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Sanar con imanes y heces: el corto nominado a los Goya que denuncia las pseudociencias

La película ‘Una terapia de mierda’ relata la historia real de un método inventado por dos amigos biólogos que dieron a conocer en una web y algunos creyeron

Una imagen de 'Una terapia de mierda'.
Una imagen de 'Una terapia de mierda'.

Lo primero que aparece en la pantalla es un letrero con letras doradas: “Basado en hechos reales”. Es importante. De hecho, es lo más importante. Y conviene no olvidarlo, pero cuesta de creer, porque a continuación aparecen Fernando Cervera y Mariano Collantes, que explican a cámara cómo, a raíz de una broma, comenzaron a promover la fecomagnetoterapia, un método inventado para curar enfermedades con heces e imanes. Y cómo les creyeron. Así comienza el cortometraje documental nominado a los Goya Una terapia de mierda, de producción valenciana y dirigido por Javier Polo, que tiene un mensaje muy claro: “cuando dejas de creer en la ciencia, acabas creyendo cualquier mierda”. Literal o figuradamente.

Todo empezó en 2009 “como una broma de unos post-adolescentes”. Fernando y Mariano, amigos de la carrera, abrieron un día una web. En ella, ponían en boca de los doctores Hugh Nielsen y Leslie Laurie -mezcla de los nombres y apellidos de los protagonistas, respectivamente, de House y Aterriza como puedas- un remedio milagroso para todo tipo de dolencias. El triunfo fue inesperado. “Solo pretendíamos echarnos unas risas, pero empezamos a ver que la gente no solo se creía la historia, sino que nos llamaba para saber dónde comprar nuestra mierda”, recuerda Cervera. Les pidieron comprimidos, solubles, inhaladores. Les pidieron prólogos para libros. Les pidieron que hablaran en la Feria Esotérica y de Terapias Alternativas de Atocha. Allí, entre pseudopsicólogas que aseguraban que podían hablar con los perros o terraplanistas, dieron una conferencia: contaron que el suyo era un remedio ancestral, que los aborígenes argentinos ya se rebozaban en excrementos para curarse enfermedades. Les pidieron que volvieran en la siguiente edición. Afirma el biólogo que nunca vendieron nada: “Empezó a ser un experimento sociológico para ver hasta dónde podíamos llegar”. El experimento duró dos años, y podría haber durado más.

Lo pararon por una mujer. Fue “la delgada línea roja que separa la broma de la ignominia”. Fue ella la que se puso en contacto, pero el tratamiento era para su marido. “Explicaba que tenía algún tipo de problema de salud mental y que ejercía violencia machista contra ella y sus hijos”, recuerda Cervera. La mujer pensaba que la fecomagnetoterapia podría acertar donde todo lo demás había fallado. “Se nos formó un nudo en el estómago al pensar que habría gente que podría decirle que sí la podía ayudar y podría venderle hez embotellada”, asegura.

Así que explicaron lo que habían hecho. “Lo que queríamos trasladar es que no hay un tipo de persona proclive a creer en pseudoterapias sino que todos somos esa persona; todos tenemos algún tipo de pensamiento irracional, ya sea por superstición o por ignorancia”, explica Cervera. La broma que se les fue de las manos, el experimento sociológico que les dio mucho que pensar lo contaron, entre otros foros, en una charla TED. Esa conferencia la vio Juanjo Moscardó, impulsor del proyecto, productor y guionista y, como Fernando, valenciano. “Me fascinó porque lo contaban con mucho humor pero pensé: ojo, que esto es una cosa muy seria”, recuerda el productor. Lo que le quedó claro es que todas esas voces que dicen “déjalos, que no hacen daño a nadie” mienten. Y decidió buscar un director y convertir esas conferencias y el libro El arte de vender mierda, escrito por Cervera, en un cortometraje.

Hoy es un corto producido por cuatro productoras valencianas: Cosabona Films, Los Hermanos Polo, Inaudita, Wise Blue Studios. Un corto que ha pasado por 40 festivales internacionales donde ha recibido 8 premios: el Feroz o el Berlanga, además de nominaciones a los Fugaz y, ahora, a los Goya, por ejemplo, que se conceden el 10n de febrero en Valladolid. Pero, para el director del cortometraje, Javier Polo, la historia tras una terapia de mierda fue primero “una fantasía”. ”Nuestra intención era abrir un poco una ventana a la reflexión de que algo estaríamos haciendo mal como sociedad si dos personas se inventaban un tratamiento con caca e imanes y la gente se lo creía”, explica. Las decisiones artísticas estuvieron claras: el relato de la fecomagnetoterapia era “una parodia de la parodia” y, como tal, le correspondía en la pantalla una estética inspirada en “una especie de teletienda llena de brillibrillis y caspa”. Nada de actores profesionales: solo Fernando y Mariano dando vida a Fernando y Mariano. Y risas enlatadas, y aplausos, y pelucas. Y menos imanes que caca.

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Fotograma del corto 'Una terapia de mierda', en una imagen cedida.
Fotograma del corto 'Una terapia de mierda', en una imagen cedida.

Pero no solo hay brillo y comedia en los diez minutos de cortometraje. De pronto, el plano cambia y, en una mesa, aparecen tres personajes. Uno, con cabeza de virus: un antivacunas. Otro parece un pingüino: un negacionista del cambio climático. Un tercero con un globo terráqueo aplastado sobre el cuello: un terraplanista. El antivacunas bebe lejía, al pingüíno le da un golpe de calor, el terraplanista se estrella con su cohete. Todos mueren.

“A todos nos han venido alguna vez alguna mierda”, considera Juanjo Moscardó. Cuando cuenta de qué va el corto, reconoce que algunos se preguntan “cómo hay gente que cree en esas cosas”. “Pero luego te dicen que lo que sí que funciona es el diagnóstico por el iris, o la medicina tradicional china, que esas cosas sí”, añade. Detener las pseudociencias ya no pasa, cree Fernando Cervera, por hacer leyes, sino por que se cumplan las que ya están aprobadas, como la Ley de Profesiones Sanitarias o la de Centros Sanitarios. Solo con esas normas en la mano, ya se deberían cerrar 15.000 centros de pseudoterapias en España.

Por eso, que Una terapia de mierda ganara un Goya sería, coinciden todos, un mensaje poderoso. Según el productor, Juanjo Moscardó, una llamada a “ser críticos”. Un “ojo, que nos la cuelan muchas veces”. Según el protagonista, Fernando Cervera, una advertencia contra “el pensamiento mágico, que ha campado a sus anchas”. Una “demostración de que nos tomamos en serio la lucha contra las pseudociencias”. Según el director, Javier Polo, una prueba de que “hay otra manera de hacer documentales que incluye el humor”. De que la risa es, a veces, la mejor manera de lanzar un mensaje. De que el humor es, también en materia de salud, “una cosa muy seria”.

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