Un PP ‘atrapalotodo’
Feijóo va a desarrollar un discurso ‘moderadamente indefinido’ que le permita huir de las guerras culturales en el debate nacional y al tiempo le dé margen suficiente para declinarlo según el perfil del votante popular en cada autonomía
Una de las principales preguntas que sobrevolaron la noche electoral que dio el triunfo a Juanma Moreno en las elecciones a la presidencia de la Junta de Andalucía era si la moderación practicada durante la campaña electoral marcaría definitivamente la estrategia de competición de Núñez Feijóo para llegar a La Moncloa. El interés en esta cuestión era pertinente. Primero, porque la estrategia que ha ensayado el PP en Andalucía contrasta con la seguida por Ayuso en Madrid. En segundo lugar, porque la inconsistencia del anterior líder en su discurso frente al partido de Abascal explica gran parte de la defenestración de Casado en la dirección del partido.
Hasta las elecciones andaluzas, Feijóo había optado por desentenderse de la coalición de gobierno del PP con Vox en Castilla y León, asumiendo que la responsabilidad sobre dichas elecciones y sus resultados pertenecían a la dirección anterior y sorteando con inconcreción el futuro de su relación con Vox. El resultado en Andalucía ha sido un alivio para el líder del PP, que puede seguir tratando la coalición de Mañueco como una excepción en el mapa territorial de los populares y diseñar con menos ataduras la estrategia del partido en su camino hacia La Moncloa. La primera señal de que al fin existe determinación en su estrategia se ha producido en la reunión de Feijóo con los líderes territoriales tras el triunfo en las andaluzas, donde ha reivindicado abiertamente el camino hacia la centralidad.
El progreso del PP en la reocupación del espacio de centro ha sido evidente desde 2020, reflejo y a la vez causa del descalabro de Ciudadanos. En Andalucía, por ejemplo, el Partido Popular era en 2018 la tercera fuerza en intención de voto entre los votantes de centro, quienes preferían a Ciudadanos en primer lugar y luego al PSOE. En cambio, en estas elecciones la diferencia en intención de voto entre el PP y el PSOE en el votante de centro era de 19 puntos a favor de los populares. A pesar de estos resultados ¿puede ser exitosa la estrategia de apelar a la centralidad en un espacio electoral fragmentado y descentralizado como el español?
Por un lado, aspirar a ocupar la centralidad del espacio ideológico puede ser un problema cuando el PP se encuentra con un espacio a su derecha ocupado por Vox (puesto que el espacio que había a su izquierda ha desaparecido con el colapso de Ciudadanos). Feijóo quiere seguramente librarse de la competición con el partido de Abascal sustituyendo el marco donde este partido se encuentra cómodo, el de la guerra cultural, por el debate sobre la gestión económica, donde el partido de Abascal apenas tiene experiencia. Ello no sólo le permite esquivar la competición en una dimensión donde es más fácil medir la moderación o radicalidad del discurso de los populares, sino que conecta con las crecientes preocupaciones de la ciudadanía en el contexto de una elevada inflación. La dificultad para Feijóo de esta estrategia es que es más fácil desarrollarla como gobernante que como líder de la oposición en el Senado.
Por otro lado, competir en un Estado descentralizado obliga a los partidos a encontrar un buen equilibrio en su discurso entre heterogeneidad y coherencia. El reto para el partido de Feijóo no es menor, pues en las últimas elecciones autonómicas los votantes del PP en las diferentes comunidades autónomas mostraban importantes diferencias en ideología y en sus preferencias sobre el modelo territorial y esas divergencias eran incluso superiores a las de los votantes socialistas. Así, el PP debe adaptar su oferta a las particularidades de cada región sin que ello lastre la coherencia del programa nacional. Para conseguirlo, más que una moderación del discurso, lo que Feijóo se dispone a desarrollar a nivel nacional es un discurso moderadamente indefinido, más centrado en las formas que en el contenido, que le permita huir de las guerras culturales en el debate nacional y al mismo tiempo le otorgue margen suficiente para declinar su discurso según el perfil del votante popular en cada comunidad autónoma. Quizás esta estrategia explica la decisión del líder del PP de permitir a sus barones territoriales una mayor libertad a la hora de configurar las candidaturas en las próximas elecciones autonómicas y locales.
En definitiva, el PP se dispone a desplegar desde la oposición una nueva forma de partido atrapalotodo (o catch-all) que no solo pretende atraer a votantes de distinta ideología con un discurso nacional indefinido, como es habitual en este tipo de partidos, sino combinarlo con propuestas territoriales heterogéneas que le permitan maximizar votos en todas las comunidades autónomas. El mejor calendario para que el PP pueda rentabilizar esta estrategia es que el orden de las convocatorias electorales se mantenga tal y como ahora se prevé: primero las autonómicas y luego las generales. Con una condición: que en este tiempo la heterogeneidad en los discursos territoriales del PP (la fórmula Ayuso frente a la fórmula Moreno Bonilla) pueda coexistir internamente en armonía.
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