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Dana
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La política de lo (trágicamente) real

Los desastres naturales pasan por el filtro de la ideología: no son controlables -en principio- pero responder ante ellos sí que permite ópticas distintas

Salvador Illa
El presidente de la Generalitat, Salvador Illa, durante el pleno del Parlament.Andreu Dalmau (EFE)
Manel Lucas Giralt

Si Salvador Illa buscaba un aval a su gestión del paso de la Dana por Catalunya -una ocasión propicia para ejecutar el principio fundamental con el que ha tatuado las almas de sus consellers, la “política útil”-, está claro que ha superado la prueba con aceptable margen. Los matices a algunas deficiencias en el sistema de alertas ya los ha planteado inicialmente él mismo –”todo es mejorable”-, con lo cual se blindaba ante posibles reproches. El líder del PP, Alejandro Fernández, en una intervención con pies de plomo para no verse salpicado por el barro -por decirlo suavemente- de su correligionario valenciano Carlos Mazón, incluso le ha reconocido que las insuficiencias que pudiera haber en Catalunya serían más culpa de sus antecesores en el cargo que de él, un recién llegado a la presidencia (es un argumento que cae por su propio peso, pero no siempre se admite en el fragor del debate parlamentario; hace tiempo que la polarización ha fulminado aquello de “los cien días de cortesía”).

Pero una lectura más a fondo de este debate improvisado, lejos de la emergencia inmediata y dramática, permite confirmar que este asunto de los desastres naturales, como cualquier otro, también pasa por el filtro de la ideología y de la política. Lo cual es lógico, porque los fenómenos atmosféricos no son controlables -en principio- pero analizarlos y responder ante ellos sí que permite ópticas distintas. Estudiar si la actuación humana puede agravar o no los desastres, reflexionar sobre la necesidad de un cambio profundo de política o una intensificación de la construcción de infraestructuras, optar por un equilibrio u otro entre descentralización y concentración de las decisiones en instituciones fuertes con medios, apoyar la espontaneidad popular o canalizar el aporte por la vía de los impuestos y el reforzamiento del poder público... Por ejemplo, las intervenciones de Marta Vilalta (ERC), Jessica Albiach (Comunes) y Laia Estrada (CUP) han puesto el acento en la emergencia climática, mientras Joan Garriga (Vox), apelaba a la fatalidad perpetua e ineludible del clima mediterráneo y apostaba por resolverlo -detecten ustedes la tradición- construyendo pantanos. Salvador Illa, en uno de los pocos momentos en que ha entrado al trapo del debate ideológico, se ha encarado a Albiach para rechazar la idea del decrecimiento económico, un concepto defendido por algunos pensadores de la izquierda mundial.

Luego está el lema romántico de “sólo el pueblo salva al pueblo”, que en origen pretende denunciar la inoperancia de unos responsables concretos, pero que la extrema derecha, con su efectividad habitual, está aprovechando para atacar en bloque la democracia representativa. Para la CUP, el “pueblo” son los voluntarios que se han organizado espontaneamente para acudir en ayuda de los damnificados de Valencia, mientras que, para Vox, son las organizaciones ultras y neonazis que infiltraron a esos voluntarios y llegaron hasta el Rey con sus camisetas de la División Azul, una versión crudísima y tristemente textual del viejo refrán: “a río revuelto...”

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