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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Me preguntas

Me responde que en el 41, cuando ella nació, lo que empezaba era la guerra de verdad. Entonces enciende el brasero, feliç any nou, tia, y se pone a contar

Paco Cerdà
Joan Manuel Serrat, hace un año.
Joan Manuel Serrat, hace un año.EFE

La mesa camilla. Le pregunto por la posguerra. Me responde que en el 41, cuando ella nació, lo que empezaba era la guerra de verdad. Entonces enciende el brasero, feliç any nou, tia, y se pone a contar.

Primero cuenta del hambre. En casa solo cocían pan el fin de semana. El resto de días había rollo y cocas sin trigo. Ella las arrojaba a los perros flacos que rondaban la escuela. Pero a la abuela, que era velleta y vivía en casa, los otros hijos le traían pan. Y se lo escondía.

La niña iba loca de hambre. Sabía que en algún sitio estaría el pan. Buscaba. Rebuscaba. Y un día, en la cómoda de la habitación, tras abrir todos los cajones, cayó el secreter. Envuelto por una servilleta se ocultaba el pan. Le dio varios pellizcos. Y lo guardó. Al poco oyó a su abuela decir que debía de haber alguna rata en su cuarto, porque habían roído su pan. Ella se hizo blanca. Nunca más hubo pellizcos.

Luego cuenta de la escuela. La maestra venía de la Ribera. Un día, como tantos, le golpeó fuerte en las manos con ese palo gordo de madera. La tía Aliblanc. Así la maldijo después, por su pelo blanco alicaído. Una amiga le dijo que iba a chivarse. Ella se asustó. Se fue a casa y le dijo a su madre que estaba muy enferma; que no podía ir a la escuela. Se acostó muerta de miedo. Al día siguiente no tuvo más remedio: fue a la escuela. El miedo en las piernas. El rollo. Los perros flacos cerca. La niña no se había chivado. La Aliblanc no le zurró. Eso sí: le pidió que ella y otra alumna cargaran sus maletas hasta el apeadero de la estación. Regresaba en tren a la Ribera a pasar el fin de semana. Y el lunes, a la hora, no faltéis.

Madres. Vicent Camps recita como nadie. En la primera fila está Serrat. Suenan versos de Ovidi dedicados a su madre. Em preguntes si me’n recorde de vostè, del pare, dels germans, de la família, dels d’Alcoi. Em preguntes: Ets dels nostres? No ens oblidaràs als pobres?

Después suenan los versos de Serrat dedicados a su madre, la señora Ángeles, filla del vent sec, y a Belchite, una eixuta terra. Por la mañana rocío, al mediodía calor, por la tarde los mosquitos: no quiero ser labrador.

Esas preguntas los persiguieron a ambos. También a Raimon. Ser fiel al origen. Recordar. Cinema Paradiso. El peligro disfrazado de pasado almibarado. El fantasma de la melancolía.

Lacayo. Decía Strindberg que el teatro es una escuela para aquellos que aún conservan la capacidad de engañarse a sí mismos y dejarse engañar. En el Teatre Micalet acaban de representar Senyoreta Júlia. En la obra, el lacayo —que en esta excelente versión de Eva Mir procede de los suburbios de una ciudad actual— besa el zapato de su señora. El lacayo abomina de su olor a pobre. El lacayo sueña con ser rico. El lacayo descubre que ha sido víctima de una ilusión. El lacayo oye a su compañera de trabajo decirle que ya está bien de quejarse tanto, de hablar tanto de autoexplotación y de discursos victimistas.

¿Por qué os quejáis tanto?, le pregunta.

¿Tú sabes lo que han trabajado nuestros padres y nuestros abuelos?, le pregunta.

¿Puedes creer en alguna cosa más allá de tu puto ombligo?, le pregunta.

El lacayo lo oye. El lacayo calla. El lacayo siente que aquello que anhelaba era algo vacío. Que él, seguramente, está vacío. Y que la lucha de clases, a veces, adopta formas siniestras.

PD: Tu paquete ha sido entregado. (La capacidad de engañarse a uno mismo) ¿Cómo fue tu experiencia de entrega? Ets dels nostres?

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