¿“Pujolea” Puigdemont?
El expresidente trata de centralizar todo el poder posible y exige a su partido lealtad inquebrantable hacia su persona. Él fija la táctica y no deja cabo suelto
A principios de los noventa, Miquel Calçada, más conocido como Mikimoto, le preguntó en TV3 al entonces todopoderoso Jordi Pujol quién era el presidente del Institut Català de la Dona. La respuesta del honorable fue que él ostentaba el cargo. Y es que hubo un tiempo en que Pujol lo fue todo en Cataluña. Le era perfectamente aplicable lo que dice de Alá la 6ª Sura, versículo 59 de El Corán: “No cae ni una hoja sin que Él lo sepa”. Controlaba el Govern, el partido –a Miquel Roca no le dejó pasar de secretario general “por delegación”– y tenía la firme voluntad de que ningún rincón de la sociedad catalana fuera ajeno a su mirada escrutadora. De hecho, el Institut Català de la Dona –creado en 1989– no tuvo presidenta hasta 1997, cuando a Pujol le pareció oportuno ceder el puesto a una mujer.
Ha llovido mucho desde entonces. Pujol confesó que, desafiando la ley, ocultó su fortuna en Andorra y por eso ahora se halla a la espera de misericordia, perdón y redención, como Jonás en el vientre de la ballena. Mikimoto, su entrevistador, es la flamante y reciente apuesta de Junts per Catalunya para vocal en el consejo de RTVE. El caso es que la leyenda de la omnisciencia de Pujol creó escuela. Y ahí está Carles Puigdemont intentando emular a su exlíder. Claro que las herramientas y la habilidad son distintas y menores: no ha ganado las elecciones, no controla la Generalitat y la cintura política no es comparable. No obstante, trata de hacerlo: se ha erigido en el reciente congreso en presidente de Junts y continúa dirigiendo un Consell de la República en horas bajas, con muchas fugas por desencanto e incluso auditorias generadas por pagos personales que su segundo, Toni Comín, escudó bajo el generoso epígrafe de “defensa del exilio”.
¿Trata de “pujolear” Puigdemont? Hay que reconocer que por lo menos lo intenta. Trata de centralizar todo el poder posible y exige a su partido lealtad inquebrantable hacia su persona. Él fija la táctica (la estrategia es inexistente) y no deja cabo suelto. Nada puede desairar a un líder que lo es todo en su formación, como aseguraba hace unos días Manel Lucas en estas mismas páginas.
En su voluntad de emular a Pujol, Puigdemont ensaya crear un armazón, un remedo de estrategia. Poco a poco, busca su espacio en la derecha con la voluntad de dar una imagen de seriedad, superadora del tacticismo del pasado. Se acabaron los años de anarquía y desorden del procés en que se trataba de atraer a cuantos más votantes mejor. Entonces el objetivo era poner de relieve que con la independencia desaparecerían hasta las contradicciones de clase. Vamos el desiderátum del buen obispo Torras i Bages. Pero ha llegado el momento de poner punto final a la aventura. Queda atrás que Junts se opusiera por ley a que fueran desahuciadas las familias vulnerables. Era cuando el independentismo conservador aseguraba que en una Cataluña soberana manarían ríos leche y miel. Ahora se acabó el señuelo de la Dinamarca del Sur. El pasado septiembre Junts vetó junto a PP y Vox la limitación a los alquileres de temporada en el mundo real, en una jugada en la más rancia tradición del filibusterismo parlamentario. Anteriormente –y a pesar de contar en sus filas con altermundistas históricamente reputados como Toni Comín– votó con las mismas formaciones en contra la suspensión de la venta de armas de España al Estado de Israel. Son solo dos ejemplos.
Ahora se trata de provocar desbordamientos controlados solo cuando el líder lo ordene. Claro que, sin el poder, la brillantez y el dominio de escena que tenía Jordi Pujol. Aunque sean muchos los figurantes que repiten.
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