Dos pueblos castellanos donde Vox arrasó
En el minúsculo Torrubia de Soria, más de la mitad de los votantes votó a la ultraderecha, mientras que en Castrillo del Val, junto a Burgos, un tercio de los electores se decantó por el partido ultra
En medio de las calles de un pueblo fantasma de Soria aparece el tractor de Sergio. Un hombre grande, tosco y de 37 años. Pero su piel y sus manos podrían ser las de un hombre de 47. Trabaja junto a su hermano una granja intensiva de mil ovejas que produce carne para una empresa de Zaragoza. Son las ocho de la tarde y su jornada todavía no ha terminado. Tiene que volver una vez más al campo. Es lunes, pero como si hubiera sido domingo. “Ayer no fui a trabajar porque me tocó estar en la mesa de votación”, cuenta junto a su casa, vestido de camuflaje, en referencia a las elecciones autonómicas de Castilla y León en las que Vox ha irrumpido como tercera fuerza.
“La urna la pusimos en lo que antes era el bar del pueblo, que ahora está cerrado, al lado del Ayuntamiento”, añade. Cuando Sergio y el resto de vocales abrieron la urna este domingo, más de la mitad de las papeletas eran de Vox. Él y su hermano habían depositado dos de ellas.
Sergio nació y creció en el municipio de Torrubia de Soria, un diminuto pueblo a 10 kilómetros del límite de Soria con Zaragoza. Como él, la mayoría de vecinos se dedican a la agricultura y a la ganadería. En el municipio están censados 61 habitantes, 41 hombres y 20 mujeres, con una edad media de 53 años. Muchos residen en la capital y van y vienen cada día.
“Aquí hemos sido siempre de derechas. Pero el PP está muy blando, Vox me gusta porque es más radical. Ahora del PP se ríe cualquiera y al menos Abascal parece que va a cumplir lo que dice. Los veo más rectos, prometen una cosa y la mantienen”, subraya Sergio. En Torrubia de Soria 22 votos fueron a parar a Vox, más del 50% del sufragio escrutado. Sergio no conoce el nombre de su candidato a la Junta de Castilla y León (Juan García-Gallardo) y muy poco su programa. Lo que sí defiende es cerrar la puerta a la inmigración, que “algo no va bien” con la ley de violencia de género y rechaza de plano el nacionalismo. También se mofa del partido localista Soria ¡Ya!, que ha arrasado en la provincia: “¡Eso es como si yo hago un partido!”
Las casas del municipio están cerradas a cal y canto. De las pocas ventanas con la luz encendida se asoman ancianos que no quieren oír hablar de política. Junto al tractor de Sergio, estaciona un Mercedes en el que viaja Joselo. No quiere revelar qué papeleta escogió, pero afirma que no le extraña nada que Vox haya sido la fuerza más votada en este municipio. El vecino ronda los 55 años y su madre fue la alcaldesa del pueblo durante varias legislaturas, todas del Partido Popular. “Ni el PP ni el PSOE hacen nada por los pueblos. La gente no quiere venir aquí y me faltan personas para trabajar. Están fomentando el no trabajar con las subvenciones. Hay inmigrantes que no se legalizan para cobrar”.
Joselo tiene una fábrica de bolsas y sacos de papel. “Lo de las macrogranjas tampoco ha ayudado. Un amigo está asustado porque va a poner una y teme que vengan las protestas. ¡Y va a darle trabajo a 40 personas!”, se queja. El ideario de Joselo coincide con muchas de las consignas del partido de ultraderecha. Aunque no quiere decir a quién apoyó este 13-F, sí confiesa que “una vez votó a Ciudadanos”. En Torrubia de Soria, el voto de Cs se ha desplomado 29,8 puntos respecto a mayo de 2019. Ninguna de las papeletas que contó Sergio este domingo eran del partido de Arrimadas.
Las estrellas destellan ya sobre las casas de la localidad. Además del Ayuntamiento y del único bar cerrado, hay una iglesia de mampostería, un polideportivo que se usaba “cuando había fiestas” y un parque. Pero ni niños, ni cura.
Los pocos treintañeros que se cruzan a primera hora de la noche pasan su tiempo libre en pueblos cercanos o en Soria. A Torrubia se llega por una estrechísima carretera en medio de un páramo. Sergio Marín, de 31 años, se dispone a marchar a través de ella en su furgoneta. “Voy a abonar el campo”. El de Marín es el único voto nulo que se ha registrado en el pueblo. “No veo con claridad a ningún partido. No veo que nadie haga lo que dice”, asevera desde dentro del vehículo, que se pierde en la oscuridad en medio de un frío que pela.
