Héroes, mártires, batallas o conventos: así se nombran las calles de Valencia
El fotógrafo Rafael Sena ha compilado la historia de 3.000 calles de la ciudad en un libro
Decir que Isabel murió embestida por un tronco y ahora da nombre a una calle en Valencia sería verdad, pero también sería una simplificación. El 10 de febrero de 1976, el vecindario de Natzaret, en València, estaba reunido en asamblea con el alcalde en el desaparecido cine Los Ángeles. Por delante de la puerta del cine pasaba en esos momentos Isabel Lebrada, madre de tres hijos. Pero también pasaba un camión sobrecargado de troncos sin atar, que iba del puerto a los huertos de la zona. Al girar una esquina, un tronco cayó del camión y embistió a Isabel, que murió. Ese día, se constituyó la Asociación de Vecinos de Natzaret para denunciar, entre otras cosas, el excesivo tráfico no autorizado en las calles. Tres años después, la calle del extinto cine recibió el nombre de Isabel, que se mantiene hasta hoy.
Ella no es la única “mártir” urbana que da nombre a una vía en una ciudad que se ha nombrado a sí misma a través de referencias militares, religiosas, culturales y sociales; un nomenclátor de la València de los héroes, las batallas y los conventos que ha estudiado Rafael Sena en el libro Els carrers de la ciutat de València (Llibres de l’Índex), que se pregunta por qué las calles, plazas, avenidas y grandes vías se llaman como se llaman.
“Una calle es un honor porque es una memoria”, asegura Sena, fotógrafo “de tercera generación” y vecino de Ruzafa, que estudió Bellas Artes pero pronto descubrió que “no tenía vanidad” de artista. Por eso, optó por continuar la saga familiar de fotos de estudio que su padre y su abuelo encabezaban, aunque pronto descubrió que la ciudad le reservaba también mucho material fotográfico. Por ejemplo, en las calles y plazas de su barrio. En una pared indicaba el nombre de una calle con dos ortografías diferentes: Doctor Sumsi o Doctor Sunsi. Fue el primer error en la rotulación de las calles que Sena fotografió. En unos años, había logrado una colección de casi 500 fotografías de placas que comenzó a exponer por Valencia. Una colección de sinsentidos que se explicaban, entre otras cosas, por la imposición del castellano sobre el valenciano, pero no solo. Una exposición de placas que decían “Calle Pie de la Cruz, antiguo Peu de la Creu”, o que traducían mal “carrer de la Boatella” por “calle Botellas”.
Fue el inicio de una pasión que Rafael Sena ha plasmado a sus 83 años en una obra de tres tomos que es una verdadera enciclopedia de 3.000 calles de València. Se la debe, para bien o para mal, al monarca Carlos III, que a finales del siglo XVIII ordenó que todas las calles estuvieran nombradas y rotuladas. El nomenclátor empezó siendo lógico: se daba a las calles el nombre de alquerías, caminos o partidas de campo, o adoptaban el nombre del convento, abadía o iglesia que estuviera más cerca. Los oficios también ayudaron a nombrar la ciudad: si los carniceros se concentraban en una calle, sería absurdo que esta no se llamara carrer dels Carnissers y, por esa regla de tres, los silleros dan nombre al carrer dels Cadirers.
Calle de la Fai, plaza del Caudillo
Pero después llegaron los héroes al callejero. Al final del siglo XIX, con la pérdida de las colonias, “había que dar valor a lo nacional y a los éxitos pasados”, explica Sena, y por eso surgen vías como Cristóbal Colón, Hernán Cortes o Francisco Pizarro. En el siglo XX, los héroes son otros: la República renombra la calle que lo empezó todo para Sena, Doctor Sumsi, que pasa a ser la calle de la FAI, y la Gran Vía Marqués del Túria toma el nombre de Buenaventura Durruti. Tras la Guerra Civil, el franquismo llena las calles de Valencia de su imaginería: avenida Jose Antonio, plaza del Caudillo. La democracia no se deshace de muchos de esos nombres hasta la aprobación de la Ley de Memoria Histórica de 2007. Y, en el caso de València, hasta 2015, cuando el nuevo Ayuntamiento de izquierdas crea comisiones de expertos para deshacerse de los vestigios franquistas en el callejero.
