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Burriana: punta de lanza de las políticas de Vox en la Comunidad Valenciana

La censura de libros en catalán y de temática LGTBi y la retirada de una placa en memoria de represaliados del franquismo nutren el banco de pruebas de la ideología ultra en el municipio castellonse

Concentración de la Plataforma per la Tolerància contra los ataques a la libertad y a la memoria democrática en la plaza de la Mercé de Burriana.
Concentración de la Plataforma per la Tolerància contra los ataques a la libertad y a la memoria democrática en la plaza de la Mercé de Burriana.CARME RIPOLLÉS

En Burriana (Castellón), una población de tradición citrícola de 35.000 habitantes, la resaca fallera se disipa. Aquí hay fallas. Es una de las cuatro localidades de la provincia que las celebra. Las calles rezuman normalidad. Ni rastro de cenizas. Nada queda de la sátira que impregna esta fiesta, incluida la dirigida -tímidamente- a Jesús Albiol, concejal de Cultura y diputado en Les Corts, de Vox, artífice de la exposición mediática de la capital de la Plana Baixa desde julio, cuando el pacto del PP (ocho concejales) con la ultraderecha tejió un gobierno de mayoría absoluta liderado por el popular Jorge Monferrer que otorgó dos tenencias de alcaldía y cuatro concejalías al partido ultra: Urbanismo, Familia, Seguridad Ciudadana y Cultura. Un área esta última desde la que Albiol moldea y proyecta ideología.

La ciudad se ha convertido en “el laboratorio universal de la extrema derecha española”, indica el escritor burrianense Joan Garí. El lugar en el que Vox “testa hasta dónde puede estirar su marco ideológico”, añade el vecino, y activista, Vicent Aleixandre. “Me preocupa la imagen que se da de Burriana. Es reflejo de lo que puede pasar a escala mayor”, reconoce otro vecino, Héctor Borja, arquitecto.

Aquí, en Burriana, confluyen todos los mantras: lengua, derechos LGTBi y memoria histórica. De ellos bebe Albiol, focalizado en “contradecir lo que hizo la coalición PSPV y Compromís -que gobernó los ocho años anteriores- porque quizás no tiene proyecto cultural propio”, añade Garí. “Aunque realmente Vox a quien impugna es al PP, porque tumba todo lo que inició José Ramón Calpe”, alcalde popular de 2007 a 2015, impulsor de la doble nomenclatura Burriana-Borriana y firmante de la suscripción de las revistas en catalán censuradas.

“En Burriana nos están robando la memoria, nuestra lengua y una educación basada en el respeto a todas las personas”, indica la Plataforma per la Tolerància. “Me molesta que haya partidos que dañan la imagen de Burriana con falsedades, porque no se ha censurado ningún libro en valenciano, se han renovado por otros; lo que no tenemos son publicaciones pagadas con dinero público partidarias del independentismo catalán”, señala el alcalde, Jorge Monferrer (PP). Incide en el perfil “moderado” y “para todos, sin exclusión”, del gobierno diseñado junto a Vox.

El partido ultra duplicó sus votos en mayo: 2.883 frente a los 1.187 de 2019. “Habría que hacer un análisis sociológico profundo sobre los votantes de Vox en Burriana. No me creo que haya tanto voto radical”, apostilla el escritor.

Situado entre los 25 municipios valencianos con más renta per cápita, según el INE, Burriana amasó riqueza con la naranja -entre finales del XIX y principios del XX- construyendo patrimonios “alucinantes que cayeron como un castillo de naipes”, relata Garí. Fue su mina de oro y se vertebró en torno a ella. Una muestra es la vía del tren, lejana a la población para servir a los almacenes citrícolas. “Apostó todo a una carta, y ahora que la naranja no vale un céntimo, no se ha reinventado ni piensa reinventarse”, sostiene Aleixandre. El auge de la citricultura atrajo mucha mano de obra inmigrante para recolectar y portear la fruta hasta los barcos cuando no había puerto. Ahí se gestó un movimiento obrero fuerte, plasmado en la sociedad sindicalista el Alba Social. Y es en esa capa obrera donde chirría, dicen los vecinos, el apoyo a la ultraderecha. “¿Cuál es el perfil del votante de Vox en Burriana? Es una incógnita”, añaden.

