La Cataluña que le espera a Carles Puigdemont
El ‘expresident’ supedita su regreso a España a lograr una mayoría de investidura en las elecciones del 12 de mayo, que se celebrarán en un contexto muy diferente al de 2017
El anuncio, el jueves, del posible retorno de Carles Puigdemont a España revolucionó la precampaña de los comicios catalanes del 12 de mayo. En un discurso legitimista ―“Ahora que se abre la oportunidad de restituir la presidencia destituida por el artículo 155, no tiene sentido que rehúya esa responsabilidad”―, el expresident anunció su voluntad de ser el candidato de Junts a la Generalitat y, aprovechando la amnistía a los encausados por el procés, regresar en el caso de que tenga la mayoría para ser investido. De cumplirse su plan, el ahora eurodiputado se encontraría con una Cataluña muy diferente a la que dejó hace seis años y medio para irse a Bélgica en su intento de burlar a la justicia española.
“Y de la misma manera que soy consciente de las dificultades y de la situación general del país, también sé que el contexto de la Cataluña de hoy no es el mismo que el de 2017”, aceptó el candidato súbito en Elna (Francia). El secretario general de Comisiones Obreras en Cataluña, Javier Pacheco, sintetiza así las diferencias: “Ahora tenemos una sociedad que está mucho más pendiente del progreso económico y social, de las cosas del comer, que de los temas de identidad. Y hay mucha incertidumbre por si hay bloqueo institucional tras las elecciones”.
Puigdemont está muy lejos de ser como la madre de la película Good Bye, Lenin!, de 2003, a la que su hijo le hace creer, tras salir de un coma, que sigue viviendo en la Alemania comunista pese a que ya ha caído el muro de Berlín. En lo social, el expresidente sabe que hay retos pendientes de la postpandemia, de la sequía y de las consecuencias de las guerras en Ucrania y en Palestina. Y en su discurso dio a entender que la búsqueda de la independencia tiene que ir también por nuevos derroteros, más allá de insuflar emoción con su figura carismática, intentando así encajar el pacto con Pedro Sánchez dentro de su idea de “confrontación inteligente” con el Estado.
Una parte considerable de la ciudadanía catalana sigue siendo independentista, pero mucha agua ha pasado por debajo del puente desde que Puigdemont huyera de una Cataluña sembrada de lazos amarillos en octubre de 2017. “Las preferencias por tensionar en torno a la independencia, y especialmente con la unilateralidad, se han desinflado bastante. A priori, eso no favorece demasiado su discurso”, asegura Juan Rodríguez Teruel, profesor de la Universitat de València. El Centre d’Estudis d’Opinió (CEO), el CIS catalán, pregunta desde marzo de 2022 por la preferencia sobre la vía unilateral. Entonces, un 11% de los encuestados se mostraba a favor de la ruptura sin acuerdo, un porcentaje que se elevaba al 37% dentro de los votantes de Junts. El barómetro presentado el pasado jueves muestra que la apuesta por la vía unilateral cae 2 puntos en general y nueve, hasta el 28%, entre los votantes de la derecha secesionista.
La demoscopia también señala cambios de otro tipo. Hace seis años, en el momento álgido del procés, un 39,7% de los encuestados mencionaba las relaciones entre Cataluña y el resto de España como el problema más importante. Ese porcentaje cae actualmente hasta el 9%, y ocupa el tercer lugar en una lista encabezada por la sequía y el cambio climático (15%). De ahí que no sea baladí que Puigdemont mencionara específicamente el tema en su puesta de largo como presidenciable.
Desde 2008, recuerda Julio Barea, responsable de Agua y Residuos de Greenpeace, la falta de agua no era la principal preocupación de los catalanes. Pero alerta: “A finales de 2017 ya había signos de que la meteorología estaba cambiando, las precipitaciones que hubo hasta 2020 postergaron la grave crisis hídrica en la que nos encontramos ahora. Pero los mismos agricultores que durante octubre de 2017 prestaban sus tractores para la protesta secesionista ahora lo hacen para presionar por su colectivo”. “Los políticos han pasado de no hacer nada por nosotros, a legislar en contra”, lamenta Mauri Bosch, que tiene una explotación en el Baix Llobregat. La sequía, efectivamente, ha sido la cerilla de su revolución.
Otras cosas, por el contrario, parecen inamovibles. En 2017, la tasa Arope (que incluye la tasa de riesgo de pobreza, la población que vive en hogares con baja intensidad del trabajo y la población con privación material severa) era del 24,5%. El año pasado se situó en el 24,4%. “Desgraciadamente, no ha habido un avance”, lamenta Susanna Roig, vicepresidenta de la Mesa de Entidades del Tercer Sector Social de Cataluña. Roig recuerda que precisamente en 2017 echó a andar una herramienta nueva para luchar contra la pobreza, la Renta Garantizada de Ciudadanía, una prestación a la que más tarde se sumó el Ingreso Mínimo Vital. “Pero, pese a los esfuerzos, todavía no llega a toda la población que más lo necesita”, apunta.
También fue justo en 2017, en mayo, cuando se presentó en público el Sindicato de Inquilinas de Barcelona. Una de las portavoces actuales, Carme Arcarazo, señala que el problema de los precios del alquiler ya era grave, pero los afectados lo vivían en silencio. Desde entonces, con datos oficiales en la mano, en Cataluña el alquiler ha subido un 27,6% y en Barcelona, un 29,5%, porcentajes que están muy lejos de las alzas salariales.
Puigdemont, recuerda Teruel, es el liderazgo más divisivo del mainstream catalán. Sin embargo, sí nota un cambio de rasante, pues cree que en este caso su discurso ha ido menos a incendiar y más a dar un giro para camuflar que, en realidad, se acerca cada vez más a las tesis de ERC con la negociación. Una vez más, las encuestas del CEO pueden dar una idea de dónde se encaja el viraje. La preferencia por el estado independiente ha caído nueve puntos en seis años. En ese mismo periodo ha crecido del 27% al 31% el apoyo a la vía autonómica, mientras que las recetas federalista y regionalista solo oscilan ligeramente.
“Tenemos el deber de intentar acordar un referéndum de autodeterminación, que siempre ha sido la primera de las opciones. Y si lo proponemos es porque es tan posible como la amnistía”, dijo Puigdemont en Elna. “Asistiré igualmente al pleno si tengo la mayoría para ser investido”, remachó. La promesa del retorno no es nueva en el seno de Junts. Pero para Toni Aira, profesor de comunicación política de UPF-BSM, en esta ocasión hay un matiz: es el propio Puigdemont el que la dice a viva voz y no llega por boca de otros. La mayor diferencia con respecto a 2017, a nivel político, es que llega a una Cataluña donde no existe ni la unidad ni un plan independentista y con ERC no temen hacer notorio el desencuentro. “Habrá que ver si su regreso es un incentivo para que se cree una nueva hoja de ruta”, analiza.
Con información de Clara Blanchar, Josep Catà y Luis Velasco.
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