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Una paz distinta a la soñada

La vida se ha normalizado en Euskadi, pero los partidos que más sufrieron el terrorismo no encuentran su espacio para competir con el nacionalismo

Pintadas de "amnistía total a tu tía" en la parte vieja de San Sebastián.
Pintadas de "amnistía total a tu tía" en la parte vieja de San Sebastián.Javier Hernandez Juantegui

El 28 de diciembre de 1996, su padre era solo un militante del PP, pero aquel día le arrojaron por primera vez pintura roja y ácido sulfúrico. “Y ya no pararon hasta que lo mataron, el 25 de junio de 1998″.

—¿Y qué pasó después?

—Mis hermanos mayores se marcharon del País Vasco y luego lo hizo mi madre, pero yo decidí quedarme aquí. Me encerré en mi casa, en mi trabajo, en mi odio y en mi silencio. Durante muchos años. Hasta 2013, que decidí contar mi historia en un programa de radio.

Hay quien necesita una muleta para poder caminar. Naiara Zamarreño lo hace apoyada en una sonrisa. Sentada en una terraza de Rentería (Gipuzkoa), explica qué ha cambiado en su vida y en la de su pueblo desde que mataron a su padre. Lo hace al hilo de la polémica suscitada por la inclusión de terroristas de ETA en las listas electorales de EH Bildu y la reacción de algunos militantes del PP, como Isabel Díaz Ayuso, que sostienen que ETA sigue viva.

En 1998, Rentería era una de esas localidades guipuzcoanas –como Hernani, como Andoain— donde el terror lo dominaba todo: los encapuchados llegaron a quemar 27 veces la Casa del Pueblo –sede social del PSE-PSOE— y ETA había asesinado a 20 personas hasta que Manuel Zamarreño —el padre de Naiara— se convirtió en el 21. Luego, una vez que ETA anunció en octubre de 2011 que dejaba las armas, la situación fue cambiando. Al principio de forma muy tímida y, poco a poco, se fueron dando pasos más importantes. En 2017, Julen Mendoza, el entonces alcalde de EH Bildu, organizó un acto público de homenaje a las víctimas en el que, entre otras personas golpeadas por la violencia, participaron Juani Pérez, la viuda de José Luis Caso —otro concejal del PP asesinado por ETA—, y Naiara Zamarreño.

—Sé que hay personas que no lo entienden, incluso en mi propia familia. Tal vez porque ellas lo viven desde fuera del País Vasco y yo aquí. Yo no tengo más remedio que convivir con el enemigo todos los días. Y he aprendido a hacerlo. Mis hijos viven aquí y quiero que aprendan a vivir sin odio. Es un esfuerzo personal por construir una sociedad en paz, y para que ellos puedan hablar de su aitona [abuelo] con orgullo. Por eso me da rabia que, cada vez que hay elecciones, aparezcan cuatro o cinco que, por intereses políticos, sin saber lo que realmente ocurre aquí ahora, echen por tierra todo este esfuerzo de convivencia.

Un esfuerzo que ya existía antes de que ETA —acorralada por las fuerzas de seguridad del Estado y por el rechazo cada vez mayor de la sociedad vasca— dejara de matar, y que ahora se va abriendo paso a pesar de las insidias —por no hablar directamente de las mentiras— que se vierten desde el sector duro del PP. La mayor de todas, que ETA sigue existiendo.

Hay un par de datos que pone sobre la mesa Antonio Rivera, escritor y catedrático de la Universidad del País Vasco (UPV), que resultan definitivos: “Un tercio de los asesinatos de ETA está todavía sin resolver, y 169 terroristas siguen en la cárcel. Esto demuestra sencillamente que aquí no ha habido ningún diálogo, ninguna negociación, sino que la democracia y el Estado de Derecho han ganado. Los terroristas convictos y confesos están en la cárcel, y los que no están en la cárcel es porque ya han cumplido su pena. Con lo cual, todo entra dentro de la lógica de la legalidad”. Otra cosa es, subraya Rivera, que la paz resultante del final de ETA sea como la soñaron quienes más sufrieron aquella pesadilla: “En su momento albergamos ciertas expectativas de que la paz iba a permitir que determinadas fuerzas surgieran, e incluso algunos llegaron a pensar que los vascos íbamos a levitar. Pues nada más lejos de la realidad. El final de los procesos traumáticos que duran 50 años y tienen cierta forma de trauma civil terminan con unos daños y una resaca similares a los nuestros”.

