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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las gafas y Puigdemont

Las gafas del líder de Junts no son las de un seductor, pero le permiten observar la inquietud de los suyos, conscientes de disponer de un líder con más pasado que futuro

Carles Puigdemont

La política española es un vaivén de trompazos que se actualiza a diario. Una mañana sufre el PSOE con los reveses judiciales o la evidencia de su debilidad parlamentaria. Y al otro amanecer tuerce el gesto el PP, salpicado por la indecencia moral de Carlos Mazón o el quijotesco combate al sanchismo. Pedro Sánchez se puso las gafas en el Senado y terminó la comisión de investigación preparada para acorralarle. La partida dialéctica auspiciada por la formación de Alberto Núñez Feijóo, en campo ajeno y con árbitro casero, embarrancó por el afán de conseguir un titular antes que una respuesta con notoriedad judicial. Un Sánchez escurridizo no respondió a las preguntas que una buena oposición debería perseguir. Bastó con ponerse las gafas ante el ruido inquisitorial de la derecha, incapaz de hilar el cuestionario que exigía un presidente herido por las andanzas de dos secretarios de organización que fueron escuderos y confidentes.

Las gafas de Sánchez sirven para aplacar la acometida infructuosa del PP, que tiene un agujero negro en Valencia, pero no se han utilizado para leer con anticipación los avisos de sus socios de investidura. Es sabido que ERC exige que la nueva financiación no sea una concreción cosmética del acuerdo de investidura que catapultó a Salvador Illa al Palau de la Generalitat -están en juego los presupuestos del Govern-, aspiraciones que gestiona con incomodidad María Jesús Montero.

Y Junts, telegrafiando la amenaza durante meses, teatralizó la semana pasada la ruptura de relaciones formales con el Gobierno con el argumento de los incumplimientos socialistas. La puesta en escena de Carles Puigdemont desde Perpiñán, con el mensaje implícito que la resistencia de Sánchez es sinónimo de apego al poder, no ha cambiado la dinámica de la legislatura española, aunque añade erosión a la Moncloa. Solo la moción de censura podía sacudir el paisaje en el Congreso y el líder de Junts ha evitado pisar un jardín tan asilvestrado.

Una vez resuelta la incógnita de otoño, la pregunta es si Puigdemont, que hace tiempo que usa gafas sin el mismo glamur que Sánchez, enfoca bien el burbujeo de su partido. El resultado de la última consulta a las bases dice que Junts es un artefacto hecho a semejanza de su líder. Con una cúpula que respalda las maniobras de Waterloo, la que sirvió para dar el volantazo de pactar con el PSOE en 2023 después de convertir en lema el no surrender y la que avala ahora dejar de ejercer la influencia en las Cortes a pesar de vivir en la intemperie institucional.

Pero en Junts también aflora la voz de alcaldes preocupados por un partido instalado en compás de espera, asediado por el auge de la extrema derecha y sin estrategia rentable en el Parlament ni candidato en Barcelona. Y germina la reflexión de dirigentes que ya barruntan que su estandarte no puede ser cartel electoral en unos nuevos comicios en Cataluña. Las gafas de Puigdemont no son las de un seductor, pero le permiten observar desde la distancia de Bélgica la inquietud de los suyos, conscientes de disponer de un líder con más pasado que futuro.

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