Hoy, hay un lugar en València en el que están juntas Virginia Woolf, Emilia Pardo Bazán, Simone de Beauvoir, María Zambrano, Federica Montseny u Olympe de Gouges. Es el Grupo de viviendas 8 de marzo, antes Grupo Antonio Rueda en honor de un gobernador civil franquista. Un ejercicio de justicia feminista que Sena lamenta que cuente con tan pocos nombres valencianos. Él prefiere, por ejemplo, la calle Jerónima Galés, la impresora valenciana que se hizo cargo del negocio de su marido muerto en el siglo XV, cuando eso parecía ciencia ficción, y reivindica vías para otras mujeres más cercanas como Carmelina Sánchez Cutillas, Mercé Rodoreda o Montserrat Roig.
Chanquete y la víctima del asesino de la maleta
Pero sus tres tomos no tratan sobre lo que falta en los nombres de las calles de València, sino sobre lo que sí hay. Y en el callejero hay mártires, como Isabel Lebrada, pero también como Blas Gámez, el subinspector de policía asesinado por el “asesino de la maleta” de Ruzafa, o como Àngels y Frederic, así, sin apellidos, que murieron en el Cabanyal cuando les cayó encima un trozo de muro de la antigua fábrica de cervezas El Águila. También hay músicos, como Beethoven o Chopin, como José Serrano o Amparo Iturbi. Pero también como el mexicano Agustín Lara, que cantó a València y que agradeció su calle con una carta en la que decía renovar “los votos de amor y devoción a esta tierra bendita”. O como Lucrezia Bori, que participó en un concierto en Nueva York de recaudación de fondos tras la riada, gracias al que se construyó gran parte del barrio de la Fuensanta. En los nombres de la ciudad de València también hay mucho cine, como el de Berlanga y Buñuel, o como el de Antonio Ferrandis, actor que daba vida a Chanquete en Verano Azul y que hoy da nombre a la vía que conecta el Oceanogràfic con la huerta. Y ciencia, con Santiago Grisolía, Marie Curie o Margarita Salas.
En el callejero particular de Sena, sin embargo, también hay dudas: se pregunta si la calle del Gigante se llama así porque en ella se guardaban los gegants del Corpus, y no ha podido comprobar si la calle del Amparo, del Cabanyal, nace de una advocación a la Virgen para que protegiera a los marineros. También hay frustraciones, como la de que personajes relevantes tengan calles diminutas: Federico García Lorca va en paralelo a las vías del tren, Andreu Alfaro está en el extrarradio, entre Benicalap y Ciutat Fallera, y el arquitecto Guastavino tiene una vía prácticamente sin casas. Sena también ha detectado, en medio del “desaguisado” que es el nomenclátor, vías duplicadas, como las dos que, en Safranar y Benicalap, recuerdan la comarca de la Safor. Y nombres sin sentido aparente, como los de las calles de Tendetes que, a cinco kilómetros del mar, se llaman Submarino, Acorazado, Torpedero, Bergantín.
En Valencia hay calles con protagonistas que la historia ha desdibujado, como el Conde de Carlet. A otros todavía no se les ha podido olvidar, como la periodista María José Grimaldo, la exministra Carmen Alborch o el Equipo Crónica, últimas incorporaciones. El procedimiento para pedir una calle es “burocrático” y complejo, y solo pueden iniciarlo los familiares del personaje, la academia, una institución o cronistas municipales, y muchas propuestas “se quedan en un cajón. Pero, escribe Sena, “la ciudad siempre ha tenido las puertas abiertas, y las influencias que ha recibido se han diluido en el caldo intenso que a veces la hace hervir”. Con ellas, hierve también su callejero.
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