El escritor recuerda que, en la década de los 80, durante los años más sanguinarios de ETA, Herri Batasuna era la segunda fuerza política en el País Vasco, a la misma distancia del resto que la que tiene ahora EH Bildu: “Y además la izquierda abertzale tiene ahora dos ventajas añadidas. La primera es que se ha comido una parte importante del PNV, que es aquella que se presentó en su momento con Eusko Alkartasuna, con lo que ha conseguido incrementar su ancho de banda, de tal manera que tiene una presencia que no es la del viejo partido marxista leninista —esos locos de la kale borroka—, sino que ahora están ya las señoras de los collares de perlas que toman el vermú a mediodía en nuestras localidades. La segunda circunstancia importante es que el PNV es el padre, el dueño del caserío, que ha envejecido extraordinariamente desde la pandemia para acá. Mientras tanto, el hermano mayor, que era el que estaba metido en esta bronca terrible, se ha convertido, cuando ya ha dejado de matar, en el heredero del caserío, porque la alternativa ya no es otra que, o ese hermano mayor al que ya se le han visto las costuras, o un socialismo que desde 2012 se niega a tener un papel distinto al de partido mochila del PNV. Así pues, esa es la situación que vivimos en estos momentos: una realidad declinante que es la del PNV como organización hegemónica; una alternativa no nacionalista que por el momento no está a la vista; y la izquierda abertzale, que ya está planteando un relevo que creo que se va a producir de una manera natural a unos pocos años vista”. Los datos dan la razón a Antonio Rivera.

María Silvestre es doctora en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad de Deusto y directora del Deustobarómetro. Hay una pregunta que incluye en sus encuestas y que dice así: ¿a qué partido no votaría nunca? El resultado es muy revelador. “Los primeros partidos a los que nunca votaría la ciudadanía vasca”, según Silvestre, “son los de la derecha, encabezados por VOX, y luego siguen el PP y Ciudadanos, pero después está EH Bildu. Es decir, hay un porcentaje de la población que no votaría a EH Bildu por el pasado ―por los vínculos que pudo tener Sortu con el terrorismo— y por la inclusión en las listas de personas con delitos de sangre, algo que es legal pero éticamente reprobable. Pero luego están las opciones como el PP, que en Euskadi, a raíz de la desaparición de ETA, perdieron gran parte de su argumentario político y no se han sabido resituar. Tienen poco peso en las instituciones vascas y lo ha ido perdiendo progresivamente porque han sido incapaces de generar un nuevo discurso para posicionarse política y electoralmente en el sistema de partidos vascos. Su argumentario en relación con ETA y el separatismo dará votos en otros lugares de España, pero aquí se sitúa en los márgenes, porque no se adapta a las circunstancias”.

O lo que es lo mismo, por más que vocifere Díaz Ayuso o se desespere Vox, la realidad en los pueblos y las ciudades vascas no tiene nada que ver con la de hace 15 o 20 años. No haría falta más que preguntárselo a los concejales socialistas y populares vascos, a aquellos –como los candidatos a Juntas Generales de Gipuzkoa —que participan en debates con los del PNV, Podemos y EH Bildu y hablan y discuten de todo menos de terrorismo. En primer lugar, porque ya no existe, y en segundo, porque hace tiempo que dejó de formar parte de las preocupaciones de la sociedad vasca. Hay otra razón, y pudimos ser testigos el pasado viernes, sobre las dos de la tarde.