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“Burriana es un pueblo liberal y tolerante, pero ahora no lo reconozco”, apostilla Garí, en alusión a la cronología política de Albiol, que arroja casi un hito por mes y que alienta, en redes sociales, José María Llanos, portavoz de Vox en Les Corts: “En Burriana tenemos a un grande al que no le duelen prendas defendiendo la libertad, sin sectarismos ni adoctrinamiento. Y a quien no le guste, que se aguante”.

En julio de 2023, tras rubricar el pacto con el PP, salta el primer polvorín: Vox anula la suscripción municipal a cinco publicaciones en catalán por “pancatalanistas” y las retira de la biblioteca. La Plataforma per la Llengua convoca la primera protesta civil contra la censura.

En septiembre, el edil retira de la sección juvenil de la biblioteca los libros LGTBI por el “deber de proteger a los menores de contenidos pornográficos y escandalosos”. En noviembre, sustituye las cinco revistas en catalán censuradas por otras en valenciano no normativo y una taurina.

Entretanto, el uso de Borriana pierde fuelle y el castellano se prioriza en programaciones oficiales, confirman desde Compromís. El festival de música negra Maig di Gras renuncia a la posible subvención de Cultura por “incompatibilidades insalvables” con Vox, explica Merche Vidal, impulsora del certamen. Y el festival Emac se reinventa ante el recorte de ayudas.

Este marzo salta la última polémica de Albiol: la retirada de una placa en memoria de víctimas de la dictadura reclutadas en un convento convertido en prisión tras la guerra civil. Alega que es “ambigua porque se refiere a las 3.668 personas reclusas como si todas fueran represaliadas del franquismo, cuando había condenados por distintos delitos” y asegura que hará una nueva “bajo criterios técnicos” que reubicará. La oposición le acusa de haberla quitado con nocturnidad y alevosía. Aunque moverse en la trastienda no es la estrategia de Albiol, habitual de compartir sus acciones. “No va a parar”. Es, dicen desde los círculos vecinales consultados, ajeno a las críticas, que “retroalimentan” su “perfil mesiánico”.

“Se hace autobombo con recursos públicos”, le acusan desde la Plataforma per la Tolerància, un colectivo que se rearma tras la última movilización masiva, en 2019, a raíz de las “manifestaciones provocadoras de España 2000″ en los barrios obreros de la ciudad.

“Burriana es un pueblo difícil de encajar. Desde fuera lo ven como en blanco y negro”, sostiene Aleixandre. “Dicen que somos fanfarrones. Quizás”, anota Garí, en alusión a los tópicos, como matricular los vehículos en Burgos para circular con la BU, o el afamado ‘Burriana, París y Londres’. “Es real, me lo han llegado a preguntar en Madrid”, apostilla entre risas Aleixandre.

Falla de la Plaza de la Mercé con crítica a la gestión de Jesús Albiol, concejal de Vox.
Falla de la Plaza de la Mercé con crítica a la gestión de Jesús Albiol, concejal de Vox.Carme Ripollés

Los contrastes locales fluyen. Empezando por falleros y no falleros, y siguiendo por el “clasismo” que impera y “te hace odiar la diferencia”, argumentan los vecinos consultados en un intento de buscar explicaciones al auge ultra.

Conservadora, pero con contrapesos progresistas, en Burriana nació el cardenal Tarancón, que liberó a la Iglesia del nacionalcatolicismo franquista. Es cuna de l’Agrupament Escolta Burriana, ejemplo de espacio asambleario; del ya citado Alba Social o de l’Aurora Grup de Suport, referente en el apoyo a barcos de rescate humanitario de migrantes, que también ha sorteado los envites de la derecha. “Quiso desacreditarnos vinculando nuestros barcos a las mafias y optamos por aliarnos con el comercio local para abastecerlos, así esa voz crítica se ha ido apagando”, explica Irina Catalina Dragomir, presidenta de la ONG.

De esa base inclusiva se nutren las voces que plantan cara a la gestión de Albiol. “La sociedad está abriendo los ojos ante las provocaciones continuas de Vox y dándose cuenta de que dejarlas en manos de los partidos de la izquierda no es suficiente. No sirven sólo como tapón a la extrema derecha, tenemos que hacerlo nosotros”, señala Aleixandre.

Héctor Borja, implicado a través del colectivo La Escletxa en la colocación en 2016 de la placa retirada, se plantea “retomar” su activismo social. “Quizás es el momento, pero costó mucho -dice sobre la placa- y ahora es como volver al principio, otra vez”.

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