Puigdemont y su alergia a debatir
El candidato de Junts, que en su día quiso dirigir la Generalitat telemáticamente, rechaza ahora debatir con sus rivales por esta vía
El 18 de enero de 2018, semanas después de las elecciones catalanas convocadas tras la intervención de la Generalitat por parte del Gobierno central, el ya entonces candidato de Junts, Carles Puigdemont, aseguró que se veía perfectamente capaz de encabezar un gobierno catalán sin pisar Cataluña. Puigdemont, que había quedado segundo tras Inés Arrimadas, ya llevaba dos meses residiendo en Bélgica para evitar ser juzgado en España y había desplazado toda su actividad política a Waterloo, desde donde mantenía una frenética agenda de reuniones por vía telemática. De alguna manera, el líder de Junts fue precursor en la gestión de un partido a distancia, algo que se convertiría en habitual cuando, dos años después, llegó la pandemia. Su dominio digital de la situación alcanzó tal nivel que, en una entrevista en la radio pública catalana, llegó a defender que podía gobernar telemáticamente Cataluña. Para lograrlo buscó infructuosamente la complicidad de ERC con el argumento de que “perfectamente podía ser investido como presidente” y que, de hecho, cuando lideró la Generalitat hasta 2017 tampoco veía mucho a sus consejeros. “Hoy en día los grandes proyectos se gobiernan a partir del uso de las nuevas tecnologías”, argumentó.
No deja de sorprender, pues, que, seis años más tarde, con las tecnologías más desarrolladas si cabe y con cámaras en todos los dispositivos, Puigdemont argumente que no quiere debates a distancia porque, según su partido, estaría en inferioridad de condiciones. Se puede gobernar en remoto una institución de la que dependen 300.000 trabajadores públicos, que gestiona la sanidad, la educación y que tiene un presupuesto de 43.000 millones. Pero no se puede debatir a distancia. El resultado de la decisión de Puigdemont de borrarse de todos los debates es que los electores catalanes vuelven a verse privados del contraste de ideas con el candidato que casi todas las encuestas sitúan en segunda posición y con opciones de encabezar un Govern a poco que las matemáticas le resulten favorables.
Puigdemont no quiere debatir. Pero su número dos, la empresaria Anna Navarro, una outsider del partido, de la que el líder de Junts ha ensalzado su “excepcional trayectoria al servicio de Cataluña” tampoco parece que considere la confrontación de ideas como parte de las obligaciones de un político en democracia. Ni uno solo de los principales debates que se han celebrado hasta ahora ha contado con su presencia. En su lugar, Junts está representado por Josep Rull, número tres de la candidatura, buen orador y representante del sector más pragmático. Los ciudadanos que tienen la paciencia de ver los debates de estas quintas elecciones anticipadas consecutivas no saben, pues, si Junts ha vuelto a abrazarse al pactismo pujolista o si lo que domina es el “lo volveremos a hacer” de Puigdemont.
La alergia de Puigdemont hacia los debates coincide con las escasísimas entrevistas que ha concedido a medios de comunicación que no hayan apoyado el procés en alguna de sus etapas. Sin debates y sin apenas entrevistas fuera de su zona de confort, a Puigdemont se esmera en cuidar solo a su núcleo más próximo de simpatizantes, sin preguntas incómodas ni cuestionamiento de ningún tipo. El periodista que un día fue Puigdemont ha decidido quedarse en exclusiva con la faceta de propagandista.
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