El debate, organizado por la Cadena SER, entre los candidatos a presidir las Juntas de Gipuzkoa, había terminado. En la salida, el candidato del PP, Mikel Lezama, confiaba a este periódico que la respuesta de su partido –y en especial de Díaz Ayuso— a “la provocación de EH Bildu metiendo a los presos en las listas” no le beneficia en absoluto. Lezama tiene 30 años, habla euskera y durante mucho tiempo ha tenido que escuchar aquello —mitad halago, mitad de crítica— de “no pareces del PP”. Forma parte de la hornada de jóvenes que Borja Sémper arrastró a la política para dar una imagen más moderada al centro derecha. Lezama llama la atención sobre un detalle que pasan por alto los dirigentes de su partido en Madrid: “Soy el primer candidato del PP a las Juntas que nunca ha llevado escolta; por eso, decir que ETA sigue existiendo es una falta de respeto a los compañeros que se jugaron la vida, y la perdieron, para acabar con el terrorismo”. En eso estaba Mikel Lezama cuando se acerca la candidata guipuzcoana de EH Bildu, Maddalen Iriarte, que le dice en broma: “Nada, Mikel, que vamos a tener que hacer un pacto PP-EH Bildu, porque somos los más educados y no interrumpimos en los debates”. Se refiere al candidato socialista y a la de Podemos, que andan a la gresca. Mikel sigue la broma y se despiden en euskera.

Es la normalidad, la tan ansiada paz que, para muchos, es tan distinta a la que soñaron, que incluso duele, porque existe el temor y el riesgo de la desmemoria, o, casi peor, de la memoria sesgada, tramposa. Pero es, también y afortunadamente, el resultado de una liberación: la de la presión que ejercía en toda la sociedad vasca la presencia del terrorismo. Desde el mundo de la universidad, María Silvestre cuenta que en el País Vasco se ha mejorado mucho en convivencia y en libertad de expresión, pero que aun así hay un porcentaje bastante alto de gente que todavía no se siente muy libre de hablar de política. “Y esto ocurre”, concluye Silvestre, “te lo puede decir alguien que vota al PP y también quien vota a EH Bildu”.

A Ricardo Crespo, el candidato socialista a la alcaldía de Hernani, no hace falta que se lo diga ningún estudio. De sus 38 años, seis los pasó con escolta, y, sentado en la nueva Casa del Pueblo, recuerda que la antigua sede fue incendiada 11 veces, y que pese a ello, siempre la volvieron a reabrir. Las 33 casas del pueblo de Gipuzkoa se mantuvieron en pie durante toda aquella época tan larga y tan terrible, y en esta de Hernani hay esta tarde un revuelo de chiquillos jugando y de gente mayor llenando papeletas con el puño y la rosa. Ricardo Crespo dice que sí, que la presión ha bajado, que lo ha notado en los suyos y en los de enfrente, pero que de vez en cuando les pintarrajean las fachadas o, en el diario local, publican una viñeta como homenaje a un vecino que tiene que ingresar en prisión por algún asunto pendiente relacionado con el terrorismo. “A la izquierda abertzale”, dice, “le queda aún mucho por recorrer para entender que ciertas acciones hacen daño y debería evitarlas”.

La paz, aunque duela, es quedar en un bar de la Parte Vieja con un veterano terrorista de ETA —sin delitos de sangre y con la cárcel cumplida— que nos garantiza que a ellos tampoco les benefició que EH Bildu los pusiera en el disparadero de la polémica. Y la paz también es poder quedar a tomar un café, a cuerpo gentil, con Ramón Etxezarreta, que vivió media vida escoltado porque era concejal socialista y euskaldún y, aun en los tiempos más duros, mantuvo un humor socarrón, un discurso claro: “La memoria tiene que ver con la justicia. Mantuvimos el tipo por la democracia; lo que hicimos deberá recordarse”.

La paz es todo eso, y también la alegría de vivir para contarlo.


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