El apaciguamento y sus límites
Salvador Illa ha aparecido como el hombre adecuado en el momento oportuno
Los éxitos en política son función de los tiempos de la sociedad. Los ritmos cambian. Un sinfín de factores incide en el estado de la ciudadanía. Evidentemente, es difícil negar el principio de determinación económica en última instancia que marca los vaivenes de las personas. Pero no sólo. Las cosas son lo que son y la manera como se leen y como se viven. Y esta elaboración, sin duda, viene determinada por las relaciones de poder, sobre las que se construyen los discursos propios de cada momento, lo que llamamos las ideologías. Y la buena política es aquella que sabe captar las oportunidades.
En Cataluña, estamos viviendo un ejemplo de ello. El voluntarismo de la apuesta independentista tocó techo, porque era un movimiento cuyo objetivo no estaba al alcance de las actuales relaciones de fuerzas. No se supo parar a tiempo. La desmesura represiva con la que respondieron las instituciones españolas, dejó al independentismo entre la impotencia y el resentimiento. Y el país entró en estado de resaca. El globo se deshinchaba, el procés se quedaba sin horizonte. Y la ciudadanía fue tomando conciencia de los límites de lo posible, mientras una parte del independentismo seguía agarrada a las consignas.
En este contexto se produjo una de estas singulares coincidencias que marcan los cambios en la política. Apareció Salvador Illa, un ciudadano sin atributos precisos, con un discurso tranquilo, lejos de la dialéctica de la confrontación, invitando a un período en que predominara la política de las cosas, y pactando iniciativas y reformas que han encontrado aliados en la izquierda pero también en la derecha nacionalista, en Junts, que necesita recuperar la confianza de sectores moderados –de la tradición de la antigua Convergència- para no sufrir más fugas por parte de la gente de orden que habita este espacio. Esta coincidencia, un estilo y un momento, han permitido al PSC ocupar importantes cuotas de poder, empezando por la Generalitat y el Ayuntamiento de Barcelona. Y, de momento, parece que la nueva situación va cuajando, mientras el independentismo busca resituarse en un momento de confusión.
En Esquerra, la autoridad de Junqueras se ha impuesto por la falta de consistencia de los que pretendieron liderar el cambio. Divididos y sin un liderazgo solvente, la mayoría ha preferido confiar en el presidente, el mejor capital del partido todavía, para que dirija el tránsito hacia el futuro. Y Junts sigue sin resolver la incógnita de su complejidad: demasiados grupos y sensibilidades para encaminar la necesidad de refundación. Y allí esta Puigdemont jugando al brindis al sol, como comodín que sirve para frenar lo inevitable que es la explosión y refundación de un espacio desdibujado víctima del que quiere atrapar más allá de sus fuerzas.
Salvador Illa ha aparecido como el hombre adecuado en el momento oportuno. El desbarajuste de los demás –incluidos los Comunes que han salido muy descolocados del periodo del procés- le da margen. Su capital es lo que pueda arrancar de las instituciones españolas que, como es sabido, es perfectamente inseguro. Su suerte depende de que sus iniciativas repercutan en el bienestar de manera que alcance a amplios sectores que, frustrados por el fracaso del procés, puedan acordarle una confianza provisional. Porque la cuestión del momento es ¿en quién confiar? ¿de quién se pueden esperar resultados positivos más allá de la retórica de las grandes promesas? Estas preguntas nos llevan a otros interrogantes: ¿hasta cuándo tendrá Illa el viento a favor? Dicho de otro modo, la prudencia le ha premiado con la llegada, ¿y la permanencia? ¿Dónde están sus límites?
Sin duda, ahora mismo la complicidad del gobierno español es capital para la suerte de Illa. ¿Hasta cuándo? El pragmatismo es útil en momentos de tránsito, pero exige resultados y un proyecto que apunte más allá del día a día. Y aquí nos encontramos con la claudicación de la socialdemocracia. Su dificultad para mantener unas políticas de protección social y de atención a las clases medias y populares en un momento en que no siempre es fácil distinguir las políticas económicas de los socialistas de las de la derecha. El eclipse de la socialdemocracia esta perturbando los equilibrios de poder en Europa, y pone la capitalización del malestar en manos de las extremas derechas convencidas de que todo les está permitido. Y que mentir sin escrúpulos es lo más efectivo como verdad.
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