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La amnesia documental de L’Horta Sud: “Lo que no quemó la guerra lo ha destruido la dana”

Muchos documentos oficiales están en sótanos o plantas bajas inundables; la mayor parte de los archivos no estaban digitalizados

Estado del Archivo Municipal de Alfafar (Valencia) tras el paso de la dana.
Estado del Archivo Municipal de Alfafar (Valencia) tras el paso de la dana.Andres Herrero Gutiérrez

La archivera municipal de Massanassa, Carmen Nàcher (48 años) y el director de la biblioteca, Paco Rodrigo (69 años), conversan frente a un amasijo de papeles mojados de casi un metro de altura. En ese vertedero improvisado dentro del archivo dejan toda la documentación que consideran insalvable. “Se ha perdido entre el 60% y el 70%, todo lo anterior a cuando empezamos a digitalizar”, asegura Nàcher. En otro montón, colocan una remesa que los técnicos del Instituto Valenciano de Conservación llevarán a Feria Valencia, donde intentan salvar el patrimonio cultural y administrativo de L’Horta Sud que la dana arrasó hace casi dos meses.

La mascarilla FFP2 no aplaca el olor que desprende el clima denso, frío y húmedo que emana del papel mojado. En las cajas ordenadas en estanterías se ve la línea de hasta dónde llegó el agua. El archivo municipal de Massanassa está en un edificio de una sola planta ―baja― construido en 1920 que antaño albergó un sindicato. “Esto no debería volver a ser un archivo”, sentencia Nàcher. No es el único que tiene documentación de Massanassa. El Archivo del Regne de València, que no ha sufrido daños, y el intermedio de Ribarroja, cuyos daños están por determinar, conservan documentación histórica y administrativa relativa a muchos municipios valencianos.

El archivo de Massanassa conserva fondos de hace 30 años. La inundación ha destruido padrones municipales, licencias de obras, planos urbanísticos, certificados de impuestos... Información necesaria para muchos trámites y que en el futuro puede tener valor cultural e histórico. El cribado que hacen Nàcher y Rodrigo es de emergencia. El archivero normalmente no puede destruir documentación. La Junta de Valoración de la Generalitat tendría que autorizarlo. “Tiramos cuando la tinta está corrida o el soporte tan desecho que es irrecuperable”, explica la archivera. “Se ha salvado solo lo que estaba en alto, pero si no se interviene rápido se puede contaminar”, advierte Nàcher. Después de la visita de EL PAÍS, el centro ha sido precintado indefinidamente por riesgo de desprendimiento del techo y se han interrumpido las labores de recuperación.

Los archivos de otros municipios como Alfafar, Sedaví, Catarroja, Paiporta, Aldaia o el Intermedio de la Generalitat Valenciana, situado en Ribarroja, han corrido suertes similares. Todos estaban en plantas bajas o sótanos.

Documentación administrativa e histórica en papel y en sótanos inundables

Carmen Nàcher explica que empezaron a digitalizar hace tres años con ayudas de la Generalitat. Antes escaneaban a demanda, pero no almacenaban. “Hemos digitalizado los expedientes de quintas de la mili, libros de actas de juntas de gobierno, lo poquito que teníamos de la Guerra Civil...”, explica Nàcher. “Digitalizar requiere dinero y tiempo. Aun con ayudas es muy difícil hacerlo. Una estantería puede costar 3.000 euros”, prosigue. La información que se digitaliza no solo se guarda en discos duros y servidores del archivo, sino que se sube al directorio de patrimonio de la Generalitat, accesible para cualquiera.

La ley de bases de régimen local reconoce el derecho de los ciudadanos a acceder a los archivos, pero ninguna norma obliga a que la información esté en soportes informáticos, ni a que los centros se sitúen en una primera planta. La responsable del archivo de Catarroja, Verónica Olaru, trabaja junto a militares para vaciar la planta -2, de la que no van a salvar nada. El agua llegó hasta el techo. Junto a la entrada del archivo hay una montaña de documentos para tirar. “La documentación que se ha perdido no es de gran valor”, asegura Olaru. Sí han podido salvar los depósitos de la planta -1, donde el agua llegó hasta las rodillas.

En Alfafar la tromba arrancó una de las persianas metálicas del archivo, situado en un bajo con aspecto de cochera o almacén. La responsable del centro, Adela Carreras, pidió a los militares que quitasen la otra persiana, la que no arrancó la dana, para evitar que la humedad lo pudriera todo. En 2015 el archivo se trasladó “provisionalmente” ahí por obras en el centro anterior. Aún está en el mismo sitio. “Yo advertí de que ese local no tenía ninguna condición para ser un archivo”, asegura. “Lo que no quemaron en la Guerra Civil se lo ha llevado la dana”, lamenta Carreras. “Solo se van a salvar los estantes de arriba, que es muy poquito”, indica la responsable del centro de Alfafar. Lo que más le piden normalmente son licencias de obras mayores. Si un vecino quiere hacer obras en su casa, en el archivo hay datos relevantes sobre esa vivienda como los planos del arquitecto e información sobre las bajantes, las vigas, la pared de carga...

Un golpe de suerte, en cambio, ha permitido salvar el Archivo de la Federación de Arroceros de España, que comprende el periodo de entre 1934 y 1984, en Alfafar. “Es una joya, no hay otro en España”, remarca Carreras. La vorágine destructiva ha dejado otras excepciones, como la del archivo de Requena, que se ha salvado entero pese a estar en una planta baja, porque está situado en una de las partes más altas del municipio, según explica el responsable del centro Ignacio Latorre.

Sin embargo, hay municipios sin archivero, a pesar de que la ley valenciana de archivos obliga a la existencia de esta figura. María José Badenas, presidenta de la Asociación de Archiveros Valencianos, denuncia que en algunos lugares no hay “un interlocutor para conocer el estado de los archivos tras la catástrofe”.

Feria Valencia, un hospital para salvar el papeleo de la putrefacción

Uno de los pabellones de Feria Valencia se ha convertido en un centro de emergencias para salvar la documentación. A lo largo de la nave se disponen en el suelo los documentos ordenados por archivos de origen. Unos pocos técnicos, en comparación con el material dañado, se esmeran enfundados en trajes EPI. Retiran la tierra, secan y envasan las tandas que entregan Carmen Nàcher, Adela Carreras o Verónica Olaru.

Gemma Contreras (54 años, Valencia), técnico del Instituto Valenciano de Conservación y Restauración, es la coordinadora. “Secamos la documentación para salvarla”, explica. Son labores de emergencia, no de conservación ni restauración. Una vez secos, “los aspiramos para eliminar los micelos ―algo así como la raíz― de los hongos, pero eliminar para siempre el hongo es prácticamente imposible”, explica.

“La mayoría de archivos se han inundado. El de Sedaví se ha perdido entero, el físico y el digital. Los ejemplares llegan llenos de barro. Si continúan húmedos el papel se pudrirá”. La técnico reprocha que “en un futuro se debe restaurar la documentación, pero la consejería debe dar ayudas y hacer contratos. Solo con este personal es imposible”.

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