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Diada
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Sin miedo al anatema

No hay una hoja de ruta clara que una a un independentismo sumido en procesos de congresos otoñales de los que pueden salir relevos

Francesc Valls
Una pancarta contra Esquerra Republicana, por su voto favorable a la investidura de Salvador Illa, en la manifestación de la Diada de Barcelona este miércoles.
Una pancarta contra Esquerra Republicana, por su voto favorable a la investidura de Salvador Illa, en la manifestación de la Diada de Barcelona este miércoles.Gianluca Battista

Este 11 de septiembre ha sido el primero desde hace una decena larga de años que no ha contado con un presidente independentista en la Generalitat. Es también la primera Diada que se celebra con presencia en las instituciones (ayuntamientos y Parlament) de Aliança Catalana, una fuerza de extrema derecha secesionista. El escenario político es además de profunda división entre las dos grandes fuerzas que pugnan por la hegemonía soberanista: Junts per Catalunya y Esquerra Republicana.

No hay una hoja de ruta clara que una a un independentismo sumido en procesos de congresos otoñales de los que pueden salir relevos. La única seguridad es que la formación que lidera Carles Puigdemont seguirá como hasta ahora: presentándose como irreductible y enunciando grandes principios retóricos que tan rentables le son electoralmente. Y para ello Junts cuenta con la paradójica e inestimable ayuda de esa guerra de casamatas que libra un sector de la judicatura contra la ley de amnistía.

Esquerra, como sucede en los últimos años, en esta ocasión ha vuelto a ser abucheada la víspera de la Diada en el kilómetro cero del nacionalismo, el Fossar de les Moreres, con gritos “Vergonya em faria haver votat l’Illa” (”Vergüenza me daría haber votado a Illa”). Las manifestaciones en las cuatro capitales de provincia, más Tortosa, suponían un back to basics. Los convocantes entienden que en época de tribulaciones lo mejor es atraer con asuntos cotidianos: el problema de la vivienda, la desinversión en el sistema ferroviario, la lucha por un sistema sanitario digno, la reivindicación de los payeses o el desequilibrio territorial y expolio del agua. El corolario es que todo ello es solucionable llegando a la independencia.

El interés por sumar manifestantes a un independentismo en horas bajas ha unido a las entidades sociales antaño a la greña, e incluye, para algunos, a los ultras de Aliança per Catalunya. De esa opinión es Lluís Llach, presidente de la Assemblea Nacional Catalana (ANC), organizadora del gran acto en las calles. El cantante y ahora activista por la independencia afirmó en víspera de la Diada que los votantes del partido xenófobo eran bienvenidos individualmente a los actos del 11 de septiembre. Luego tuvo que matizar la propia ANC. Otras entidades convocantes, como Òmnium Cultural, reiteraron que hay una línea roja con los xenófobos de ultraderecha.

El caso es que hay discrepancias sobre los límites del ecumenismo secesionista. El presidente Salvador Illa rehuyó todas esas polémicas con motivo del mensaje de la Diada. Recordó al Chile de Salvador Allende, y su intervención subrayó que “quien viene a mejorar Cataluña es catalán”. Suficiente en época de borrosas líneas rojas con la xenofobia. El discurso de Illa fue monótono, pero imprimió un sensible cambio de tono. Y es que muchas cosas han cambiado: la situación política se ha tranquilizado en Cataluña; Esquerra y los Comunes han hecho presidente al socialista Illa; las banderas independentistas apenas adornan los balcones y las manifestaciones que antaño reunieron a más de un millón de personas se quedan ahora en unas decenas de miles. Ya no hay miedo al anatema.

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