La ideología es Puigdemont
Nadie discute al líder, que además es el fundador y que mantiene el aura de hombre perseguido
Cuando Jordi Pujol, en 1984, fue a la vez investido president con mayoría absoluta e imputado por Banca Catalana, lanzó un discurso ardiente a sus seguidores entusiastas y enfurecidos. En los últimos tiempos, por razones conocidas, de ese discurso recordamos sobre todo “en adelante, de ética y moral hablaremos nosotros, no ellos.” En su momento, en cambio, se hablaba mucho de “Madrid ha hecho una jugada indigna”, que arrancaba ovaciones y apuntalaba un enfrentamiento territorial. Pero no se puede dejar pasar tampoco una frase final reveladora del talante pujolista: “A partir de mañana, empieza el momento de ponerse a trabajar normalmente, sin pensar en ello”. Excitación dentro de un orden.
Han pasado 40 años y el discurso público del heredero de Pujol parece haber olvidado esa parte final. Carles Puigdemont es un heredero del pujolismo sin el correctivo del seny, lo que le hace bastante imprevisible.
E imprevisible es, por ende, la ideología de Junts per Catalunya o, cuando menos, su estrategia. Pero es difícil en este partido distinguir ideología de estrategia, dado que se creó en un momento muy concreto, el del primer colapso del procés, para responder a una situación, a una urgencia, y no tanto como proyecto global de sociedad, que es lo que deben ser los partidos. Por eso -igual que Ciudadanos en el otro extremo del arco nacionalista- ha podido dar bandazos en el eje social y presentarse a la vez como conservador, liberal o socialdemócrata, con sensibilidad social o aliado de los ultraliberales, con Aurora Madaula, Joan Canadell, Jaume Giró y Antoni Morral conviviendo durante un cierto tiempo sin contradicción aparente. Porque su ideología es Carles Puigdemont, la interpretación de la realidad que haga el president en cada momento. Su doctrina social tiende a la derecha -él mismo dijo en su momento que su modelo de sociedad es parecido al del PP-, pero la prioridad es el independentismo, y eso marca, entre otras cosas, las alianzas sucesivas. Por eso es inverosímil un acuerdo de calado con la derecha españolista, al menos mientras el componente Vox sea imprescindible. Todo ello pintado con una tonalidad populista clara.
El puigdemontismo, se puede decir, está incluso por encima de los documentos que el partido apruebe en este congreso. Nadie discute al líder, que además es el fundador y que mantiene el aura de hombre perseguido: como en tantas ocasiones a lo largo de la historia, el ataque sin cuartel prestigia al atacado. Cuanto más se resistan los tribunales en aplicar la amnistía, más crece la figura del exiliado, más cuanto que no le mancha la gestión política del día a día.
Estos días se debate mucho por qué Puigdemont sigue indiscutido y Oriol Junqueras libra una guerra interna. Está claro: uno sigue con su “represión” intacta, mientras el otro “solo” está inhabilitado; uno creó un partido a su imagen y semejanza, y el otro preside uno con mucha historia y mecanismos partidistas clásicos; uno ha conseguido mantenerse al margen de la gestión, y el otro se ha visto atropellado por ella, a pesar de no haberla ejercido directamente.
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