Otro joven llega de trabajar la tierra. Tampoco quiere contar a qué partido apoyó, pero pone cara de: “Cómo no vamos a votar a Vox”. Su madre asiente con la cabeza desde el quicio de la puerta. Son vecinos de Sergio, que estudió hasta 4º de ESO, está soltero y pide que Vox entre en el Gobierno. “Para eso lo hemos votado. Ahora ya sí veremos si cumplen o no lo que prometen”, sentencia junto al tractor.
Éxito de la ultraderecha en un pueblo dormitorio de Burgos
Los socialistas se han convertido en la fuerza más votada en Burgos por segunda vez en los últimos dos años. A escasos 15 minutos, sin embargo, Vox ha arrasado en Castrillo del Val, un municipio de 814 habitantes y 671 censados. El pueblo parece vacío el día después de los comicios autonómicos. La mayor parte de sus bares y restaurantes están cerrados y el campanario suena para las únicas tres personas que charlan frente al Ayuntamiento: “Aquí no vivimos más de 100, la gente vive en las urbanizaciones y trabaja en Burgos”, comenta Iván, de 24 años. A la salida del casco urbano se levantan dos bloques residenciales paralelos que han duplicado la población en los últimos 25 años: chalets, piscinas, pistas de pádel y coches BMW al pie de unos adosados que solo se usan para descansar. Enfrente, del otro lado de la carretera, una base militar. Dos mundos dentro del mismo pueblo.
De las 409 personas que han acudido a las urnas en Castrillo del Val, algo más de un tercio han optado por la ultraderecha. “Ni yo ni mis amigos los hemos votado, somos currelas, así que por ahí no vamos…”, se ríe Iván, que decidió no participar en los comicios: “Todo el mundo debería abstenerse, el voto al final no cambia nada”, critica resignado entre los escombros de una vieja fragua. Vox no ha recogido nada en su entorno, pero el joven apunta hacia la base militar. “Dos más dos…”, deja en el aire. El frío ahonda en la soledad del casco antiguo. Un autobús vacío cruza la zona alta de la localidad, entre edificios de piedra que contrastan con los chalets renovados que siembran la zona residencial.
Felipe (41 años) trabaja en la base militar, y se ha decantado por la formación de extrema derecha, aunque no cree que esté relacionado. “En la base hay gente que vota de todo. En los inicios había gente que votaba por Podemos a la que ahora le atrae Vox”, argumenta. Él mismo se muestra favorable a algunos derechos sociales como el aborto o la eutanasia, pero su apoyo a la formación de Abascal es firme: “También los voté en las anteriores elecciones”.
En su municipio, no obstante, Vox sube prácticamente lo mismo que desciende el partido de Igea, 22 puntos porcentuales y 19 respectivamente. Lo ve lógico: “Si Ciudadanos ya no pinta nada y tienes dos dedos de frente, tendrás que apoyar al que está dando más caña ahora al Gobierno”, sostiene en referencia al Ejecutivo socialista de Pedro Sánchez, con el que se muestra muy crítico. Reprocha que Albert Rivera, antiguo presidente nacional de la formación, se comportara como una “veleta”: “Lo mismo hablaba con unos que con otros. Daba bandazos, y así no se puede. Vox tiene el camino claro”, sentencia. Al menos, sostiene, ellos todavía no le han decepcionado. “Luego acabarán siendo todos iguales, pero hasta que gobiernen no podemos juzgar, ni bien ni mal”, explica desde la única cafetería visible en la zona residencial, situada en un centro social con varias pistas deportivas.
La mayoría de residentes trabaja en la capital burgalesa. Durante el día es una ciudad fantasma. Por la noche se convierte en ciudad dormitorio, y solo los fines de semana la localidad se llena de ruido y movimiento. “La gente está cansada de las promesas que no se cumplen: el hospital de Burgos, la carretera con Logroño y Santander… En estos pueblos podemos tener menos conocimientos o ser más incultos, pero no somos tontos: vemos lo que hacen y lo que no”, valora otra vecina, que regenta uno de los bares del pueblo y prefiere no dar su nombre. Esa es la razón que cree que ha llevado a parte de la localidad a abrazar a Vox. Ella, en cambio, ha sido de las pocas que se ha inclinado por Ciudadanos, que solo ha sumado 12 votos. “Habrá que variar de vez en cuando”, concluye resignada. La desafección cala en todos, pero de momento, los que la canalizan hacia Vox son mayoría.
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