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Opinión
Columna
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Vencer a la muerte

Este deseo de escapar a cualquier precio no da como resultado la libertad, sino la esclavitud de temer al tiempo

Envejecer
Sara Berbel Sánchez

Cada año, los días 1 y 2 de noviembre nos invitan a mirar de frente a la muerte. En el calendario católico se honra a los difuntos y a los santos, recordando tanto la pérdida como la esperanza de trascendencia. La fecha hunde sus raíces en la tradición del Samhain celta, que celebraba el retorno de los espíritus, convertida en el Halloween anglosajón y en el Walpurgis germánico. En ellas, la muerte no era un enemigo, ni siquiera un final, sino una transformación: el ciclo de la vida comprendía la oscuridad como parte de la existencia. Hoy, en cambio, hemos convertido la muerte en una afrenta personal. No la integramos, la combatimos.

La inmortalidad ya no se busca en los templos, sino en los laboratorios. Así aparecen los nuevos alquimistas del poder que invierten enormes sumas para burlar el envejecimiento. Vladimir Putin impulsa laboratorios genéticos y medicina regenerativa para alargar su vida; en Silicon Valley, millonarios como Peter Thiel, Bryan Johnson o Sergey Brin financian empresas que investigan la reversión del envejecimiento mediante transfusiones de plasma joven, inteligencia artificial y biotecnología que prometen detener el reloj biológico. No buscan vivir mejor, sino vivir más. La muerte, símbolo último de igualdad, se convierte así en un nuevo territorio de desigualdad. El lema no es ya “memento mori”, sino “Don’t die trying”.

En este contexto, el cuerpo femenino es uno de los más preciados campos de batalla. Las mujeres, sometidas a presiones estéticas constantes, luchamos contra una muerte social además de la biológica, marcada por la pérdida de atractivo, visibilidad y poder a partir de la mediana edad. La cultura antiedad encubre una exigencia de eterna juventud. Se reviste de empoderamiento, pero, en el fondo, se trata del mismo anhelo: negar la caducidad, rehuir la fragilidad.

El Dr. Manel Esteller, una autoridad en longevidad, destacó que María Branyas, que vivió 117 años, comía tres yogures al día. La Fageda, fabricante del yogur que ella consumía, declaró que, tras la difusión del estudio, recibió en las dos primeras semanas tantos pedidos como normalmente en un año. Este deseo de escapar a la condición humana a cualquier precio no da como resultado la libertad, sino la esclavitud de temer al tiempo.

Algunos psicólogos sociales han propuesto la teoría del manejo del terror para explicar que muchas de nuestras motivaciones culturales —el poder, la religión, la fama o la belleza— son estrategias defensivas para apaciguar el miedo a la muerte. Sin embargo, cuanto más intentamos negarla, más ansiosos y vulnerables nos volvemos. La negación de la muerte alimenta la competencia narcisista, el consumo y la desigualdad

Aceptar la muerte no implica resignación, sino reconciliación con la vida. Si asumiéramos la finitud como parte del sentido, quizá dedicaríamos menos recursos a prolongar lo inevitable y más a mejorar la existencia común: cuidar los vínculos, la justicia, el planeta. No venceremos a la muerte, pero podemos vencer la indiferencia, la soledad y la codicia que la hacen temible. Esa sería, quizás, la auténtica victoria.

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Sobre la firma

Sara Berbel Sánchez
Doctora en Psicología Social y Asesora en planificación estratégica y liderazgo. Ofrece asesoría estratégica para la innovación y transformación de empresas y administraciones públicas, formación a alta dirección y conferencias, aplicando la psicología social a la planificación organizacional.
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