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Asistentes al festival en una atracción de coches de choche en el Sónar by Night.
Asistentes al festival en una atracción de coches de choche en el Sónar by Night.Albert Garcia
FESTIVAL SÓNAR
Columna
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Estás donde tienes que estar

El festival vuelva a obrar su magia y reparte conmoción y felicidad a espuertas en otra noche para el recuerdo

Jacinto Antón

¡Qué gran noche de Sónar el viernes! Cuando piensas que el festival te acabará vomitando —ya son 31 ediciones—, que no queda nada por experimentar y que la vida te empuja hacia otras emociones, el Sónar vuelve a acogerte en su seno, te da un revolcón, te lava por dentro y te centrifuga y regresas al país de las maravillas. El mito del eterno retorno de Mircea Eliade hecho techno, o lo que sea que ponen en los escenarios, que ya hasta te encuentras una batería, dos tíos bailando como Freddie Mercury desdoblado, coristas, una diva, vamos, de todo.

No es solo la música. De hecho,¡ qué coñazo Air! No sé qué les ven. “Te los ponen en un ascensor y te bajas en el primer piso”, decía un espectador en el espacio que se iba haciendo cada vez más grande en el lateral del concierto, en el SónarClub. “A mí me recuerda la banda sonora de Marco Polo”, decía otro —mal asunto cuando un show favorece las conversaciones—. Un tema con lucecitas y melodía aflautada sugirió algo peor: Il guardiano del faro, el de Amore grande, amore libero. La cosa sonaba tan adocenada que uno hasta se sentía inclinado a pedirle para salir a la holandesa de al lado (que vaya cara hubiera puesto). ¿Pueden ser tan modernos unos tipos que visten como los Bee Gees? Fue un concierto para acordarte de que no hace mucho en el mismo escenario estaba Bryan Ferry. “Vaya mariconada”, sentenció groseramente un tipo recio cubierto de tatuajes y que pedía a gritos más marcha. “Merci beaucoup”, estaban diciendo los artistas. “¡Y además franceses!”.

Afortunadamente nos resarcimos con el divertidísimo y super alegre concierto de Jessi Ware (siempre hay que seguir las recomendaciones de Luis Hidalgo). ¡Qué feliz despitote!, durante un buen rato todos los que estábamos en el SonarPub formamos parte de su entrañable y marchosísima troupe. ¡Queremos bailar como esa pareja de bailarines gimnásticos y delicuescentes, autoparódicos y geniales! Se pudo ver a mucha gente que trataba de imitarlos —-Jessi nos montó una coreografía a lo Rocky Horror Show—, lo que no era fácil, apelotonados como estábamos y con bebidas en la mano. Nos asperjamos con cerveza y combinado de ron y Red Bull. Las gotitas flotaban en el aire mezcladas con sudor y desmadre. Otra actuación inolvidable en el Sónar, parte de otra noche a acumular en el haber de nuestras vidas.

DVD 1217 15/06/24 Barcelona. Segunda jornada del Festival Sónar. 
En la imagen, dos personas siguen un concierto desde una pasarela en el Sónar by Night. [ALBERT GARCIA]
DVD 1217 15/06/24 Barcelona. Segunda jornada del Festival Sónar. En la imagen, dos personas siguen un concierto desde una pasarela en el Sónar by Night. [ALBERT GARCIA] Albert Garcia

Y otra vez los largos paseos en pos de escenarios como niños en busca de los regalos de Reyes (bien, poco niños parecían los dos tipos barbudos con aire de Motoristas del infierno que se besaban y se estrujaban uno al otro los pezones en un arrebato de pasión junto a los autos de choque). En el otro lado de las indumentarias, los pantalones largos: han vuelto a costa de los shorts, será la climatología o será moda, quién sabe. Y las falditas. Iba a poner “de ellas”, que las lucen, y cómo, cortas, y que se mueven cuando bailan como no lo hacen las alas de los ángeles. Pero es que a veces te quedabas mirando unas y resultaba que, al darse la vuelta la supuesta usuaria, resultaba que era un tío enorme con el look de Ben Affleck en Argo.

Se ve mucho body, ellas y ellos, sujetadores a la vista (lo mismo). Pasear solo (y madurito) por el Sónar y sus mareas te da una perspectiva como de El nadador de John Cheever: te conviertes en fino observador de las vidas de los demás, y cronista, pero a costa de de una melancolía a ratos que no te la quitarían todos los martinis de Neddy Merrill/ Burt Lancaster. No digamos la crepe de limón y canela que me comí en solitario junto a un food truck (¿los food trucks de los festivales de música son food tracks?: ahí queda la tontería). A veces me encontraba gente conocida (incluso a mis hijas, mi sobrino y sus amigos, pese a que era obvio que trataban de evitarme y no contestaban a mis mensajes). En el Sónar encontrarte es un instante feliz (bien, depende con quién), como un entrecruzarse de náufragos en la corriente de la noche.

Con las horas, todo se tiñe de una placentera irrealidad. Sigues siendo tú, parcialmente, pero con matices. Estás relleno de las pulsiones de la música como los espantapájaros de paja. Una borrachera de sensaciones. En el set de Ben bhömer la música es como las pisadas de un T. Rex en el estómago. En el Sónar, la vista está rebosante de efectos de otro mundo, pantallas que despliegan imágenes, un dron que vuela sobre tu cabeza ronroneando como el gato de Cheshire, ráfagas que se dirían llegadas de la Puerta de Tanhauser, más allá de Orión; flashes, destellos, deslumbramientos (por las luces y determinados cuerpos). Los oídos ya no son tales sino pozos en los que cae el ritmo y el estrépito para masajearte allá al fondo el cerebelo o lo quiera que sea que tienes dentro de la cabeza. Los olores: pasas del dulzor de un perfume en el cogote de delante al hedor mefítico de orines y vómitos en los rincones. Del sudor hediondo al aroma salado de otros cuerpos que se mezcla con el salitre de la noche húmeda barcelonesa.

Otras humedades: hay amor y deseo desperdigados, de los que te haces muy consciente, penosamente, cuando una pareja se aprieta contra ti en la sístole de muchedumbre de un concierto. ¡Ay, las soledades del Sónar! Pero queda la música y la embriaguez de la fiesta y ver y descubrir cosas nuevas, porque para eso hemos venido, ¿verdad Luis? Y Luis Hidalgo asiente, la venerable cabeza del crítico destacando en las luces de la noche como la de Odiseo en la cueva del Cíclope. Aquí estamos, aquí seguimos. Rodeados de ninfas, lestrigones y comedores de loto. Él está con una misión. Otros no tenemos ni idea de por qué venimos. Pero el corazón te dice, como a la vieja amiga de las colinas de N’gong, que estás donde tienes que estar.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.
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