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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Se avecina otoño movido

El congreso de noviembre de Esquerra se prevé agitado y visto el historial de escisiones del partido en los últimos 35 años no es descartable ningún resultado

Marta Rovira ERC
La secretaria general de ERC Marta Rovira, en el centro, durante una reunión en la sede de ERC, el pasado 20 de julio de 2024, en BarcelonaDavid Zorrakino (Europa Press)
Albert Branchadell

Hace 28 días que Salvador Illa fue investido presidente de la Generalitat por el Parlamento de Cataluña, 26 días que tomó solemne posesión del cargo y 23 que celebró la primera reunión del Consell Executiu. Este jueves comparece ante el Pleno del Parlamento para explicar la configuración del nuevo gobierno de la Generalitat.

Sin duda, es demasiado pronto para valorar la acción política de Illa. Tiempo habrá cuando su gobierno alcance los preceptivos 100 días y, sobre todo, cuando empiece a desarrollar su acuerdo de investidura con ERC. No obstante, viendo el talante del presidente y sus movimientos durante los primeros pasos de la legislatura, se nos ocurre un primer pronóstico: si lo del sistema de financiación singular sale bien, tenemos Salvador Illa para rato. (“Salir bien” no significa obtener un concierto a la vasca ni alcanzar la plena soberanía fiscal, sino aumentar de manera significativa los recursos de la Generalitat sin hundir a Pedro Sánchez, que es el único garante del compromiso contraído por los socialistas catalanes con sus circunstanciales aliados republicanos).

Entre los partidos independentistas la situación es diferente. Aparte de asimilar que han perdido la mayoría parlamentaria, su reto más inmediato es (re)definir sus liderazgos y, con ellos, su estrategia política. Tomemos el caso de Esquerra Republicana. Oriol Junqueras no entiende por qué, siendo el líder independentista más valorado (por delante de Pere Aragonès, Míriam Nogueras, Laia Estrada y Carles Puigdemont en los sondeos del Centre d’Estudis d’Opinió), sus propios correligionarios le piden que dé un paso al lado. El congreso de Esquerra se prevé agitado y visto el historial del partido no es descartable ningún resultado: desde Esquerra Catalana (1989) hasta Reagrupament (2009), pasando por el inefable PI (1996), Esquerra es la formación política catalana que atesora más escisiones.

En el caso de Junts sucede un poco al revés. Lo que no se entiende es que, siendo Puigdemont el líder independentista peor valorado (por detrás incluso de la ignota Laia Estrada en los sondeos), sus correligionarios no le pidan que dé el paso al lado, y todavía se entiende menos cuando fue el mismo Puigdemont quien prometió públicamente que se retiraría si no era presidente de la Generalitat. Junts, como partido heredero de CDC, es poco dado a las escisiones, pero tampoco es descartable que en algún momento el sector pragmático de la formación acabe dando un golpe sobre la mesa, como el que dio a su manera el histórico Andreu Mas-Colell al anunciar su intención de optar por ERC en las elecciones del 12-M. (La escisión no es imposible: también Unió era un partido de orden y resulta que su sector independentista se autoescindió en 2015 tras perder la consulta interna sobre la implicación del partido en el procés).

En resumen: nos espera un otoño movido, no tanto por la financiación singular, que tardará, sino por la adaptación de los partidos independentistas a una nueva situación política –con la bandera española anclada en el despacho de Salvador Illa– que puede durar bastante más de lo que desearían.

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