‘Putiruta’ por la Barcelona repudiada
Un irreverente itinerario cultural denuncia la invisibilización de las trabajadoras sexuales a lo largo de la historia y reivindica su participación en la construcción de la vida en la ciudad

Viernes noche en Barcelona. Todavía es febrero y arrecia un frío de mil demonios, pero la calle parece no notarlo. En el paseo del Born, salpicado, como siempre, de vecinos y turistas que apelotonan el pequeño bulevar, un brazo desgarbado se alza sobre el tumulto. Es Violet Ferrer, activista trans y artífice de la irreverente ruta cultural que, cada fin de semana, recorre los recovecos del centro de la ciudad para reivindicar la estela de las trabajadoras sexuales en la construcción de la vida en Barcelona. La mano al cielo para llamar al orden a los distraídos nunca falla y, en pocos segundos, los más rezagados se unen al pequeño grupo que ya se arremolina alrededor de la maestra de ceremonias. Todo listo para empezar. “¡Arriba la pestaña y para allá!”, suelta resolutiva señalando una pequeña callejuela empinada que se adentra en el barrio.
De camino, un aviso. O varios: ella hablará desde su experiencia —ha estado en situación de prostitución un tiempo, explica— y de lo que le han contado otras compañeras. “Dejo trata, explotación y tráfico aparte. Yo hablo desde la libertad, pero no hago proselitismo”, repetirá una y otra vez. Y todas sus impresiones se circunscriben a la ciudad de Barcelona, que es lo que conoce.
“Llevaréis en la cabecita lo que es una puta, ¿no? Pero, ¿habéis hablado con ellas? ¿No, verdad? Entonces, ¿de dónde habéis sacado lo que es una puta? Hay que echar abajo el imaginario y todo lo que nos atraviesa. Si no hay dos mujeres iguales, no hay dos putas iguales”, se arranca Violet en los primeros metros del recorrido. Licenciada en Filosofía y con un grado superior de Igualdad y Dinamización Cultural, la activista, que forma parte también de la compañía teatral TiritiTrans Trans Trans, es un caramelo para los periodistas. Cada palabra es un titular. “¡Qué manía con borrarnos! ¿Qué pasa que siempre ponemos el alma y el cuerpo en las manifestaciones y nunca nos dan un derecho?”.
Cada paso en la “Putiruta”, como la llama, es una declaración de intenciones. Un viaje en el tiempo por la Barcelona disidente, cuenta: “Esta ruta quiere demostrar que hemos sido las grandes ninguneadas de la historia”. Porque lo que no se ve, no existe, dirá varias veces a lo largo de la noche. Y la sociedad ya se ha encargado, durante siglos, de esconderlas, taparlas, agazaparlas en la oscuridad y condenarlas al ostracismo social. Por eso ahora, en una vuelta inmersiva desentrañando la huella de la prostitución en la ciudad, la activista aprovecha las dos horas y media de trayecto para devolverles la voz, denunciar la invisibilización del colectivo a lo largo de la historia y reivindicar su participación en la construcción de la vida en la ciudad.
En la primera parada, Violet vuelve la vista al siglo XVII, donde las mujeres solo podían ser “puta, monja o mujer de”, recuerda. Y se apea ante una verja en la calle de les Mosques que antaño conducía a un burdel. La activista transita con su relato por esa época, describe la iconografía de entonces para identificar los prostíbulos y trae al presente retales de otros tiempos. Como la carassa de Papamosques, el rostro de piedra esculpido todavía en una esquina de la vía y que en algún momento sirvió para ubicar el lupanar. Hay más de esas por el barrio.

Violet es una catarata de datos, anécdotas y discurso con fuerte carga política, que suelta a borbotones sin remilgos. Echa los restos en cada intervención. Y cada tanto, abre un paréntesis que enlaza con un tema de actualidad. Como la división actual en el feminismo a propósito de las mujeres trans o sobre la misma prostitución. “El feminismo está muy malito. ¿Por qué? Porque hay personas que están en luchas que no les tocan. Me explico: si se hace una ley proaborto, ¿os haría gracia que la hiciésemos personas que no podemos abortar? Ni puta gracia. Y ahí empiezan los feminismos excluyentes, cuando ocupas un lugar que no es el tuyo y miras desde tus privilegios”.
Coge aliento y sigue: “El feminismo es la lucha de todas las mujeres, pero por colectivos. Es decir: como mujer trans tengo mis luchas, que en algunas coincidiré con las migradas o con las cis, pero la luchas como persona trans las lucho yo. Nadie tiene que venir a salvarme ni a leer mi discurso”, protesta. ¿Sororidad? Sí, pero cada uno en su lugar, dice. “Todos necesitamos aliados, pero detrás. Haciendo bulto, pero calladitos. Dejando hablar a las protagonistas. Hay que hacer un ejercicio de introspección y decidir qué luchas voy a luchar yo porque me atraviesan y no voy a permitir que las demás las luchen por mí; y cuáles me parecen legítimas y las voy a apoyar. Y las que no, las dejo en paz”. Fin del paréntesis.
La ‘putiruta’ avanza por suntuosos callejones del barrio Gòtic de Barcelona. A ratos iluminados, a ratos más oscuros. Las farolas hacen lo que pueden. “Las calles estrechas eran nuestras aliadas. Para huir, para escondernos, para hacer piquetes”, cuenta Violet. Por el camino, la guía ilustra los agravios que han sufrido a lo largo del tiempo, por parte de la sociedad y de las instituciones. En los burdeles del siglo XVII y en las calles del siglo XX. “Brujas”, “pecadoras”, “foco de enfermedades”. Un desprecio, por cierto, que llega hasta nuestros días, denuncia la activista: “El Estado me ha dado a mí más palos que ningún cliente”. Pero lo que no se ve, no existe.
A lo largo de todo el recorrido, subyace constantemente esa inmensa herida que perfora la historia de estas mujeres: la instrumentalización que, a juicio de la guía, se ha hecho socialmente de todos sus símbolos, apropiándose de ellos y apartándolas a ellas. Pasa con las carassas, cuenta Violet, hoy orgulloso emblema turístico del barrio. Pero también con la representación del colectivo y su voz en los medios de comunicación; o con su papel en el arte, protesta.
Para ilustrar esto último, la comitiva se para en un lugar emblemático. Bajo un puente que comunicaba con el antiguo burdel Ca la Mercè, a los pies de la terraza donde Pablo Picasso pintó, a principios del siglo XX, Las señoritas de Avignon. “¿Quién se iba a ofrecer a salir desnuda en esa época? No éramos musas. Eso era una forma de blanquear el ninguneo y el aprovechamiento que hacían de nosotras. Picasso era un imbécil, un misógino y un machista. Nos maltrataba y nos ninguneaba”, explota Violet.
Barcelona va camino de la medianoche cuando la guía se detiene en la parte baja de La Rambla. Ahí acaba el viaje, justo en el umbral de una finca donde no hace tanto habitaba otro vestigio de la historia de vida de las trabajadoras sexuales de esta ciudad: una pieza de mármol en el suelo con la marca de los tacones grabada a fuerza de aguantar el frío, noche tras noche, en ese portal. “Somos más duras que el mármol, pero nuestra historia les importa una mierda”, lamenta la activista. Los propietarios del inmueble retiraron la pieza de la entrada y se la llevaron dentro, como decoración de un restaurante en los bajos del edificio. Otra estampa de su historia en manos privadas, en lugar de en un museo, critica. Y ellas, invisibles, sin voz. Ni una mención al origen de esos surcos en las losas. Lo que no se ve, no existe.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
