Nostalgia del mambo
Hay, en este período calmado, una necesidad de drama, unas ganas de volver a la agitación de tiempos pasados, como si la normalidad nos pesara


La política en Cataluña discurre tan tranquilamente que una sola encuesta ya es capaz de agitar el ambiente hasta extremos de fin de régimen. Una única encuesta. Una estimación de voto que no es ni novedosa, pero que ha impactado en las calmadas aguas del estanque catalán como un meteorito capaz de eliminar a la población entera de dinosaurios del planeta. El mundo se acaba porque lo dice una encuesta. Cataluña se vuelve ingobernable, la extrema derecha toma el control, la mayoría en manos de Orriols, el electorado se ha vuelto facha de la noche a la mañana. Vamos a morir todos.
Hay, en este período calmado, una necesidad de drama, unas ganas de volver a la agitación de tiempos pasados, como si la normalidad nos pesara, como un movimiento reflejo, la sensación del miembro fantasma, la nostalgia de los años que vivimos peligrosamente. Hay en el ambiente una sensación ambivalente. Por un lado, se valora el estado actual de cosas, la tranquilidad general, el sosiego, y un cierto cachondeo cuando se ve cómo se las gastan en Madrid. Pero, por otro lado, parece que añorásemos el mambo (como dirían los de la CUP), el vértigo de esos días de rabia y desgarro. Así que a la mínima que se nos ofrece la oportunidad, corremos a rasgarnos las vestiduras y proclamar el apocalipsis, en parte temerosos y en parte regocijados con el reencuentro de la tensión.
Algo de eso, de esas ganas de volver al frenesí y a la bulla, late en el fondo profundo de los medios de comunicación. Al fin y al cabo, es su razón de ser, aquello del hombre que muerde al perro. La normalidad no es noticia. Los medios no viven de contar que todo está bien y que no hay nada que ver, circulen, circulen. Mediáticamente da mucho más juego Díaz Ayuso que el president Illa. Eso, por muy comprensible que sea desde el punto de vista del negocio, no deja de ser un problema, porque se prima el exabrupto, el insulto y el pataleo. Vende más una salida de tono que un discurso razonado. Es un problema de nuestro tiempo. Los medios viven de captar nuestra atención y en un mundo de bombardeo masivo de mensajes, solo consiguen atraernos las consignas más demenciales, los anuncios más extremos o los vaticinios más espeluznantes (¡vamos a morir todos!).
El problema (porque siempre hay un problema) es que priorizar los mensajes más salvajes acaba condicionando el humor general. Es así como ideas que hace poco tiempo podríamos considerar como inadmisibles hoy, a base de oírlas repetidamente, nos parecen asumibles, incluso nos pueden parecer que expresan el “sentido común”, puesto que “todo el mundo” parece decir lo mismo. Y ahí es donde llega la famosa encuesta para ratificar esa idea y hacer aceptable lo inaceptable, el insulto, la violencia, el racismo. Expulsión masiva, supervivencia de la nación, invierno demográfico, el gran remplazo. Soluciones tramposas envueltas en palabras gruesas para eludir cualquier concreción o un mínimo examen ético.
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