enfrente, Francisco García, un jubilado de Torrevieja que se debatía entre Vox y PP, también ha aclarado sus dudas estos días. Lo hizo después de ver el debate electoral entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, cuando vio a un hombre “tranquilo” que lo convenció. “Vi a una persona confiable que no se altera a pesar de tantos ataques”, añade. Sobre las razones por la que no votará a Vox, añade vía telefónica: “Las propuestas de Abascal unas veces me gustan y otras me parecen un poco radicales”.

Ambos representan el grueso de los indecisos. Al principio de la campaña, la mayoría de ellos, un 36%, dudaban entre Pedro Sánchez y Yolanda Díaz; un 16%, entre Núñez Feijóo y Abascal; y un 10%, entre votar al PP o al PSOE.

Maximino Novoa, de Ourense, forma parte del 25% que, aproximadamente, no votará el domingo. Dudaba entre votar en blanco o la abstención, pero finalmente ganó la segunda. Se considera un “desencantado de la política”, pero no así de la actualidad, que sigue al detalle. “No me identifico con ninguno de los candidatos. Los debates terminaron por decidirme que me quedaré en casa”, responde casi dos semanas después de que lo entrevistáramos en un parque del centro de su ciudad.

Tras dos semanas de campaña paralela, hablando de política con gente anónima y tomando durante horas cervezas absurdas, aquí van algunas revelaciones. A mucha gente le cuesta reconocer que vota a Vox. Es, quizá, el voto más oculto y difícil de confesar. Solo después de largas conversaciones y contradicciones, se iban reconociendo las simpatías por el partido de Abascal. La segunda es el claro contraste entre el campo y la ciudad. En las zonas rurales es donde hay menos pudor a la hora de hablar de la ultraderecha. El corte está también muy marcado entre generaciones. Los más jóvenes no tienen el bipartidismo tan arraigado como sus padres, cuyas dudas se mueven entre el PSOE y el PP, o viceversa. Se mueven entre el PSOE y Sumar o entre Vox y el PP. Una tercera conclusión es que la duda está mal vista. Mostrar indecisión, incertidumbre o vacilación en el voto a pocos días de la votación es un síntoma de equidistancia mal comprendida en momentos de eslóganes y frases claras. La duda, sin embargo, ha ido extendiéndose cada vez más entre los españoles.

En los años noventa, el 90% de la población decía tener su voto decidido al comienzo de la campaña, frente al 60% que dice tenerlo claro en la actualidad. Niall Ferguson, historiador británico, señalaba: “Ya no vivimos en una democracia. Vivimos en una emocracia, en la que las emociones mandan más que las mayorías y los sentimientos cuentan más que la razón”. Una época donde los programas políticos cuentan menos que un meme. En medio de esta polarización, los grises, el espectro que se mueve en la ambigüedad ideológica, tienden a ocultar sus reflexiones. Y una última idea: en una España electoral, la península Ibérica es un mapa de calor donde el centro quema y la periferia trata de sobrevivir al margen de la hiperventilación de Madrid.

Recibe cada tarde el boletín Diario electoral, con el análisis de Ricardo de Querol, subdirector, y Luis Barbero, redactor jefe de edición.

Sobre la firma

Jacobo García
Antes de llegar a la redacción de EL PAÍS en Madrid fue corresponsal en México, Centroamérica y Caribe durante más de 20 años. Ha trabajado en El Mundo y la agencia Associated Press en Colombia. Editor Premio Gabo’17 en Innovación y Premio Gabo’21 a la mejor cobertura. Ganador True Story Award 20/21.

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