La resistencia crepuscular de Junts
El regreso de Puigdemont a primer plano, pese a fracasar en su intento de ganar la Generalitat, es la utilización del icono de la revuelta para evitar la batalla interior, necesaria para recuperar el espacio perdido
“Esquerra Republicana no tiene interés en que en España haya un gobierno de extrema derecha”, dice Oriol Junqueras. Así deja claro que no hará nada que pueda facilitar el acceso al poder del PP y de Vox, una segura alianza si los números sumaran. Y, sin embargo, vivimos en tiempos dados a los cruces de fronteras políticas más inesperados.
Durante años fueron los partidos de centro los profesionales del cambio de bando, capaces de echar una mano a la derecha o a la izquierda que lo necesitara. Casi siempre cayeron del lado conservador. Y no es por casualidad que en los últimos tiempos se han ido desdibujando desde que las extremas derechas han ido ganando terreno. Es significativo, por ejemplo, que la desaparición de Ciudadanos haya coincidido con la consolidación de la extrema derecha de Vox que ha ocupado su papel de agresivo roedor e incómodo compañero de aventura de las derechas tradicionales. Lo cual hace pensar que el espacio que Ciudadanos ocupaba era más oscuro de lo que nos querían hacer creer. Vestían de centro –este territorio inefable coartada para estrategias taimadas- pero en realidad agitaban la bandera con la alegría del fundamentalismo patriótico que esta enmarañando toda Europa.
Junqueras sabe que su espacio está a la izquierda –con hábito soberanista- y que es allí donde se tiene que situar. Con Junqueras al frente decae la huida populista a la que algunos querían arrastrar a Esquerra, con el evidente riesgo de acabar como acostumbran estas derivas: demostrando que los extremos se tocan. Esquerra sigue en su sitio.
Resuelta esta incógnita, con los socialistas intentando capitalizar el desconcierto y las frustraciones del envite independentista que –como ocurre siempre que se va más allá de lo posible- vive ahora la frustración del choque con la realidad, fruto de errores estratégicos de calado, el centro de atención se está desplazando a Junts que se mueve con retraso manifiesto –y muchos obstáculos en su propia casa- buscando la adaptación al nuevo marco de juego. Curiosamente el icono de este proceso, vuelve a ser Carles Puigdemont, súbitamente regresado al primer plano. Un recurso que solo demuestra la dificultad de Junts para hacer la transformación necesaria que le permita volver al terreno dónde nació y creció de la mano de Jordi Pujol, al amplio espacio nacionalista conservador, que durante décadas lideró la política catalana. En la euforia del procés optó por nadar en todas direcciones y cargó con una avalancha de adhesiones –personales y colectivas- de orígenes diversos, a menudo contradictorios, unidos por la gran promesa. Y a la hora de la frustración, una suma de figuras y figurillas, muchas de las cuales sean han esfumado en el silencio, no encuentran el rumbo para volver donde corresponde, donde la herencia de Convergència les había dejado.
El regreso de Puigdemont a primer plano, a pesar de haber fracasado en el intento de ganar la presidencia de la Generalitat, es simplemente la utilización del icono de la revuelta para evitar la batalla interior, necesaria para recuperar el espacio perdido y volver a ser la fuerza que ligaba parte del poder económico catalán con el amplio espacio de las clases medias catalanistas. Un regreso a un territorio propio que empezará el día en que Puigdemont dé el paso que, hace tan solo unos meses, parecía dispuesto a dar: retirarse de la escena para que Junts decida su futuro sin quedar atrapada en una melancolía de recorrido limitado. Dicho de otro modo, es necesario que Puigdemont pase página, para que Junts regrese al futuro.
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