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Grito de socorro de los apicultores valencianos para evitar su extinción, ahogados por la importación de miel de China y Argentina

Los productores de miel han pedido al Ministerio de Cultura que su actividad sea declarada patrimonio inmaterial de la humanidad para preservarlo

Concentracion apicultores Comunidad Valenciana
Dos profesionales de la apicultura se embadurnan en miel durante la protesta convocada por las organizaciones profesionales agrarias y entidades relacionadas con el sector apícola ante el Parlamento autonómico.Mònica Torres
Cristina Vázquez

A Carlos Muñoz, apicultor de la serranía de Valencia desde hace 30 años, las altas temperaturas de este verano le derritieron la cera de sus colmenas y perdió cerca del 40% de la producción. Una ruina. “Vale más la pena tirársela por encima que consumirla de lo barata que está”, añade Enric Simó, veterinario de la Agrupación en Defensa de la Sanidad Apícola (Apieds). Dicho y hecho. Simó y otro colega, en cueros, salvo por unos calzones y, a pesar del frío, se embadurnan de miel y ponen cara a la protesta que este jueves han protagonizado los productores autóctonos a las puertas de las Cortes Valencianas por la falta de apoyo de la Administración autonómica. Ataviados con sus características caretas y esparciendo un oloroso humo —con él calman a las abejas cuando extraen la miel de las colmenas— se han quejado de décadas de abandono oficial y de la pérdida de rentabilidad de la miel española a causa, sobre todo, de las importaciones de China y Argentina. “A un productor valenciano un kilo de miel le cuesta unos cinco euros, y los precios que se ofrecen están por debajo de los tres. Es insostenible”, exclama Simó.

“Por favor, rescatad la apicultura, no solo para salvar a los productores de miel, sino para preservar el ecosistema, su diversidad, y la polinización. Porque sin las abejas, no hay alimentos y no hay agricultura”, aseguran. Es su grito de socorro. El cambio climático, denuncian, está haciendo inviable la producción de miel, “y si no nos ayudan desde la Administración, el sector se extingue”. Los productores de miel han solicitado al Ministerio de Cultura que su actividad sea declarada patrimonio inmaterial de la humanidad con el fin de preservarlo.

Con 500 colmenas en propiedad, Muñoz produce, envasa y comercializa su propia miel. Las condiciones de su trabajo no han dejado de empeorar en dos décadas. A principios de siglo, la Generalitat alcanzó un acuerdo con los apicultores, con indemnización incluida, que les obligaba a retirar sus colmenas de las proximidades de los huertos de cítricos, porque la polinización producía la pinyolà, esas semillas con que el consumidor se tropieza mientras degusta mandarinas y naranjas, y que devalúan la fruta en los mercados. La indemnización duró cuatro años, aseguran. Ahora, sin ayuda, tienen que seguir apartándolas en determinadas fechas del año.

La apicultura es además un oficio de trashumancia. Los profesionales, dependiendo de la estación, se ven obligados a trasladar sus colmenas de un sitio a otro. “El ciclo valenciano es transportar las colmenas desde la zona de almendros en la comarca de la Ribera, a la de naranjos, cuando ya no hay riesgo de pinyolà. Y luego cada uno tira hacia la ruta de Aragón o hacia la de Murcia. También había otros que se desplazaban hasta Vizcaya porque allí se produce la miel de brezo, una de las más caras del mercado. Así, hasta septiembre”, resume este apicultor de la serranía, en el interior de la provincia de Valencia. Pero la disparidad de normativas de una comunidad autónoma a otra los apabulla: pago de licencias, solicitud de permisos, estudios de no contaminación...

Estos profesionales se quejan, además, de que otras comunidades autónomas cuentan con una ayuda de 25 euros por colmena cuando en la Comunidad Valenciana apenas tienen apoyo económico. Y también han sido excluidos de las ayudas al gasóleo agrícola porque en sus desplazamientos usan el normal, no el subvencionado. Y si el terreno sobre el que pueden asentar sus colmenas ya es escaso, el despliegue de parques eólicos y fotovoltaicos los ha arrinconado todavía más.

El último talón de Aquiles del sector, el que lo está destrozando, son las importaciones de miel de China, el mayor productor mundial, y Argentina. “La mayoría de miel china entra a la UE por Portugal. Y la que llega al puerto de Valencia, originaria del país asiático, cuesta 1,5 euros el kilo. “Claro, ¿a quién se la va a comprar el mayorista?”, plantea Muñoz, que lamenta además el etiquetado del dulce néctar que llega de fuera: “Si la normativa dice que con solo un 1% de miel autóctona pasa a ser española, pues no hay manera”, asegura.

La climatología les condiciona. “Nos está afectando mucho. Llevamos tres años que cuando llega la primavera se producen lluvias abundantes y no podemos producir nuestra miel de azahar y cuando llega el verano, la sequía extrema nos impide extraer la miel del norte de España”, apostilla Guillermo Rosell, presidente de la sectorial apícola de Asaja, en Alicante.

Carles Peris, secretario general de la Unió de Llauradors i Ramaders del País Valencià, subraya que sin ayudas al gasóleo, con apenas subvención por colmena (hay 314.000 euros para unas 300.000 colmenas censadas en la Comunidad Valenciana), y las cuantiosas importaciones de miel de terceros países, es imposible salir adelante. “Es un sector que aporta mucho a la biodiversidad. No podemos estar hablando a todas horas de la sostenibilidad y el medio ambiente y dejar a la apicultura fuera”, concluye.

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Sobre la firma

Cristina Vázquez
Periodista del diario EL PAÍS en la Comunitat Valenciana. Se ha ocupado a lo largo de su carrera profesional de la cobertura de información económica, política y local y el grueso de su trayectoria está ligada a EL PAÍS. Antes trabajó en la Agencia Efe y ha colaborado con otros medios de comunicación como RNE o la televisión valenciana À Punt.

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