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PPCV
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La única oportunidad de Mazón y Catalá

Leer y escuchar al presidente de los populares valencianos en esos días azarosos para el PP ha sido un ejercicio muy ilustrativo sobre la liviandad de las lealtades en política

El presidente del PP de Valencia, Carlos Mazón durante el XX Congreso Nacional del partido en Sevilla.
El presidente del PP de Valencia, Carlos Mazón durante el XX Congreso Nacional del partido en Sevilla.Julio Muñoz (EFE)
Amparo Tórtola

Hace seis meses, en octubre de 2021, el PP clausuró en la simbólica Plaza de Toros de Valencia su Convención Nacional. Presentada como el marco idóneo para una renovación ideológica del partido, en realidad la convocatoria tenía un objetivo más perentorio: reforzar el liderazgo de un Pablo Casado cuyas fragilidades saltaban a la vista. Casado salió del coso taurino a hombros de los suyos, ratificado como líder del PP y candidato a la Presidencia del Gobierno.

Hoy, medio año después, el PP clausura en Sevilla un Congreso extraordinario que ha dado sepultura a Casado y elevado al liderazgo de la formación conservadora a Alberto Núñez Feijóo, el anhelado. En realidad, Casado nunca debió estar ahí ni Feijóo hacerse esperar tanto.

Entre los dirigentes populares valencianos cundió la incertidumbre ante la envergadura de la crisis nacional del PP desatada en febrero y el estrecho vínculo de sus dos principales referentes —Carlos Mazón, presidente del PPCV, y María José Catalá, secretaria general— con Casado y su supremo secretario general, Teodoro García Egea. La ola del tsunami de deserciones con el casadismo tardó en llegar a la Comunidad Valenciana más que a otras autonomías.

Pero llegó. Mazón y Catalá se sumaron al coro de voces que reclamaban un cambio de rumbo en el partido y miraban hacia Galicia y su presidente, Feijóo, como la solución mágica. Sin despeinarse. Leer y escuchar a Mazón en esos días azarosos para el PP ha sido un ejercicio muy ilustrativo sobre la liviandad de las lealtades en política. El presidente del PP valenciano, en comandita con Casado y Egea, accedió al cargo tras meses de artimañas contra su antecesora, Isabel Bonig.

A rey muerto, rey puesto, dice el refranero popular. En la Comunidad Valenciana se ha acogido con euforia la sustitución de Casado por Feijóo y la defenestración de García Egea. A los mismos que hasta hace un mes presumían de la amistad con ambos y visitaban con asiduidad la sede nacional de la madrileña calle Génova para presentarles sus respetos, les falta ahora el canto de un duro para hacer un Rajoy y referirse a Casado y Egea como “esos señores de los que usted me habla”.

Lo más sorprendente de lo que está pasando en el PP autonómico no son estas actitudes. Las felonías y las puñaladas traperas son habituales en la vida orgánica de los partidos. Lo más asombroso es que toda la preocupación de sus dirigentes parece concentrada en aquilatar su influencia y cercanía a Feijóo con la incorporación de pedigrís valencianos a los nuevos órganos de dirección del partido. Como si ese fuera el mayor de sus problemas o la solución a los mismos. Y no.

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El problema de los populares valencianos y, sobre todo, de sus principales dirigentes, es ganar las próximas elecciones autonómicas y municipales y conseguir formar gobiernos. De no lograrlo, pueden darse por muertos. No hay tiempo para que Feijóo, recién aterrizado, se dedique a mover piezas autonómicas. Respetará a Mazón y a Catalá, pero estos dispondrán de solo una oportunidad para demostrar su arraigo en las urnas. El ejemplo del presidente andaluz, Juanma Moreno, debiera servirles de aviso. Para Casado y Egea no era el mejor candidato. Su relevo estaba preparado. Pero se hizo con la presidencia de la Junta de Andalucía y se tornó en intocable.

No lo tienen fácil Mazón y Catalá. Reunificar en torno al PPCV a toda la familia política del centro derecha autonómico ya no es una opción. Bastante suerte tendrán si Vox no les da el sorpasso.


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