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Barcelona
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El 47 y nosotras

El relato de Marcel Barrena nos dice: mirad que hay una parte de la ciudad que no queréis ver y que tiene todo el derecho de vivir aquí en igualdad de condiciones que el resto

Marcel Barrena
El actor Eduard Fernández caracterizado de Mauel Vital junto a uno de los extras durante el rodaje de la película 'El 47' que muestra el secuestro de un autobús de linea de Barcelona para pedir mejoras para el barrio de Torre Baró en 1978. Kike Rincón.Kike Rincón (Kike Rincon)
Paola Lo Cascio

La última película del director Marcel Barrena, protagonizada de manera magistral, entre otros, por Eduard Fernández y Clara Segura, relata una historia verídica: el “secuestro” -pacífico- del autobús número 47 por parte de Manolo Vital, líder vecinal de Torre Baró y conductor de autobús, acaecido en 1978. La acción de protesta -que se saldó con una victoria de los vecinos-, tenía el objetivo de dotar el barrio -autoconstruido por personas llegadas de muchos lugares de la península a la capital catalana a lo largo de los años Sesenta del siglo pasado-, de transporte público.

Más allá de la película -que debería ser de visión obligada para todo el alumnado del país-, y de esa lucha en concreto, el relato de Barrena pone el foco sobre una cuestión de tremenda actualidad. Las pintadas que acompañaron aquella lucha rezaban “Torre Baró es Barcelona”. Es decir: mirad que hay una parte de la ciudad que no queréis ver y que tiene todo el derecho de vivir aquí en igualdad de condiciones que el resto de la ciudadanía.

Hay en las ciudades de toda Cataluña ahora mismo, muchas Torre Baró. Quizás a algunas o muchas de ellas llegue el bus -en definitiva, han pasado más de cuarenta años de democracia desde los hechos relatados por Barrena-, pero sigue habiendo muchos barrios, en las periferias de las grandes -y menos grandes- ciudades catalanas, que parece que no existan. Y, con ello, tampoco parece existir su población. O, mejor dicho, que parece que exista sólo para hacer de ella una caricatura, una especie de sombra que amenaza no sé cuáles esencias, simplemente porque habla muchos idiomas, además del castellano de acento andaluz o extremeño de muchos Manolo Vital que vinieron en las décadas pasadas. Pero existe, más allá de todos los prejuicios: trabaja, paga sus impuestos, estudia, hace cultura y crea vínculos de comunidad. En definitiva, contribuye ya -por mucho que les pese a algunas- a sustanciar lo que somos. Visto en perspectiva histórica, no es nada nuevo: siempre fue así porque siempre la gente se ha movido. Y es bueno que sea así. Pero para que este proceso, que es del todo enriquecedor, pueda funcionar correctamente hay que conjurar un peligro muy grande: la competencia para los servicios. Si hay viviendas dignas, escuelas, bibliotecas, servicios sanitarios para todo el mundo, será mucho más difícil para cualquiera abonar la tesis venenosa de que hay alguien que ha venido a “robar” bienestar. El nuevo gobierno de la Generalitat tiene en sus manos una herramienta valiosísima para intervenir, como es la actualización de la Ley de Barrios aprobada en 2022. Tiene la posibilidad darle la atención política y presupuestaria prioritaria que merece. Si hay voluntad de hacerlo, ganaremos todas. Como todas ganamos en Torre Baró.

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