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Patti Smith
Crónica
Texto informativo con interpretación

Patti Smith juega a los arquetipos sobre el escenario

La audiencia del Temporada Alta sabía a lo que se enfrentaba: una leyenda viva, y se prepararon para dar poco uso a sus butacas

Patti Smith

Todo sucedió en otoño. Patti Smith (Chicago, 1946) y su banda, que sigue siendo -casi- la misma, se reúnen en los Electric Lady Studios en Nueva York, su ciudad de adopción para grabar el debut, Horses (1975). Un ejercicio poético que se transformó en un hito del proto-punk, del rock’n’roll, del spoken word y de las fuerzas eléctricas. 50 años más tarde, también en otoño, celebrarán ese medio siglo en Madrid y luego en otras seis capitales europeas. Pero antes, Smith se pasa por el festival Temporada Alta en su 34ª edición. Una doble fecha que se acoge en el marco del 10º aniversario del Auditori de Girona. Todo son epifanías: “Y en 2026 celebraré mi 80 cumpleaños”. Su carrera no se quedó en un disparo de salida. A pesar de las bajas que le ha ocasionado la contracultura, estira el hilo hacía la eternidad. Una trayectoria a la que no para de incluir proyectos, el 6 de noviembre publicará otro tomo de memorias, Pan de ángel, en la editorial Lumen.

El auditorio al completo se pone en pie cuando ella y sus músicos aparecen en el escenario. La audiencia sabe a lo que se enfrenta: una leyenda viva, y se preparan para dar poco uso a sus butacas. En ese espacio diáfano parece una figura enérgica, pero pequeñita, de pelo níveo, calzada en unas Keds blancas. Se acerca al borde, saluda con las dos manos y esa sonrisa inconfundible de duende. Parece más que nunca una niña. Una de las que va a tocar con su banda de amigos -con Seb Rochford lleva 50 años y con Tony Shanahan, unos 30-. Da inicio con Dancing Barefoot, una de las muchas canciones que compuso para el amor de su vida, Fred ‘Sonic’ Smith, de los MC5. “Tu padre”, le dice a Jackson Smith, su hijo, que toca la Telecaster a su lado como miembro oficial de la formación. Sí, ella es una niña, hace bromas de madre y se ha convertido en madrina del punk, matriarca del rock.

Está jugando y hará muchas versiones de sus bandas favoritas: Transcendental Blues de Steve Earle, la habitual Bullet with butterfly wings de Smashing Pumpkins, una adaptación iluminadora de Work de Charlotte Day Wilson y Man in the Long Black Coat de Bob Dylan, en la que se equivoca muy sutilmente y pide disculpas a Bobby, entre risas, recordando el incidente de Gala de los Nobel de 2016. No se la puede culpar, tanto Smith como Dylan escriben letras complejas, poesía con mucho story-telling. En su boca, el protagonista de su canción puede ser la metáfora del diablo o de la soledad del camino. Tapa como nadie l’inconnu bajo ese largo abrigo negro, para que nadie descubra el misterio.

En Break it up, escrita junto a Tom Verlaine, sueña que Jim Morrison queda atrapado en una figura de mármol. Le grita “¡rómpela, rómpela!” -de aquí título y estribillo de la canción-, conjurando que le salgan alas y consiga usarlas para escapar de su bellísima trampa. Recordamos que Patti Smith es poeta, pero también activista, política, climática y espiritual. No faltan la danza fantasmal de su disco Easter (1978), un hechizo dedicado a la población nativoamericana que “aún está luchando por el derecho a la tierra en la que lleva mucho antes que nosotros”. O su himno personal para el pueblo Palestino, Peaceable Kingdom, que escribió en 2004. Su reconocimiento llegó mucho antes que el de la ONU.

Termina el concierto fingiendo un cambio de outfit, se quita la americana y se pone el chaleco, “porque esto es lo que hace una rock star”, ríe. Es un gesto más sardónico que coqueto. Va con su tanda de grandes hits, Because the night -coescrita por Springsteen-, Gloria, que originalmente era de Van Morrison, pero se la ha apropiado para siempre, y People have the power, en un bis en el que no se ha hizo derogar, porque el público seguía de pie. Al despedirse, invita a su amigo y promotor-estrella, Gay Mercader, al que ya se había escapado a saludar entre bambalinas en mitad del concierto. Un público atónito ante sus peculiares desapariciones y también por su facilidad para abrocharse los cordones de las zapatillas -las mismas con las que había paseado por el casco antiguo-, sobre los monitores, sin perder ni una pizca de su carisma de chamana. Ha sido, y aún puede ser tantas encarnaciones, Patti Smith. El público se quedó deseoso de verla pronto para contarlas.

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